La alianza con el PRI por la mayoría

 

 

Predomina una especie de populismo mediático,

sujeto a una inacabable ristra de simplificaciones.

Fernando Vallespín

José Fonseca

La dura, durísima ofensiva contra el Partido Verde tiene su origen en la alianza que ha formado con el PRI para la elección del próximo 7 de junio.

Una alianza que buscó el PRI por varias razones.

Una es la imposibilidad legal para que cualquier partido alcance la mayoría en la Cámara de Diputados. Por eso la resistencia a eliminar los plurinominales.

La otra es que en las actuales circunstancias, tan difíciles y complicadas, los más veteranos legisladores priistas ¿cómo para qué querrían que el PRI fuera mayoría? ¿Para asumir los costos de legislaciones futuras, necesarias, pero impopulares? Mejor compartir la responsabilidad.

No es la primera alianza, tampoco será la última, lo saben los críticos, pero no cejan ni cejarán, porque saben de la posibilidad real de que el PRI y sus aliados electorales tengan mayoría en la próxima Cámara de Diputados.

La campaña, más allá de los innumerables defectos y fallas del Partido Verde, la provocan los inocultables prejuicios de un sector de la opinión informada e ilustrada, cegados por una suerte de fanatismo ideológico que parece nublar la inteligencia de los más lúcidos analistas. Olvidan que una cierta dosis de cinismo es la mejor herramienta para el análisis político, para ver las cosas como son, no como deberían ser, según recomienda Fernando Dworak.

El clima mediático de esta ofensiva de alguna manera lo reflejan las reflexiones del politólogo español Fernando Vallespín, publicadas en El País la semana pasada.

Dice Vallespín: “Los chismes de los partidos cotizan más que los discursos y los programas. En momentos en que el país necesita más que nunca de una reflexión serena sobre el futuro, el debate cae en una espiral preocupante”.

Y sigue: “Predomina una especie de populismo mediático, sujeto a una inacabable ristra de simplificaciones donde los gracejos se imponen sobre los argumentos, las demandas de rigor argumentativo se subordinan a los criterios que exigen la distracción y el entretenimiento”.

Aunque es un retrato de la situación mediática española, es un espejo en el cual sin gran esfuerzo podemos vernos nosotros también.

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