Reforma educativa y el derecho a la educación

 

 

Yazmín Alessandrini     

Emilio Chuayffet Chemor, secretario de Educación Pública, lo dijo y lo dijo bien, refiriéndose a la reforma educativa, la primera reforma de gran calado propuesta por el presidente de la república, Enrique Peña Nieto: la implementación de la reforma educativa sólo se puede llevar a cabo junto con todos los maestros de México. Ni uno más, ni uno menos. Y es que, si la verdadera intención del gobierno federal es abonar en el terreno del progreso y el desarrollo, lo primero a lo que debemos aspirar todas y todos los mexicanos es poder contar con servicios educativos de calidad para todos nuestros hijos.

En su momento lo mencionó el profesor Jesús Reyes Heroles y ahora me atrevo a retomar sus valiosísimas palabras: “Los maestros han sido agentes de cambio y transformación y tienen todo para seguir siéndolo en el futuro”.

Y nuestro titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), con esa atingencia que sólo se puede adquirir gracias a vivir durante muchos años en las entrañas de las muy distintas y muy apremiantes necesidades de aquéllos considerados ciudadanos de a pie, sabe que se requiere urgentemente una revisión profunda (cuasi quirúrgica) del modelo educativo nacional. El derecho a la educación tiene que ponerse al día, tal y como quedó establecido en el Plan Nacional de Desarrollo porque sólo así se pueden alcanzar las metas de ésta y todas las demás reformas estructurales, y para ello es imperativo que cuenten con el mayor consenso posible en torno a ellas.

Al presentar el informe de avances de la implementación de la reforma educativa, el martes pasado en la Biblioteca de México, allá por la Ciudadela, Chuayffet Chemor puso el dedo en la llaga al puntualizar que la reforma educativa es una tarea de perseverancia y de apertura, no de aislamiento ni de intolerancia; de acuerdos y disensos, no de especulaciones; de debate y de antagonismos, pero no de aniquilamiento. La coyuntura actual ordena dejar de lado el paternalismo y las viejas prácticas autoritarias para que, finalmente, todos los mexicanos “aprendan a aprender”.

Sinceramente, no es fácil contar con el quinto sistema educativo más grande de todo el planeta. Sin embargo, también podemos hacer de esta circunstancia una enorme fortaleza. Pero para eso es sumamente trascendental que el Estado recupere totalmente la rectoría de la educación a través de acciones que detonen la erradicación del antiguo modelo y dar paso a uno nuevo, acorde con los nuevos tiempos.

Los cambios más recientes ya han impactado y beneficiado a 24 millones de alumnos en todo el país, pero todavía hace falta entusiasmar a los maestros pertenecientes al magisterio para que éstos comprendan que la reforma educativa no es una directriz coyuntural, sino un proycto de largo plazo que aspira sacudirse la inmediatez de la que han venido empapadas algunas acciones de administraciones anteriores.

 

 

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