Al servicio de la propaganda

 

 

Si quieren unirse a esta aventura

háganlo, si no, no lo hagan.

James Bond

 

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

Por nueve días, el Centro Histórico de la ciudad de México fue arrebatado al uso público que le corresponde para transformarlo en un enorme set cinematográfico, el cual quedó al servicio de su majestad Michael G. Wilson, productor de este enésimo capítulo de la maniquea saga de James Bond.

El entusiasmo de autoridades capitalinas y federales no mitigó el sentimiento de “agandalle” de un espacio eminentemente público y popular, lo cual exacerbó la convicción de primacía de la simulación fílmica —y por ende mediática— que se ha apropiado de la vida pública mexicana para transformar a los ciudadanos en simples consumidores de efímeros impactos.

Para quienes viven cotidianamente el Centro Histórico de la ciudad como residentes, empresarios, trabajadores y comerciantes, establecidos o informales, la instalación de retenes y zonas restringidas a su uso y disfrute constituyó un verdadero agravio que acredita el desprecio de las autoridades delegacionales, capitalinas y federales a la vida cotidiana de quienes dan vida a esta emblemática zona de la ciudad.

La estrategia de insertar esta depredadora acción como “promoción turística” no atempera la sospecha colectiva de que el gobierno ha destinado recursos económicos a la producción de la película, con el objetivo de construir una “entretenida” cortina de humo cuyo subtexto induzca la percepción de que en México “todo está bien”, que la muerte es una pintoresca expresión folclórica, que la única violencia es fílmica y, además, que es combatida por un mítico agente secreto, quien en el epicentro de la vida política de México está del lado de los “buenos”.

A pesar de ello, la producción y exhibición de esta película no mitigará la pésima imagen que de nuestro atribulado país se tiene en el extranjero, ante cuyas audiencias las miles de víctimas de la “guerra contra las drogas” y los desplantes autoritarios de los narcogobiernos acreditan la peor crisis humanitaria del Estado mexicano, situación a la que se añade una crispación social generada por la rampante corrupción imperante en, prácticamente, todos los niveles del quehacer público de la nación.

El Centro Histórico se resiste a ser rehén de gobernantes que se asumen como dueños exclusivos del patrimonio cultural de la humanidad, cuyo autoritarismo niega su uso a las expresiones populares y culturales, así como al legítimo derecho a la manifestación, y lo denigran rentándolo —o peor aún, prestándolo— como set cinematográfico, y todavía se ufanan de ello como si fuera una buena acción de gobierno.

Junto con los vecinos agraviados, y parodiando al propio Bond, tajantemente rechazamos esta “aventura” propagandista impulsada por los gobiernos —federal y de nuestra ciudad— en aras de la propaganda subliminal con la que pretenden eclipsar la lacerante realidad que se vive en nuestro país.