La clase política en entredicho
Alejandro Zapata Perogordo
El enrarecido ambiente que rodea en todos los aspectos a nuestro pobre México pone de manifiesto un cuestionamiento por demás evidente: ¿en realidad ya tocamos fondo o aún falta? Lo cierto es que existe un diagnóstico común, sostenido y aceptado de manera general, de que nos encontramos en crisis.
Por más que se pretenda ocultar o justificar desde la parte oficial las dificultades por las que atravesamos, persisten las dos versiones: una del gobierno con su perspectiva optimista, minimizando los problemas y, aquélla que padece y comenta el resto de la sociedad, cansada y harta de vivir bajo los estragos de la decadencia.
El simple hecho de poner sobre la mesa la interrogante sobre si tocamos o no fondo, implica un descontento e insatisfacción de las decisiones y sus resultados. Los puntos que marcan la agenda de las campañas versan sobre la corrupción, la transparencia, la impunidad, la delincuencia y el desastre económico.
Incluso de forma adicional, los partidos políticos han puesto el dedo en la llaga, al señalar que van a investigar a sus candidatos para evitar infiltraciones de delincuentes en sus filas, pues dadas las circunstancias, no quieren correr esos riesgos, ni sufrir descalabros innecesarios. Aunque también se ven envueltos en la confusión y en las luchas intestinas, produciendo el transfuguismo de sus liderazgos que transitan y cambian de color con frecuencia. En ese tenor, es obvio que la clase política se encuentra en entredicho y requiere recuperar la confianza, sin embargo, esto les llevará tiempo y mientras tanto, la irritación sigue subiendo.
El diagnóstico es claro, lo mismo que las alternativas de solución, con su grado de complejidad: el combate directo a la corrupción no puede esperar, ha alcanzado niveles insostenibles, el problema estriba en que nadie cree en las autoridades y, por lo tanto, las considera carentes de calidad moral —después de tanto escándalo— para encabezar esa lucha.
En consecuencia, observamos barreras difíciles de franquear, la distancia entre gobierno y sociedad, sin ánimo de encontrar voluntad en la suma de esfuerzos comunes, condición sine qua non para el efecto de reencontrar la ruta adecuada y dar cauce al Estado de derecho, pone en tela de duda cualquier acción por buena que ésta sea.
No puedo asegurar que estemos en el fondo del pozo, aunque así da la impresión, lo que está a ojos vistos, hoy como nunca, es un generalizado malestar social, sin visos de solución, lo que acentúa la inconformidad y la protesta ciudadana.
En ese tenor, resulta fundamental el surgimiento de liderazgos sociales de trayectoria incuestionable, como diría don Manuel Gómez Morin, pecadores estándar, que estén dispuestos a poner los puntos sobres las íes, posibilitando el transitar por mejores caminos.
