Patricia Gutiérrez-Otero
Viejas creencias narradas en un antiguo libro y perpetuadas en una tradición dos veces milenaria que han desembocado en muchos países en un día feriado para ponerse hasta atrás en alguna playa.
El relato oriental, aunque en lengua griega, sencillo y, en su simplicidad, maravilloso. Un judío galileo, crucificado por los romanos, a instancias de los miembros del sanedrín judío (es decir del poder religioso judío del siglo I) fue enterrado en una tumba que prestó un notable judío. Lo enterraron al atardecer del viernes, antes de las seis de la tarde, antes de que iniciara el shabat, día santo de los judíos en que por ello no laboran ni realizan actividades, por lo que había que enterrarlo rápidamente, sin poder preparar el cuerpo como se debía. El shabat va de viernes en la tarde al sábado en la tarde, de las 6 pm a las 6 pm, según el calendario lunar. Tomando en cuenta esto, el relato dice así, según la versión del exégeta español Luis Alonso Schökel s. j. del Evangelio de Marcos, el más antiguo de los cuatro reconocidos: “Cuando pasó el sábado [el shabat], María Magdalena, María de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a ungirlo. El primer día de la semana, muy temprano, llegan al sepulcro al salir el sol. Se decían: —¿Quién nos correrá la piedra de la boca del sepulcro?// Alzaron la vista y observaron que estaba corrida la piedra. Era muy grande. Entrando en el sepulcro, vieron un joven vestido con un hábito blanco, sentado a la derecha; y quedaron espantadas. Les dijo:// —No se espanten. Buscan a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Pero vayan a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como les había dicho. Salieron huyendo del sepulcro, temblando y fuera de sí. Y de puro miedo, no dijeron nada a nadie.” (Mt 16, 1-8).
Posteriormente, la narración cuenta la aparición a María Magdalena, a otros dos, a los once. Éstos lo contaron a los demás, quienes no les creían. Jesús les pidió que proclamaran la noticia a toda la humanidad y les dijo qué señales acompañarían a quienes creyeran. Finalmente “fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios”.
El relato es uno de victoria de la muerte sobre la vida. El maestro, que había sido humillado, flagelado, torturado, crucificado (una de las muertes más injuriosas que aplicaba el ejército romano a los traidores), cuya muerte había causado desazón y miedo en los discípulos, había resucitado. “¿Por qué buscan al vivo entre los muertos? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que les dijo estando todavía en Galilea, a saber: este Hombre tiene que ser entregado a los pecadores y será crucificado; y al tercer día resucitará” (Lc 24, 5b-7).
En esta tradición lo importante se ha desfigurado a veces en quienes aún se apegan a ella, y en el resto el sentido se ha perdido. El relato judeocristiano del Sábado de Gloria se ha vuelto una entrada en un infierno del que muchos no encuentran la llave de salida, y no hablo necesariamente de los que están en las playas ahogados en alcohol.
Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se siga la investigación sobre los 43 normalistas de Ayotzinapa, que se dé marcha atrás en las reformas constitucionales.
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