Bernardo González Solano

Hay personajes que guardan la clase hasta la sepultura. Por ejemplo, el escritor uruguayo Eduardo Germán María Hughes Galeano (3 de septiembre de 1940-lunes 13 de abril de 2015), mejor conocido como Eduardo Galeano, autor del famoso vademécum de la secular explotación del continente americano desde Cristóbal Colón hasta la época presente, Las venas abiertas de América Latina  –uno de cuyos ejemplares regaló, en 2009, en un gesto de los que acostumbraba el extinto presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, a Barack Obama, presidente de Estados Unidos de América en la quinta Cumbre  de las Américas, en Puerto España, capital de Trinidad y Tobago, en medio de absurdo escándalo mediático–, “esperó” a morirse dos días después de la clausura de la VII Cumbre de las Américas, celebrada en la capital de Panamá.

Si hubiera muerto en la mañana del sábado 11, es posible que los 34 mandatarios reunidos en el país del histórico canal, que en 1999 EUA regresó al pueblo panameño,  hubieran guardado varios minutos de silencio en su honor, lo que le habría causado un soberano disgusto a Galeano que un buen día afirmó: “La palabra política se ha manoseado tanto que significa todo y no significa nada. Entonces desconfío mucho de la etiqueta política”. Y consciente de la realidad de la América Latina”, el escritor charrúa también dijo: “Mirá pibe. Si Beethoven hubiera nacido en Tacuarembó, hubiera llegado a ser director de la banda del pueblo”. Entonces, mejor que la reciente cumbre panameña pase a la historia por la fotografía del saludo de mano entre Raúl, el hermano de Fidel Castro Ruz, y el primer afroamericano presidente de Estados Unidos de América, Barack Hussein Obama. Fin de la Guerra Fría entre el Imperio y América Latina, coinciden los analistas. Y tutti contenti…

Aunque la VII Cumbre de las Américas convocó a los 35 jefes de Estado y de Gobierno del Nuevo Continente –en esta ocasión únicamente faltó la presidenta de Chile, Michelle Bachelet que de última hora suspendió su viaje por las inundaciones que afectaron al país, amén del escándalo de “corrupción” cometido por uno de sus hijos– y que la agenda de trabajo debería abarcar los principales problemas de América Latina (la corrupción, por ejemplo), el hecho es que la reunión se centró en los movimientos y las palabras de dos de los participantes: el presidente de Cuba, Raúl Castro Ruz (que asistiría al encuentro por primera vez en la historia), y el estadounidense, Barack Hussein Obama. Ambos mandatarios dieron la nota. En este sentido, la reunión fue un éxito tanto para el inquilino de la Casa Blanca, como para el hermano menor de Fidel Castro. Cuba dejaría ser proscrito del escenario latinoamericano gracias a la presión de las cancillerías iberoamericanas y a la decisión del propio Obama que junto con el hermano presidente cubano, anunció casi al finalizar el año 2014 que terminaba la guerra fría con La Habana.

“Todos somos americanos”, dijo Obama el 17 de diciembre. El mensaje se dirigía a los cubanos pero el eco se escuchó en todo el continente y otras capitales europeas y asiáticas. El anuncio de la apertura de negociaciones para el restablecimiento de relaciones entre ambos países cambió la geopolítica entre Washington y lo que despectivamente se ha dado en llamar su ·”patio trasero”. Al ratificarse la asistencia de Cuba a la Cumbre de las Américas, todo fue diferente.

El mero anuncio de la presencia de Cuba en la Cumbre redujo el antiamericanismo que habitualmente se palpaba en las pasadas reuniones de las Américas originando la tensión de los debates. Ahora fue diferente aunque los presidentes bolivarianos, Nicolás Maduro, Cristina Fernández, Rafael Correa, Evo Morales, no desaprovecharon la oportunidad y soltaron de su ronco pecho casi todo lo que quisieron en contra del Tío Sam y de su representante, el presidente Obama. Incluso, la insistencia del presidente venezolano para que en la declaración de clausura se recriminara a Washington por las sanciones impuestas a varios de sus funcionarios y por una supuesta amenaza de “invasión”, impidió que los participantes firmaran un comunicado final.  Los otros mandatarios presentes actuaron diplomáticamente, como el de México, Enrique Peña  Nieto que se reunió con varios de sus homólogos con los que trató asuntos bilaterales. Además, recibió un efusivo espaldarazo de parte del esposo de Michelle Obama al reconocerle (a “Enrique”) su oportunidad para lograr reformas legales en México, sobre todo en lo referente a la explotación del petróleo. En reciprocidad, el mexiquense ofreció los buenos oficios de México para apoyar la reconciliación entre EUA  y Cuba.

