Algunas reflexiones sobre
la obra de Susan Sontag
Luis Terán
Sólo las personas superficiales no juzgan por las apariencias. El misterio del mundo es lo visible, no lo invisible.
Oscar Wilde
Susan Sontag eligió las palabras precedentes como epígrafe de su libro de ensayos, Contra la interpretación. En su búsqueda de significados, en su rastreo perceptivo, fue más lejos en sus investigaciones y cuestionó hasta la raíz, la forma en que se aplicaban los criterios. Desbocada como una bacante desenfrenada, atropelló con su inmenso talento el fondo de las frases y las destripó mostrándolas, tergiversadoras, ramplonas, simples, hechas a la medida justa de la mediocridad; de ahí al brinco de lo “camp”, fue el siguiente paso. Si no inventó el “camp”, si lo desarrolló y lo puso de moda, algunos lo confundían con lo “Kitsch”, aunque se trataba de un gusto estético: de algo tan malo, tan cursi, tan banal, surge algo disfrutable, por ejemplo: las películas protagonizadas por Mae West, todo en los años treinta. El humor involuntario que surge de la danza ejecutada con profesionalismo y sin ninguna gracia por Susan Hayward en El conquistador de Mongolia, de Dick Powell a fines de los años cincuenta. La novela de Jacqueline Susann, El valle de las muñecas, editada en 1967, que vendió millones de ejemplares. Lo que provocaban estos fenómenos culturales era la risa, la burla; los objetos en revisión estaban tan perfectamente elaborados que semejaban autoparodias. Difícilmente se podía aceptar que estaban realizadas en serio.
Su compromiso social también determinó que Sontag escribiera a fines de los años sesenta sobre la guerra de Vietnam, acerca de lo que la guerra estaba afectando a la juventud: la política bélica de los Estados Unidos. De qué manera veía y sentía el conjunto de los países del mundo a la Norteamérica en donde Sontag vivía. Ella observó en sus ensayos a una sociedad, por un lado pasmada y por el otro, desesperada.
Fue más lejos en sus visiones y rascó y rascó en el fondo de las palabras y encontró obstáculos que parecían inamovibles y ella los destruyó con su inteligencia feroz; estaba dispuesta a llegar a un punto donde se aclararan cuestiones que su erudición viva y su ingenio avasallador, en armónica procesión transitaban con un propósito diverso: iluminar los sentidos de los jóvenes que comenzaban a leer, provocar sus mentes con una retahíla de inquisiciones y dotarlos de las armas, los libros, que tal vez podrían responderles, además de llevarlos a otros pensadores y estos a muchísimos más.
Convertida en una “Best seller” universitaria viajó por el mundo y miró con penetrante avidez una civilización dominada por la cámara que si le convenía, olvidaba las doctrinas científicas, a los filósofos, a los académicos, a nadie le importaba quedar en deuda con los estudiosos. Se trataba de imponer una autoridad global, la de los Estados Unidos.
El miedo se filtró y sólo se aplicaron nuevas estrictas medidas de seguridad. Lo mismo en París que en Beijín; Londres o Addis Abeba. En este tiempo, Sontag escribió cuentos, novelas cortas, dirigió películas; pero más que nada realizó elaborados reportajes, orgullosa portadora de una voz lacónica y elegante, profunda, ágil, incisiva. Y como ella misma dice: “se ve lo que hay”.
II
Es habitual hoy en día ver plasmada la vida física con tanta claridad que nos da la impresión de verla discurrir ante nuestros ojos, ya sea en un noticiero o un documental, hasta en una película o en un programa de televisión.
Es una impresión que también podemos rescatar de algunas novelas en donde abunda el naturalismo, en ciertos ensayos que aceleran el proceso contemplativo y entonces se vuelve claro, lo que a su manera de ver, precisa ser ampliamente observado.
Las fotografías-señala Susan Sontag en su libro Sobre la fotografía, son quizá el más misterioso de los objetos que constituyen y densifican el medio ambiente que consideramos moderno. En realidad, las fotografías son experiencias capturadas y la cámara es el arma ideal de la conciencia en su afán adquisitivo”.
