Magdalena Galindo

 

En esta breve intervención me referiré, entre las muchas facetas de Rafael Solana, a su tarea como periodista. Aunque obviamente él tenía en mayor estima sus incursiones en la literatura, sea como poeta, cuentista o novelista, las tareas del periodismo abarcan toda su vida. Se inicia en El Universal en 1929, lo que quiere decir, puesto que había nacido en 1915, por eso ahora lo homenajeamos en su centenario, que apenas tenía 14 años cuando publica su primera nota y sigue publicando hasta 1992, año de su muerte. Son nada menos que 63 años, que le dieron ese dominio del oficio que permitía una lectura siempre placentera. Durante los últimos años de su vida, los que van de 1981 a 1992, publicó semanalmente en El Día y a mí, entonces Subdirectora de ese periódico, me correspondía recibir sus artículos para publicarlos en la página editorial.

Quizá el rasgo más notable de esos textos de Solana es la amplitud del diapasón de su mirada. Sus dos grandes amores, el teatro y los toros, no aparecen, ya que estableció una especie de división del trabajo en su escritorio. Para el Siempre!, eran las crónicas de espectáculos, incluidos teatro y toros, para la página editorial otros temas.

El diapasón incluye literatura, pintura, música, cine, y algunas referencias, pues no podían desaparecer del todo, al teatro y al toreo. Se trata, como se ha dicho, de un hombre renacentista.

La lectura o la contemplación del arte, eran tan importantes para él como la escritura. Devorador de libros, había visitado igualmente casi todos los museos de Europa y muchos de América. No sólo hablaba francés sino, diría que era un virtuoso en el conocimiento del idioma galo. Poseía una cultura, pues, de las que ya no hay.

No se trata, sin embargo, de ensayos de crítica de arte, sino del comentario, de quien ha hecho de la cultura una experiencia vital. Son innumerables, los retratos de artistas, en los que incluye además de temas o estilos, el carácter personal, los hábitos, los datos biográficos.

Solana era, además, un escritor profesional. No sólo publicó alrededor de cincuenta libros, sino que jamás faltó su colaboración semanal en El Día o en Siempre!

De su estilo periodístico, habría que señalar que practicaba las dos grandes virtudes del género: la brevedad y la claridad.

Guiados por la memoria, sus textos tienen muchas aclarativas, paréntesis, digresiones, pero nunca dejan que el lector se pierda. Son textos volcados, como en todo buen periodismo, hacia el lector. Y la comunicación se establece plenamente, porque a pesar de los paréntesis, las aclaraciones o las digresiones, Solana jamás pierde una concordancia, ni olvida la estructura de su frase.

En sus textos podía haber erratas, pero nunca errores. El producto es una prosa tersa, sin estridencias, con la claridad, no exenta de elegancia, como principal virtud.

En parte por su propio carácter, pero también por esa vocación por el lector, otro de los rasgos definitorios de los textos de Don Rafael es un sutil humor, una leve sonrisa, para observar los cambios en las costumbres culturales, los tics de los artistas, los afanes de los políticos. Aunque en la mayoría de los casos trata con enorme generosidad a colegas y personajes, en algunas ocasioness, precisamente por su sentido del humor, puede llegar a la maledicencia, pero siempre, eso sí, con un ligero guiño de ojo, con una mirada juguetona, sin amarguras. Y siempre, con lo que podríamos llamar, las buenas maneras de la cultura.

Vistos en conjunto, los artículos editoriales como las crónicas de espectáculos de Don Rafael, conforman un amplio mural de la vida cultural en México que abarca desde los años veinte hasta los noventas. Y leer ese mural es, en verdad, una tarea placentera.

 26 de febrero de 2015