Carmen Galindo

Primera de dos partes

Cuando leo el Quijote, lo primero que se me viene a la cabeza, aunque usted no lo crea, es el ensayo de Lenin, sí me refiero a Vladimir Ilich Ulianov, que lleva por nombre “León Tolstoi, espejo de la revolución rusa”.[1] Como recordarán ustedes, y si no lo recuerdan ahorita se los cuento, Lenin combatió las ideas políticas del autor de La guerra y la paz, pero cuando triunfó la revolución bolchevique dejó de lado el cristianismo a rajatabla, el populismo y las aldeas utópicas que habían provocado el enfrentamiento, para escribir ese breve, emocionado texto, que elogia (aunque también critica) la literatura de su enemigo político. El sorprendente texto, sorprendente por ser de quien es y por el escritor al que se dedica, no hace trampa, quiero decir no disimula, como quien mira hacia otro lado, la ideología del autor, pero al describir el procedimiento de Tolstoi observa que las soluciones sabias y las ideas más inteligentes, provienen en mayor medida de los personajes del pueblo y no de los que pertenecen a la nobleza. Como todos sabemos, el Quijote es un hidalgo, pero un hidalgo pobre y el rústico Sancho Panza, a contrapelo de lo que se decía antes, no es, de ningún modo, la antípoda del Quijote. No lo es, porque, a la vista de todos, y eso es un manantial de humor en el libro, sufre un proceso de quijotización, pero sobre todo, porque frente al Quijote que quiere vivir en la vida la ficción de los libros, Sancho representa el principio de realidad. Mientras el amo sufre toda clase de descalabros porque la realidad de su vida no cuadra con la de los libros, Sancho introduce la realidad a secas y a manos llenas.

Cuando durante el escrutinio de los libros, (que bajo cuerda parodia los procesos de la Inquisición) el cura descubre a Tirante el Blanco, lo defiende porque: “Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros de este género carecen”.[2] Pues bien, Sancho a cada paso le pide a su amo que coman, que duerman y en general que hagan todo lo que las personas, por el hecho de serlo, tienen que hacer. Se le desacomodan los huesos con las caídas, le duelen las tormentas de palos y lo humilla que lo manteen como a perro en época de carnaval. Él es quien advierte que los molinos son molinos y no gigantes o que el bálsamo de Fierabrás no cura, y vislumbra a la distancia que se trata de una bacía de barbero y no del yelmo de Mambrino por más que, encandilado por el Quijote, termine por partir la diferencia en dos y con gracia reconozca que tal vez sea un baciyelmo.[3]

Arte en movimiento

Mi segunda impresión al leer el Quijote recorre una doble vertiente. Por un lado, todo se pone en movimiento, es arte kinético, si me permiten la expresión. Movimiento incesante de gusto popular en la que el mundo se agita, es la memorable escena con Maritornes en que todos dan y reciben golpes, en la que todos huyen y se encuentran, o ésta otra que citaré enseguida: “De modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre”.[4]

Por otro lado, con lo de kinético quiero decir algo muy concreto, la pareja dispareja, como diríamos hoy, cabalga y cabalga en las áridas tierras de España como los charros en la pantalla fílmica de mi patria en los años cuarenta. Pero además, la figura de Sancho, a la que siempre le pongo, con perdón, la cara sonriente del actor cómico Fernando Soto, Mantequilla, también está en constante movimiento, porque Cervantes no es sastre de pueblo de los que toman la medida a las personas de una vez y para siempre. Como todo lector puede ver, Sancho se va quijotizando, Vargas Llosa, con un afán un poco simétrico, asegura que su lenguaje es popular en la primera parte y amanerado, dice, en la segunda.[5] La verdad es que la locura del Quijote es contagiosa y Sancho no ha sido ni quiere ser vacunado. Ciertamente, el autor nos deja sospechar que el ingenuo interés de Sancho va por el lado del gobierno de la isla, pero en repetidas ocasiones, como todos recordamos, Sancho trata de reanimar al Quijote invitándolo a irse de pastores, como quien dice, fugarse de las novelas de la caballería andantesca para irse a meter de cabeza en la novela pastoril. Por eso, puede decirse que existe un doble movimiento, el de cabalgar amo y criado sobre rocín y jumento, y el del propio Sancho que se va transformando,[6] que va creciendo, que va mostrando cada vez más su sabiduría de hombre del pueblo, con los pies plantados en la tierra, a la par que le va aumentando el amor por su disparatado amo y a nosotros, los lectores, se nos va haciendo Sancho más entrañable, como si fuera un amigo cada vez más cercano.

