Real o virtual, natural o de lata
José Elías Romero Apis
En muchos mexicanos existe, hoy en día, la duda persistente en cuanto a que la democracia que estamos viviendo y la que habremos de vivir en los tiempos venideros sea real o meramente virtual. A diario nos preguntamos, como si se tratara de jugo de fruta, si es natural o es de lata. Quisiéramos creer que es un reflejo de la voluntad libre y espontánea de los ciudadanos a quienes, en su conjunto, los republicanos concebimos y referimos como soberanía nacional. Pero tememos que se trata de un producto de color grato y de sabor agradable pero hecho de compuestos artificiales, combinado con ingredientes adulterados y engalanado con etiquetas mentirosas.
Desde luego que no soy de los que pienso que la mayor virtud de un sistema político sea su pureza. También, como en los jugos, estoy cierto que un edulcolorante congelado de alto rendimiento llega a ser más aceptable que un extracto natural recién arrancado a naranjas amargas o descompuestas.
Pero, también, estoy convencido de que es peligroso que podamos estar ilusionados o ensoñados con una vivencia artificial que, en el vaso de la confusión, nos lleve a despertares llenos de decepción y de amargura, tan sólo por no tener en claro el tipo de vida política que estamos viviendo.
Si no es la pureza de un sistema democrático, lo que me parece ineludible de valoración es su esencia, su presencia y su eficiencia.
Veamos la esencia. En nuestros días la democracia es un producto bueno pero es un producto caro. Somos un país muy grande, muy poblado y muy complejo. Ganar elecciones cuesta mucho dinero. Pero, además, somos un país de pobres. Los ricos son pocos y los más de ellos no son generosos.
Por ello el dinero para los triunfos políticos tiene que conseguirse de donde se pueda. Y ese “donde se pueda” es peligroso para un sistema casi de nuevo cuño. Puede ser, como decíamos, un factor de adulteración.
Pero supongamos que todo el dinero que va a la política es angelical. El hecho de tener un origen virginal no garantiza, tampoco, su destino. Puede encaminarse desde el engaño mediático hasta el soborno electoral. Entonces, por la vía del fraude legal o por el de la corrupción inevitable, estaríamos ante una voluntad artificial.
Ahora, la presencia y la eficiencia. Los partidos políticos se han inclinado a transmutar de la confrontación ideológica a la mera contienda electoral. Sin que esto implique, necesariamente, la abdicación de credos políticos, cada vez las organizaciones políticas del mundo democrático se orientan más a concentrar sus esfuerzos en la conquista de las urnas, aun a costa del diferimiento en el triunfo de las conciencias.
Lo anterior, de ser cierto, tiene consecuencias prácticas incalculables. Una de ellas es que la contienda electoral requiera, forzosamente, de la concurrencia de los medios de comunicación.
Los medios de comunicación masiva no sólo tienen trascendencia como vehículo de comunicación entre partidos o candidatos y electores sino que, también, son sistemas de inteligencia propia. Producen su propio mensaje, generan su criterio exclusivo, editorializan su información. Los medios piensan por sí solos, tienen proyecto propio y no son neutros. Podrán ser imparciales y objetivos, pero casi nunca neutrales.
En estos supuestos, por mencionar lo mínimo, estamos ante el riesgo de que nuestra democracia no tenga ningún agregado respetable y que, como en algunos líquidos, lo más valioso resulte su envase. Que valga más el continente que el contenido.
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