Patricia Gutiérrez-Otero
Es un cuento breve, La rosa amarilla, incluido en la Antología personal de Borges, que narra la experiencia de Giambattista Marino cuando tuvo una revelación al ver una rosa. Esta experiencia la vivió en el lecho, un día antes de fallecer, y fue el último hecho de su vida.
Para desarrollar este cuento Borges, utiliza tres párrafos. El primero de ellos es barroco. Las frases son largas y permiten describir un entorno grandioso. Al inicio se hace alusión a la Fama del poeta. Se describe su lecho como “vasto” y “con columnas labradas”. Otra frase muestra el exterior de la casa señorial en la que vivía. Finalmente, el párrafo cierra con unos versos rimbombantes que Marino se recita a sí mismo. Sin embargo, con toques ligeros, Borges prepara lo que viene en dos frases que por su simplicidad rompen el ambiente rococó del relato. Una dice: “el hecho inmóvil y silencioso que entonces ocurrió”. La otra enuncia un hecho tan sencillo como elocuente: “Una mujer ha puesto en una copa una rosa amarilla”, a estas dos pinceladas podemos sumar el hecho mencionado de que sus propios versos “ya lo hastían un poco”.
El segundo párrafo está conformado por una frase breve, y por una extensa oración. La frase anuncia que “Entonces ocurrió la revelación”. Esta revelación, que más lejos será llamada “iluminación” (dos términos religiosos, el primero judeo-cristiano; el segundo budista) tuvo lugar al “ver” la rosa como si fuera la primera, y verla como la primera vez que es vista. Revelación-iluminación que se narra en la larga oración, y que el mismo autor indica primero de manera metafórica: “sintió que ella estaba en su eternidad”. Verla es sentirla, no pensarla, pues el pensarla es introducirla en el tiempo-espacio. Sentirla pertenece al ámbito de lo intuitivo, que es una captación inmediata de lo real: “sintió que ella (la rosa) estaba en su eternidad”. Inmediatamente después, Borges explicita su poética: la rosa no estaba en sus palabras, y dice: “podemos mencionar o aludir pero no expresar”. Acto seguido, el autor hace una síntesis de lo dicho en el primer párrafo y lo dicho en el segundo: todo el boato de la Fama y los libros escritos no es nada en relación con esta revelación, los libros son sólo “una cosa más agregada al mundo”.
El tercer párrafo tiene un toque irónico, si Merino se parece a Homero y Dante quizás es porque ellos también vivieron esta revelación.
Yo, lectora, me maravillo ante la construcción del cuento, y ante las pinceladas literarias que llevan al encuentro del hecho importante: el poeta se da cuenta de la vanidad del mundo, de sus pompas y de sus objetos (incluso literarios) a través de la iluminación que alcanza al ver la fragilidad estética de un objeto de la creación: la rosa, lo que ocurre mientras el poeta mismo, como ser humano, enfrenta otra fragilidad, la de su propia muerte. Finalmente lo que es no es decible de manera precisa, el poeta sólo puede aludir a ello, y permanecer ahí. La iluminación-revelación se presenta en el encuentro preciso en que un sujeto frágil, próximo al fin que es su muerte, ve un objeto igualmente frágil, y, en ese mismo acto, percibe también la fragilidad del poder de las palabras para expresar la realidad.
Además, opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, rehacer la Constitución, que la ciudadanía nos hagamos respetar y encontrar a los 43 normalistas de Ayotzinapa.
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