La generalidad de los medios de comunicación calificaron como “histórico” el encuentro entre el mandatario cubano y el estadounidense. No era para menos, ya que en 59 años no habían sostenido una plática entre ellos de más de cinco minutos. Cierto que Obama y Raúl Castro incidentalmente se saludaron en el funeral de Nelson Mandela en Johanesburgo en 2013. En aquella ocasión, al cruzarse en la ceremonia fúnebre, el cubano le dijo al mulato: “Yo soy Raúl Castro”. Ahí prendió la chispa de la futura reconciliación. Para entonces ya había transcurrido más de medio siglo. Fue precisamente en Panamá, en 1956, la última vez que un presidente cubano, el dictador Fulgencio Batista, y el de la Unión Americana, Dwight Eisenhower (el 34º presidente estadounidense; general de 5 estrellas en la II Guerra Mundial y comandante supremo de las Fuerzas Aliadas en ese conflicto internacional y primer comandante de la OTAN), se reunieron oficialmente, antes de la ruptura Washington-La Habana en 1961. La historia registra también el breve encuentro entre Bill Clinton –cuya esposa, Hillary Rodham Clinton, busca ahora la candidatura presidencial por parte del Partido Demócrata para llegar a la Casa Blanca–, y Fidel Castro durante una reunión de la ONU en Nueva York. Y nada más.

El apretón de manos Obama-Castro y su plática privada en Panamá no borra automáticamente las ofensas de la doctrina Monroe que en el siglo XIX consagró América Latina como el “campo de influencia” de EUA . Sin embargo, ahora, el propio Obama dijo al respecto: “Los días en que nuestra agenda en este hemisferio a menudo suponía que Estados Unidos podía interferir con impunidad están en el pasado”, y agregó que en este sentido Washington “no se impondrá en el diálogo”, pese a las “diferencias” que existan entre EUA y Cuba.

Por su parte, en un discurso fuera de serie –aunque muy a la Castro, abusando del tiempo en la tribuna, casi 50 minutos, ya que le “debían”, dijo, seis ocasiones en otras tantas cumbres para dirigirse a la audiencia–, Raúl se comportó como hermano del comandante y entonó un canto a la “lucha contra la opresión” desde la Revolución Cubana defendiendo, no podía ser menos, su ideología: “Hay que seguir luchando, seguir perfeccionando el socialismo”. En las antípodas del pragmatismo de Obama, el octogenario dirigentes cubano lanzó el mensaje clave que dió sentido a la cumbre y a la nueva política de la Casa Blanca –al menos por el tiempo que la ocupe Barack Obama–:

“Pido disculpas al presidente Obama –la pasión se me sale por los poros cuando de la revolución se trata–, porque él no tiene ninguna responsabilidad en todo esto. Hay que apoyar a Obama, él es un hombre honesto, y eso se debe a su origen humilde. He leído partes de su biografía en dos tomos, aunque todavía no la termino”. Lo que llamó más la atención del auditorio, que no perdía palabra, fue la exoneración de Obama del historial “imperialista” de su país. Castro reconocía que una nueva era diplomática había comenzado.

Las palabras de Barack Obama resonaban en los oídos de los mandatarios latinoamericanos que no esperaban que un gringo dijera: “Estados Unidos mira hacia el futuro. No queremos estar atrapados en la ideología. O yo, por lo menos, no lo estoy…La guerra fría ya terminó…No estoy interesado en disputas que francamente empezaron ante de que yo naciera”. Por el momento, Cuba está dispuesta a “pasar página” como manifestó Obama. Y Castro dijo que los culpables del bloqueo económico de la isla son “los 10 presidente” que precedieron al actual, pero no éste. “Todos tienen deuda con nosotros, menos el presidente Obama”. Y, el mulato, admitió, a su vez, “EUA no siempre ha estado a la altura de lo que predicaba”.

La VII Cumbre de las Américas fue de dos. Los problemas de fondo no se tocaron. En tanto, Obama le dió mayor peso a su legado internacional. La foto del saludo pasó a la historia. La realidad quedó igual. Y en 2017 habrá nuevo inquilino en la Casa Blanca. VALE.