Es completamente aceptado que los grandes artistas son siempre visionarios. En esta época amenazante, de frecuentes crisis sociales y económicas, encontrar posiciones éticamente correctas resulta difícil de ubicar. Sontag recorre con paso firme el sinuoso camino de la evidencia: sostiene su auténticamente propia visión contra todos los pronósticos: así, en su ensayo sobre la enfermedad como metáfora, en la que ella misma es el sujeto a considerar porque en este momento padece cáncer.
Posteriormente, reelabora su texto y ofrece su perspectiva del sida. Las sociedades modernas son tan retorcidas en sus puntos de vista sexuales que parecen referirse a supersticiones. Aún así, la escritora insiste en expresar una declaración humanista que dejará impresa su posición ante un fenómeno social, provocado por una epidemia que ha tenido repercusiones mundiales.
III
Susan Sontag en El amante del volcán, su disquisición sobre el lazo que relacionó pasionalmente a Lord Admiral Nelson y a Emma Hamilton, comprende que su impulso a escribir sobre esta pareja no era precisamente llevado por el asombro y tampoco a destacar lo obvio; en cambio sí era el propósito descifrar la forma en que todo este asunto histórico afectó la conciencia de un militar inglés y qué tantos significados puede ofrecer al lector de este libro hoy.
Evocador y laberíntico, expone las contradicciones de un hombre y una mujer que luchan con el amor, envueltos en una sensación de amenaza. Aquí Sontag combina lo personal con lo analítico.
IV
En septiembre de 1970 viajé a Nueva York. Fui correo de un sobre con documentos para Susan Sontag. Me lo dio Julissa para entregárselo al hijo de la escritora. No pude dárselo porque se hallaba en París con su madre; hablé por teléfono a México y Rita Macedo me pidió que llamara a Pedro Cuperman, amigo de Carlos Fuentes y se lo diera a él. Cuperman, maestro de literatura y novelista, me recibió en su casa y fue el primero en hablarme de Susan Sontag como persona; también me contó algunas otras anécdotas divertidas, por ejemplo que él con Fuentes, hablaron profusamente de cómo debía llamarse el hijo de la estrella de cine, Claudia Nervo en la novela Zona sagrada, inspirada por María Félix y su hijo, Enrique Álvarez Félix. Decidieron el nombre de Guillermo y lo diseccionaron en Guillermito y luego, mito.
En mayo de 1971, en el Festival de Cannes, durante “La quincena de realizadores”, el escritor español, Vicente Molina Foix, me presentó a Susan Sontag, antes que entráramos al cine a presenciar la película, Los misterios del organismo, de Dusan Makaveiev. Iba acompañada por la actriz leyenda, Jeanne Moreau; la personalidad de la Sontag era arrolladora y la de Moreau, luminosa aunque discreta.
En 1972, Susan Sontag viajó a la ciudad de México, yo trabajaba en el periódico Excelsior, en la época de Julio Scherer. Acompañé a mi jefe, Eduardo Deschamps al aeropuerto a recibir a Susan Sontag. Al parecer vino a realizar un recorrido por varias ciudades del país, invitada por Javier Alatorre. Un excéntrico socialité.
En el puerto aéreo, a su llegada, colaboré en la entrevista, días después, llamé a la Sontag y organicé una visita con jóvenes cineastas en la Casa del Lago de la UNAM; ahí conversó con una docena de ellos.
Posteriormente, la llevé al rodaje de la película Palacio Chino, dirigida por Carlos “Chú” Castañón; participaban un grupo de intelectuales y actores: Daniela Rosen, Héctor Gómez, Mario Castillón Bracho, Arturo Ripstein, Claudio Isaac, Beatriz Baz y una veintena más.
Estas dos experiencias, la visita a los cineastas en la Casa del Lago y a la filmación de Palacio Chuno fueron motivo de dos reportajes que en se publicaron entonces en Excélsior.


