Adriana Cortés Koloffon
Los trágicos atentados contra el semanario Charlie a causa de la publicación satírica de una caricatura del profeta Mahoma me hicieron recordar el barrio de Belleville en la capital francesa, donde visité en su apartamento al escritor español Juan Goytisolo recién galardonado con el Premio Cervantes. Por las calles del barrio se escucha una mezcla de francés y árabe y se observa a los emigrados magrebíes y de otros países del mundo islámico jugar ajedrez en las plazas. Un marroquí me ofreció en su tienda el mejor té a la menta que he probado. Francia y México comparten un término: exilio.
La edición bilingüe (español y francés) de México / París, capitales del exilio (FCE/Casa Refugio Citlaltépetl, 2014) ofrece un panorama amplio desde distintas perspectivas sobre los exilios de este y al otro lado del mundo, en México y París.
El siglo XX, refiere en la presentación Philippe Ollé Laprune, director del proyecto editorial, “fue un momento privilegiado debido a movimientos obligados de personas compelidas al exilio, vueltas nómadas bajo la presión de las fuerzas de la historia”. La intensidad de las represiones en numerosas latitudes, añade Laprune, “obligó a millones de seres humanos a buscar refugio bajo cielos más propicios”.
“Desver”, una de las palabras más antiguas que, según Jean Clair, citado por Fabrizio Mejía Madrid en el prólogo, comparten el francés y el español (ya en desuso en ambas lenguas) alude a lo “deshilvanado” dotándolo “de un nombre —explica Mejía Madrid—: deambular”. En opinión del cronista, el vocablo señala “de un plumazo, lo que significa el exilio”. El autor de Salida de emergencia, entre otros libros, imagina a “millones de personas soñando con un lugar que ya no volverá a ser suyo más que en la remembranza —en sueños de un terruño que se sentía propio antes de que un Estado, un ejército, una secta decidieran por la fuerza que ya no era más”.
Ollé Laprune destaca: “Dos grandes ciudades han sido particularmente generosas en su capacidad de proponer una protección a los perseguidos venidos de lejos, y se enriquecieron de estas aportaciones que forjaron su identidad: París y la Ciudad de México”, capitales que “brillan, en parte, gracias a fuegos venidos de otras partes”, asegura el director de la Casa Refugio Citlaltépetl.
México y París se miran así en un mismo espejo: el de la tolerancia, la integración de culturas disímiles que han encontrado en estas ciudades un terreno fértil para las expresiones artísticas y literarias. Es el caso de los exiliados españoles que ocupan buena parte del volumen.
Tomás Granados Salinas dedica un capítulo a las aportaciones de un editor, un librero y un diseñador provenientes de España, Argentina y Uruguay: Joaquín Díez Canedo, Ricardo Nudelman y Carlos Palleiro, quienes, de acuerdo con el editor de la Gaceta del FCE, “han dejado una honda huella en el sitio que procuró hacer menos pesaroso su exilio”. Si bien, como afirma Granados, “México dista de haber tenido siempre las puertas abiertas, en espera de que refugiados de toda laya las cruzaran”, también es cierto que “en momentos estelares de su historia supo recibir, con mutuo provecho, a las víctimas de regímenes opresivos que veían en el ejercicio de la inteligencia una seria amenaza”. Fuera por congruencia ideológica, añade, “o, como han sugerido sus detractores, por un ánimo convenenciero, Lázaro Cárdenas actuó ante la España republicana con el aplomo del hermano mayor, acaso porque entonces la Revolución Mexicana seguía considerándose a sí misma triunfante y ejemplar”.
Gonzalo Celorio escribe acerca del legado del exilio español a la UNAM: “no hubo área del conocimiento —afirma— en la que los exiliados españoles no hubieran tenido una presencia significativa, notable, trascendente”. Por razones de espacio es imposible mencionar aquí a todos los filósofos, escritores y científicos cuya aportación a los distintos ámbitos del saber fue notable no sólo en la UNAM sino también, lo sabemos, en la Casa de España en México —que con el tiempo se transformó en El Colegio de México—, creada por Daniel Cossío Villegas y Alfonso Reyes para recibir a los intelectuales procedentes del exilio español.
En el prólogo al tomo II de México / París, capitales del exilio, Pierre Assouline se pregunta: “¿qué escritor extranjero no ha vivido en París?” El filósofo hace un recuento: Eugene Ionesco, Émile Michel Cioran, Milan Kundera, Samuel Beckett, Walter Benjamin, Klaus Mann, Mario Vargas Llosa, quien asistió como oyente a los seminarios y conferencias de Roland Barthes y Jacques Derrida. “Fue en París, en los años sesenta, que descubrí América Latina”, refiere el autor de La tía Julia y el escribidor, entre muchos otros libros, según lo evoca Assouline.
Octavio Paz escribió en París El laberinto de la soledad que, como sostiene el filósofo francés, “marcó un hito en su vida”. Ese magnetismo de la ciudad lo explica la filósofa Hannah Arendt por el “sorprendente carácter protector que provoca la arquitectura haussmaniana”, a decir de Bruno Tackels, autor del capítulo: “Walter Benjamin, el exiliado nato”.
Los dos tomos profusamente ilustrados con fotografías, caricaturas y dibujos contiene, además, un cuaderno literario con textos de Margo Glantz, Francisco Hernández, Enrique Serna, Patrick Deville, Patrick Raynal y Annie Cohen (“París es irreal en cada esquina. / Esta es su forma de ser real”), entre otros autores francófilos y francófonos.

