Sara Rosalía
Desde hace rato, unos diez meses, andan en busca de los huesos de Cervantes, y el 22 de enero se dio luz verde a los investigadores para abrir la cripta de la iglesia de las Trinitarias, en pleno Madrid, cerca del Museo del Prado. En principio, los restos están donde los documentos indican que deben estar. Por si fuera poco, las religiosas comentan que cada monja superiora trasmite a la que la sucede el lugar donde se encuentran los restos de Miguel de Cervantes: “en la cripta al lado de la Inmaculada”. El problema, como sucede en estos casos, es la superpoblación, ya que los restos del escritor están con los restos de otros 17 cuerpos ahí enterrados. Ciertamente se encontró una caja marcada con las iniciales M. C., pero como las marcas son posteriores a la fecha de muerte del autor del Quijote, no constituyen una prueba irrefutable. Más confiable es que se encontró una moneda de 16 maravedíes de la época de Felipe IV y prendas litúrgicas también del siglo XVII.
Se trata de cuerpos que fueron inhumados entre 1612 y 1630 en la primitiva iglesia de las Trinitarias que estaba ubicada en otro lugar, y que fueron trasladados a la cripta en donde se encuentran ahora entre 1698 y 1730.
Aunque al frente de la investigación están el forense Luis Avial y el georradarista Francisco Etxebarria, hay otros muchos especialistas como antropólogos, expertos en textiles y hasta un alpinista que forma parte del equipo de los primeros y que no se descarta tenga que introducir el cableado de una cámara en algún recoveco. Se han hecho pruebas de termografía infrarroja y, por supuesto, de foto radar. El equipo reúne a unas treinta personas.
La antropóloga Almudena García Cid precisó que hay restos de al menos cinco niños y un mínimo de diez adultos, de ellos, cuatro masculinos, dos femeninos, dos probablemente masculinos y dos que no se han podido determinar.
Lo del ADN está en chino. Se anda tras la pista para compararlos con el de los restos óseos hallados, de una hermana cuyos restos están, si es que están, en un osario común. Se busca igualmente lo que quede de una hija natural y de la abuela del escritor.
Sin embargo, la pista más segura, aunque suene increíble, es la aportada por el mismo autor en célebre y nada elogioso autorretrato que hoy llamaríamos, en cuanto la Academia lo autorice, selfi: “Éste que veis aquí, de rostro aguileño (…), de nariz corva, aunque bien proporcionada (…) los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño (…) algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies (…)”.
Etxebarria, se informa, ha participado en el encuentro de los restos del cantautor Víctor Jara, asesinado por el gobierno de Pinochet, y participó igualmente en el examen de los restos del Presidente Salvador Allende y la exhumación del poeta Pablo Neruda.
Los huesos como atractivo turístico
Muchos, entre ellos el novelista Juan Goytisolo, ya se han pronunciado por que se dejen en paz los huesos de Cervantes, y la escritora Soledad Puértolas, como otros tantos, que mejor leamos sus obras. Recuerdo una clase de Sergio Fernández en que al caer, como quien no quiere la cosa, preguntó en su clase de Literatura de los Siglos de Oro: “¿quién no ha leído el Quijote?” Dos o tres levantaron la mano identificándose. Sergio tranquilamente ordenó: “Salgan de la clase y no regresen hasta que lo hayan hecho”, y tranquilamente esperó hasta que los compañeros abandonaron el salón. Existe un gracioso texto de Alfonso Reyes, quizás forma parte del libro El cazador, que en tono humorístico vecino de Los sueños, relata el hallazgo y nueva pérdida de los huesos de Quevedo.
Las casas de los escritores, y de los artistas en general, más si tienen museo me interesan. Siento incluso cierta debilidad por visitarlas, por espiarlas. En los viajes, si veo una ventana iluminada procuro asomarme al interior, pero nunca he ido a buscar una tumba digamos ajena. (Las pirámides egipcias son otro asunto, pero no me interesan ni las catacumbas de Roma, por ejemplo). Lo digo, porque en un artículo en El País, que leí y no volví a encontrar, se decía que las tumbas son el gran negocio. Se mencionaba, si no recuerdo mal, que los visitantes a la tumba de Shakespeare dejaban a su natal Stratford upon Avon unos 700 mil euros al año. Se citaban dos epitafios, que yo, como muchas personas, ya conocía. El de Shakespeare que dice así: “Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito el hombre que respete estas piedras, y maldito el que remueva mis huesos”.
El otro que se cita en ese artículo es del poeta John Keats: “Aquí yace aquel cuyo nombre fue escrito en el agua”. Este segundo, si no me equivoco lo leí por primera vez en Wilde, quien no sabía que se convertiría en el principal objeto de curiosidad del más famoso cementerio del mundo, el Père Lachaise, de París. Ahí están, entre otros, el gran Moliere, el fabulista La Fontaine y, claro, Marcel Proust y Edith Piaf. Aquí está también la tumba de Balzac y el escritor entierra aquí a su personaje más famoso, el guapísimo Luciano de Rubempré, protagonista de Las ilusiones perdidas y de Esplendores y miserias de las cortesanas. Por cierto, Isadora Duncan está en el Père Lachaise, y falsamente en nuestro Panteón de Dolores. En cambio, si no me equivoco, ahí reposa el escritor mexicano Carlos Fuentes. Baudelaire y César Vallejo están, como debe de ser, en otro cementerio, el de Montparnasse. En este mismo cementerio, la tumba de Julio Cortázar se ha convertido en un paseo ritual para sus lectores que suelen dejarle recados y conversar así con el artista. El autor de Rayuela tiene su tumba junto a su joven esposa, la fotógrafa Carol Dunlop. En nuestro continente, tal vez la tumba más visitada sea la del escritor de cuentos policíacos y de terror más célebre de todos los tiempos, Edgar Allan Poe.
De cualquier modo, Cervantes es quizás, el escritor más famoso no de la literatura española, sino universal. Su único rival a la vista es William Shakespeare
