Monika Zukowska
En el reciente 25º aniversario de la caída del Muro de Berlín, algunos jóvenes palestinos cavaron un hoyo en la barrera israelí de Cisjordania. Unos días después, otros activistas escalaron sus paredes de concreto de casi 8 metros de altura.
Estos eventos simbólicos tuvieron como objetivo, en palabras de los organizadores, subrayar que la polémica construcción no iba a prevenir que marcharan a la mezquita de al-Aqsa en Jerusalén, en las últimas semanas lugar de renovadas tensiones entre árabes e israelíes, pero anteriormente también del estallido de la Segunda Intifada en 2000. Aquellos acontecimientos motivaron a Israel dos años más tarde a construir una multikilométrica barrera física, defendida por sus promotores como la medida clave para restringir accesos desde el territorio ocupado y así proteger a los israelíes de ataques terroristas suicidas. La decisión fue unilateral; el muro no se negoció con los palestinos y su construcción pronto dejó de seguir la Línea Verde, reconocida internacionalmente como frontera entre Israel y Cisjordania, anexando de facto miles de hectáreas (10% del territorio), junto con sus recursos, sobre todo valiosos acuíferos, pertenecientes a los palestinos. Separó familias, redujo espacio vital y la movilidad de la gente, la aisló de sus campos.
A pesar de que importantes organismos internacionales lo consideren ilegal, el “muro de apartheid” (como lo llaman los palestinos) no se desmanteló y sigue siendo una de las herramientas de expansión, ocupación y control en la política de transformación de Palestina en estado judío.
Las estructuras arquitectónicas, como la barrera de concreto con sus torres de observación o los asentamientos de los colonos israelíes, sirven para reforzar propósitos y prácticas de lo que muchos analistas no dudan en denominar como la dominación colonial contemporánea. Convertidas en singulares elementos del intrincado conflicto israelí-palestino, son los nuevos símbolos de poder y también del “espaciocidio”.
Muy a pesar de los palestinos, el muro llegó a formar parte del paisaje e imaginario colectivos. Sin embargo, por ser una manifestación física emblemática de la ocupación israelí, no ha dejado de ser objeto de múltiples expresiones de resistencia, desde formas violentas hasta las más propositivas (como intervenciones artísticas: graffitis, videos, performances) y quizás por ello más llamativas para la opinión pública internacional. El hoyo en el muro es una de ellas, una expresión física del sentir de los jóvenes palestinos: “Sin importar lo altas que sean las barreras, caerán. Así como cayó el Muro de Berlín – caerá el muro en Palestina”.
El Colegio de México, mzukowska@yahoo.com