El árbitro requiere madurez

 

 

Yazmín Alessandrini    

A tres meses de que se realicen las llamadas elecciones intermedias, donde estarán en disputa 2 mil 159 cargos políticos (500 escaños en la Cámara de Diputados, nueve gubernaturas, 641 diputaciones en 17 entidades, 993 presidencias municipales en 16 estados y las 16 jefaturas delegacionales en el Distrito Federal), vivimos un escenario que, a fuerza de presentarse con tanta frecuencia, pareciera ya ser la normalidad: que nuestra máxima autoridad electoral, en este caso el INE, de reciente creación, o mejor dicho sus funcionarios, en lugar de asumirse como el imparcial árbitro electoral de éste y todos los procesos electorales, dejándose seducir por las oropelescas trampas del ego, salten al ring mediático para buscar un protagonismo similar o incluso mayor al de los partidos políticos y sus candidatos.

No hace mucho tiempo, el 3 de abril del año pasado para ser exactos, Lorenzo Córdova Vianello, el día que asumió el cargo como consejero presidente, junto con una decena de 10 consejeros electorales, prometió que el INE sería una institución que actuaría con firmeza y autoridad, sin excesos ni defectos, que no sobreactuaría, que no tendría protagonismos innecesarios pero que, por otro lado, no dejaría de aplicar la ley con todo su peso y frente a quien sea cuando la regla se vulnere; igual señaló que el INE se comportaría como un árbitro que no olvidaría que su papel es la aplicación de las reglas del juego democrático que todos conocen, han pactado y reconocido.

Palabras, sólo palabras…

A 11 meses de distancia, el señor Córdova ha dejado de lado casi todo cuanto utilizó para vestir su discurso inicial como consejero presidente del INE y en lugar de proceder de forma sobria y mesurada ha optado, un día sí y otro también, por buscar en todo momento los reflectores, las cámaras las grabadoras, los encabezados y ser nota aquí, allá y acuyá. La coyuntura para el próximo 7 de junio, debido a los acontecimientos recientes que ya todos conocemos, le presentará a todos los mexicanos, no solamente a los que acudirán a las urnas a emitir su sufragio, un panorama sumamente complejo y lamentablemente nuestro árbitro electoral no ha podido o no ha querido abonar a favor de la estabilidad emocional del momento actual que vive México. Al contrario, con una actitud sobrada y retadora, se pone por encima de todos los actores involucrados, cuando su trabajo (espero no sonar como la Chimoltrufia) es trabajar para todos y no servirle a ninguno.

Cierto, nuestra máxima institución electoral es relativamente joven (nació, como organismo autónomo, apenas en 1990).

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