Inteligencia, voluntad, trabajo, oportunidad, paciencia, tiempo y suerte

José Elías Romero Apis

Estos que estamos viviendo son tiempos en los que es imperativo hablar de hechos y de realidades. Sin menoscabo de nuestras esperanzas, hay que prevenirse frente a la ensoñación. Requerimos que, tanto los gobernantes como los gobernados se refieran al Estado, a la nación y a la sociedad. No a la belleza, ni al placer ni a la felicidad. No como filósofos sino como estadistas. No complaciendo, sino conduciendo. Asumiendo su lugar sin simulación. Sabiendo y aceptando consecuencias. Trabajando, no especulando.

Dejando a un lado a los ilusos, cuyo drama es que siempre sienten que estamos muy lejos del paraíso y descartando a los paranoicos, cuya tragedia es que siempre sienten que estamos muy cerca del infierno, en el segmento de hombres sensatos, mesurados y maduros que, en política, se atienen a las ideas concretas y a los hechos reales sin creer ni en la lux perpetua ni en el fuego eterno, ha ido arraigando una riesgosa premonición de debacle y de decadencia.

Sabemos muy bien sobre los riesgos que la equivocación tiene para las sociedades. No el yerro menor que sucede a cotidiano y que puede repararse a voluntad o refrendarse a capricho, sin mayor costo ni mayor pena. ¡Nada de eso! Nos referimos al error que no tiene remedio y que cuesta a sus autores y a las generaciones que los suceden, mucho tiempo de sufrimiento y hasta de vergüenza.

De todas las formas de gran error de Estado hay tres que son supremas: cuando las sociedades o sus gobiernos se equivocan en el método, cuando desbarran en el proyecto y cuando desaciertan en el destino.

Nunca como hoy el mundo había llegado a un grado similar y ni siquiera cercano de politización. Hasta hace cien años el ejercicio político era, en casi todo el planeta, el patrimonio exclusivo de unas cuantas docenas de individuos. Fuera de ellos, la humanidad se componía por una enorme masa hundida en la bestialidad de la desinformación, de la incomunicación y, a la postre, de la indiferencia. No tenía contacto, ni mucho menos acceso, a lo que se decidía sobre ella.

Esta politización de la sociedad moderna es, por fortuna, irreversible. También lo es el hecho de que los asuntos del interés colectivo cada vez están más ligados a un actuar social civilizado, organizado y entendido de su influencia e impacto común. Esa acción sólo se logra con política. Sabemos los humanos de hoy que, sin ello, tendremos frente a nosotros solamente una ineludible decadencia. Esas, por citar dos y no cincuenta, son razones para creer que la sociedad futura será más política que la actual y que no existe a la vista ni el gobierno ni la sociedad cibernéticas, sino el gobierno y la sociedad políticas.

Son, estos, tiempos que reclaman, como rezaba el viejo refrán, inteligencia para usar nuestras posibilidades, valentía para aceptar nuestras limitaciones y madurez para distinguir unas y otras. Por eso, Charles Colton decía que la verdad tiene un amigo: el tiempo. Tiene un enemigo: el miedo. Y tiene una hermana: la libertad.

Toda gran obra política y toda gran obra humana requiere de siete factores para poder realizarse: inteligencia, voluntad, trabajo, oportunidad, paciencia, tiempo y suerte.

 

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