Jovita Millán

 Autor de una vasta obra que comprende cuento, novela, ensayo, poesía y crónica, Rafael Solana destacó también en la dramaturgia. Más de 30 obras estrenadas dan cuenta de su éxito en el campo teatral.

“Comencé a asistir al teatro desde mi más extrema infancia, al grado de que recuerdo funciones de María Conesa, de Esperanza Iris o de Roberto Soto; de un año en el que sólo contaba yo seis años de edad. Ya de doce o 13 era mi invariable costumbre ir al teatro cada domingo después de los toros”.

Así inició Rafael Solana su disertación en el ciclo ¿Qué pasa con el teatro en México?, organizado por el Instituto Mexicano Israelí en 1966, al recordar su primer acercamiento al arte escénico, pasión que cultivaría a través de la crítica y la dramaturgia.

Como crítico, ejerció la actividad desde los 14 años y como dramaturgo a partir de los 37, edad que consideró ideal para incursionar en el género, pues solía decir que una carrera en las Letras se desarrollaba con base en las etapas de la vida, de tal suerte que la poesía se correspondía con la juventud, el cuento y la novela con la mediana edad y el teatro con la madurez. En esta etapa, el autor habría de contar con los conocimientos, experiencias necesarias para enfrentar el que consideraba el más difícil de los géneros literarios.

Inició su aventura en la dramaturgia con Las islas de oro, estrenada el 18 de abril de 1952 en el teatro Colón protagonizada por Prudencia Grifell, Virginia Manzano, Miguel Ángel Ferriz, Alfredo Varela y Fernando Mendoza, entre otros y dirigida por Luis G. Basurto.

Contrario a su pronóstico de que la obra sería una más en el inmenso océano de estrenos y pronto se olvidaría, ésta fue acogida cálidamente por parte de la crítica y el público. En este tenor, los más reconocidos críticos de la época le dieron la bienvenida en su nueva faceta.

En su crónica publicada en Novedades, el 24 de abril de 1952, Armando de Maria y Campos escribió al respecto: “Hace sus primeras armas en el teatro con fortuna. Ennoblece su teatro lo buen escritor y literato que es…”

Por su parte, Celestino Gorostiza lo calificó de “inquieto y apresurado y con una gran capacidad de trabajo” en alusión a su intensa producción, pues entre 1952 y 1957 había estrenado siete obras.[1]

A Las isla de oro siguieron, en orden cronológico: Estrella que se apaga y Sólo quedaban las plumas, estrenadas en 1953, ambas dirigidas por José de Jesús Aceves en el Teatro Caracol y la Sala Chopin, respectivamente.

Las comparación entre las tres obras permitió a los especialistas, advertir un avance significativo en su factura, de tal suerte que Armando de Maria y Campos destacó que Estrella que se apaga no era una comedia chistosa, sino una sátira muy graciosa y describió el constante cambio de ánimo a que era sometido el público al pasar, de la risa a la carcajada, de la zozobra al estupor y de ahí a la real congoja: “Una divertida, interesante pieza de teatro, en la que lo mejor es el diálogo…aparte de la manifiesta habilidad para crear personajes pintorescos y…reconocibles”. [2]

Respecto de Sólo quedaban las plumas, a la pregunta planteada por Don Rafael sobre la que llamó “comedia agria”: ¿habré conseguido esa difícil mezcla de lo cómico con lo dramático que busco y que siento? Celestino Gorostiza respondió: Es lo mejor que Rafael Solana ha escrito en su vida”.[3]

Aventurado comentario, si tomamos en cuenta que aún no se estrenaba la que el mismo Solana consideraba la mejor de sus obras: Debiera haber obispas. Escrita ex profeso para María Teresa Montoya se estrenó el 29 de abril de 1954 en la Sala Chopin dirigida por Luis G. Basurto.

Poesía y farsa se fundieron de “una manera perfecta y tal vez por ello, a más de magnífica situación que da pie a la obra, ha sido ésta la que mayor éxito ha alcanzado” afirmó Gorostiza de ella, y tenía razón, pues justamente la amalgama de estos elementos la mantienen vigente. Del mismo modo, el personaje de Matea es paradigmático del teatro mexicano en la medida que, con su interpretación, se han fortalecido y reafirmado las trayectorias de las actrices que la han interpretado, Anita Blanch, Gloria Marín, María Teresa Rivas y Ofelia Guilmain, por ejemplo.[4]

Estas obras, a las que se sumó La ilustre cuna, dirigida por Gonzalo Correa, también en 1954, fueron suficientes para que Don Rafael conquistara su lugar en la llamada generación de los cincuenta, es decir, el grupo de dramaturgos mexicanos surgidos en esta década, cuya obra se caracterizaba por la búsqueda de rasgos propios de un teatro mexicano, que se proponía ser universal a partir de lo local.

Entre éstos se encontraban, Héctor Mendoza, Luis G. Basurto, Wilberto Cantón, Ignacio Retes, José Revueltas, Hugo Argüelles, Carlos Prieto, Federico S. Inclán extendiendo la nómina más allá del triunvirato integrado por Emilio Carballido, Sergio Magaña y Luisa Josefina Hernández.

El éxito de Solana como dramaturgo fue constante, prueba de ello son las 29 obras estrenadas entre 1954 y 1988 sin contar sus reposiciones, con lo que el censo se ampliaría constantemente, pues aún hoy día, se siguen representando, siendo unas de las favoritas de los grupos estudiantiles.

Tal fue la fortuna de Don Rafael en el teatro que sus obras tenían gran demanda por lo que no se vio en la necesidad de solicitar que se montaran: “Hoy no tengo tiempo bastante para satisfacer los pedidos que me hacen las empresas. Casi antes de que termine de escribir una comedia ya la están ensayando…casi no tengo obras encajonadas, una o dos, tal vez tres, sino todas las estreno”.[5]

Que se especializara en la comedia como género no fue casualidad, pues consideraba que al público habría de ofrecerle obras sencillas, con las que pudiera familiarizarse, identificarse, al abordar temas de la vida cotidiana con personajes comprensibles.

Se pronunciaba en contra del teatro pedante, entendiendo como éste a aquel enfocado en el preciosismo, en la intelectualidad, el que se hacía para disfrute de unos cuantos y desdeñaba al público general y lo alejaba de las salas: “Si se ejerce sin discreción [elevar el nivel intelectual] esa práctica, se corre el riesgo de romper los nexos que unen al teatro con el público, y ese divorcio sería la muerte y la falsificación del teatro”.[6]

A cien años de su nacimiento y con una amplia trayectoria en las letras mexicanas, es tarea ineludible rescatar la obra de Rafael Solana, ubicarlo en su tiempo y contexto. Editar y representar sus obras de teatro, pues, consideraba, “el mejor homenaje para un dramaturgo es la representación de sus obras”.

[1] Celestino Gorostiza. Teatro mexicano del siglo XX. México, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. XV. (Introducción)

[2] Armando de Maria y Campos. “Estrella que se apaga de Rafael Solana Saucedo, en el teatro del Caracol”. Novedades, 27 de febrero de 1953.

[3] Celestino Gorostiza. Idem.

[4] Ibidem.

[5] Rafael Solana. ¿Qué pasa con el teatro en México? México, Organización Editorial Novaro, 1967, p.130-131.

[6] Ibid. p. 136.