Eve Gil

Debo reconocer que hay un poco de trampa en esta reseña. Antes de llevarla a cabo, aguardé los resultados de la 87 Entrega de los Premios Oscar, en cuya terna para Mejor Actriz figuraba Julianne Moore por su interpretación a la protagonista de esta novela titulada en español Siempre Alice (Still Alice, su título original), de Lisa Genova. Me impuse asimismo no ver la película sin antes concluir la lectura para que la versión cinematográfica no se inmiscuyera en mi impresión del libro. Consideré que un personaje tan extraordinario como Alice Howland, interpretado por una actriz de la categoría de Julianne Moore, no podía menos que alcanzar el preciado galardón, como finalmente sucedió.

Pero no se trata sólo de interpretar a una mujer con Alzheimer. Alice Howland es memorable más allá de su enfermedad, partiendo del hecho de que ella sería la última persona que uno esperaría pudiera ser atacada por la que, considero, la enfermedad más triste, aunque toda enfermedad sea, en sí misma, una invasión de la tristeza. Esta lo es, principalmente, cuando ataca a alguien que no está en lo absoluto prevenida. Una mujer saludable de cincuenta años podría estar atenta a la menopausia, alerta incluso contra enfermedades propias de esa etapa, y como es el caso, asumiendo un estilo de vida que le permita sobrellevar dicha circunstancia. Pero Alice Howland, respetable catedrática de Harvard, madre de familia y esposa perfecta de un científico, dueña de una gran condición física, que lleva una vida tranquila y saludable, no puede estar prevenida contra algo tan fuera de su realidad como el Alzheimer, enfermedad que hasta hace muy poco se asociaba exclusivamente con la vejez y la inactividad intelectual. Se creía, por ejemplo, que la escritora y filósofa británica Iris Murdoch, la más célebre víctima de esta enfermedad, había tenido demasiado mala suerte. Una en un millón. La excepción que robustece la regla.

Uno de los rasgos de esta novela que amerita ser resaltado, es que se trata de una primera novela, escrita no por una literata, sino por una neurocientífica graduada, como su protagonista, en Harvard. Ha publicado recientemente una novela titulada Left neglected cuya protagonista, también femenina, padece “negiglencia hemiespacial”, provocada por un deterioro de los centros visuales de un hemisferio cerebral, que afecta severamente la percepción espacial, es decir, estos pacientes sólo ven lo que está de un lado de ellos e ignoran el resto.

Siempre Alice (Traducción de Francisco Pérez Navarro. Ediciones B, Barcelona) se publicó por primera vez en español en el año 2007, pero a raíz del estreno de la película inspirada en ella, se ha reeditado con una nueva portada en la que aparece Julianne Moore en una escena de la misma. Alice Howland no es perfecta, pero parece empeñada en alcanzar ese ideal. A los cincuenta años es una doctorada en Psicología por Harvard que imparte cátedra en el prestigiado edificio William James y goza de respeto profesional y social. Su relación con John, su esposo, prestigiado biólogo, no puede ser mejor: ambos han logrado ser pareja, sin por ello sacrificar sus proyectos individuales. Como madre, lógico, nunca es posible alcanzar la perfección. Sus primogénitos, los gemelos Anna y Tom, se han graduado respectivamente como médica y abogado… pero la pequeña Lydia, en quien centraba todas sus expectativas… la de las mejores notas, la que no tenía necesidad de quemarse las pestañas para sobresalir en los estudios, precisamente ella, se muda a Los Ángeles… ¡para triunfar como actriz! Para la académica, esa es una mancha negra en su impecable expediente, y aunque su esposo, científico y todo, parece conforme con la decisión de su tercera hija, Alice no tiene empacho en hacer patente su profunda desilusión. Fuera de este inconveniente que para la mayoría podrá parecer una tontería en relación con los enormes logros profesionales y personales de la doctora Howland, podríamos calificarla como una mujer más feliz que el promedio de las amas de casa estadounidenses de cincuenta años, porque además es guapa (aunque no pelirroja como Moore, sino de negro pelo rizado).

Una de las cosas que más ama Alice, es ser centro de atención. Adora hablar en público y todas esas miradas de admiración puestas en ella… pero la pesadilla comienza justo durante uno de esos discursos en un importante simposio de su especialidad, donde su memoria actúa de pronto como una pizarra a la que se le van borrando las palabras. Genova lo describe así: “No podía encontrar la palabra adecuada. Sabía lo que quería decir, pero la palabra concreta la eludía. No recordaba la primera letra, cómo sonaba o cuántas sílabas tenía. Y tampoco lo tenía en la punta de la lengua. Había desaparecido de su mente” (pp 18 y 19).

Luego de este primer desesperante momento en que Alice experimenta la sensación de ser víctima de una extraña trampa jugada por su propio cuerpo, considera un montón de causas, pero nunca… nunca el Alzheimer. No hay razón para ello: ¿quién enferma de eso a unos muy bien llevados cincuenta años? Ya. Primeros síntomas de la menopausia. Pero lo que parecía un incidente aislado se repite… y se repite. Alice empieza a temer que esos olvidos afecten sus clases, su carrera y acude a una revisión de rutina sin que la posibilidad del Alzheimer ensombrezca sus múltiples proyectos. Está convencida de que es un síntoma secundario que su ginecóloga sabrá cómo paliar. Cuando expone sus síntomas, la médica se alarma: No, no son síntomas de menopausia.

El vía crucis de la doctora Howland empieza con la simple posibilidad de padecer Alzheimer, idea tan tonta que, de principio, le produce risa. Pero paulatinamente la risa se convertirá en llanto… no un llanto derrotista sino fortalecedor, lleno de rabia y rebeldía. Alice Howland está dispuesta a derrotar al enemigo imbatible, pero éste va minando poco a poco su perfecta vida: desde la posibilidad de que algunos o sus tres hijos hayan heredado la proteína presinilina-1 —sólo los gemelos acceden a realizarse los exámenes genéticos; Lydia se abstiene— hasta su notable descenso en materia de rendimiento como catedrática. Empiezan las suspicacias. Que si la doctora Howland ha bebido demasiado últimamente. Que si la doctora Howland estará usando drogas. Que si la doctora Howland está siendo engañada por su esposo. Llegará el momento en que deberá declarar ante sus superiores que sufre Alzheimer… en que todos a su alrededor hablarán sobre ella y su enfermedad como si ella no estuviera presente o no pudiera escucharlos. Lisa Genova desarrolla espléndidamente las escenas del deterioro de Alice, de manera que no sea ella quien pierda dignidad a ojos del lector, sino quiénes la segregan, acaso de manera inconsciente: “(…) Al enfrentarse a su fragilidad mental, también se enfrentaban al inevitable pensamiento de que, en un abrir y cerrar de ojos, podía pasarles lo mismo. Enfrentarse a ella resultaba terrorífico (…)” (p. 203).

Aunque el final se intuye pues no se ha encontrado cura para el Alzheimer, ni siquiera un método que aplace sus efectos degenerativos más allá de unos pocos meses, Siempre Alice es una novela filosófica, envolvente, que sin dejar de lado la poesía que acompaña toda buena ficción, informa y explica de manera efectiva y natural qué es el Alzheimer y las posibles maneras en que puede acompañarse quien terminará por perderse a sí mismo.