Como por sucesivas capas

Mi hermana Magdalena tiene, como yo, la convicción de que la magia del libro radica en que la novela procede acumulativamente, “por capas” me sugiere sobre el hombro mientras escribo estas líneas, de tal modo que, como ocurre también en Cien años de soledad, parte del secreto de la novela está en que nos vamos encariñando con los personajes y nos reímos de sus filias y sus fobias, como nos sucede con los amigos o los amores, en lo que llamamos la vida real (cualquier cosa que esto signifique). Sancho, más incluso que el Quijote, se va construyendo poco a poco, lo vamos conociendo cada vez más, como si al principio, dada su condición social, tuviera pena de mostrarse tal cual es, ante personas tan importantes como el Quijote o nosotros los lectores.

 

Sancho, la voz cantante

Lo otro ya quedó dicho, aunque no lo destaqué en el párrafo anterior. Sancho y el Quijote cabalgan y mientras cabalgan platican. Uno de los comentarios más inteligentes que he leído sobre el Quijote, o al menos así me lo parece, es el que dice que mientras el Quijote es la escritura, Sancho es la voz,[7] queriendo decir con esto, lo más importante de la obra: que el Quijote, inmerso en la literatura, representa la que hoy llamamos la ficción de los libros y Sancho encarna, ni más ni menos, que el ideal de Cervantes, la naturalidad, la verdad de la vida.[8] Aquí regreso a lo que dijo Lenin, Cervantes le atribuye esta verdad a Sancho, el más humilde de sus personajes, el que ni siquiera sabe leer ni escribir, ni se puede dar el lujo, como algunos ricos, de no estar interesado en lo indispensable para sobrevivir.

Ya la excepcional inteligencia de Michel Foucault ha delineado al personaje del Quijote: “Largo grafismo flaco como una letra, acaba de escapar directamente del bostezo de los libros. Todo su ser no es otra cosa que lenguaje, texto, hojas impresas, historia ya transcrita”.[9] No quiero dejar de decir, por un lado, que el Quijote todo, como Madame Bovary de Flaubert o El rojo y el negro de Stendhal, son una reflexión sobre la distancia que media entre la literatura y la realidad, y por otro, que Sancho, la voz[10] frente a la escritura que encarna el Quijote, abre el camino a la creación literaria de nuestro tiempo que se sustenta fundamentalmente en el horizonte de la lengua oral -como lo prueban Joyce y Kerouac o, entre nosotros, de diversos modos, Juan Rulfo, Elena Poniatowska o José Agustín- vale decir, escritores que por las artimañas del arte fingen que están hablando y no escribiendo. Entre paréntesis, cuando Sancho no es voz, sino escritura, se va por el lado del relato popular al soltar uno de los que llamamos “cuentos de nunca acabar” [11] y que son ejemplo invariablemente de la literatura oral.

Cuando Amado Alonso se refiere a las “prevaricaciones idomáticas”[12] de Sancho nos regala esta lista de errores, cometidos todos sin duda por el habla popular: “friscal por fiscal, litado por dictado, litar por dictar, ‘pastraña o patraña, presonaje por personaje, fócil por dócil y abernuncio por abrenuncio”.[13] Por más que las mejores quedan en un apartado ya no del habla popular como las anteriores, sino de invención propia de Sancho al llamar Feo Blas a Fierabrás, Malandrino a Mambrino o martas cebollinas a las cebellinas y no digamos cuando confunde a trogloditas con tortolicas, a bárbaros con barberos y a antropófagos con estropajos.[14]

 

Seres de carne y hueso

No quiero pasar de largo sin mencionar que la figura de Sancho es una en el texto y otra muy distinta en las imágenes. Cuando el narrador, ese que anda investigando la verdad de la historia del caballero en las memorias de la Mancha y otras fuentes, descubre el manuscrito de Cide Hamete Benengeli aparece descrita la estampa de Rocinante y la de Sancho Zancas que aparece con “la barriga grande, el talle corto y las zancas largas”;[15] sin embargo, de Doré para arriba y para abajo han omitido las zancas largas, (finalmente, pienso, no es más que la ilustración del manuscrito arábigo) y lo han preferido piernicorto, prueba otra vez de que para los ilustradores, como para los personajes de la segunda parte y no se diga para los lectores de todos los tiempos, el Quijote y Sancho son, ya se entiende que un tanto ilusoriamente, seres, más que de papel, que pisan fuerte en la realidad, como lo prueba el hecho de que nunca falta alguien que diga de otro “es un Quijote” o injustamente porque se identifica con el grosero materialismo “es un Sancho”.

 

[1] V. I. Lenin. “León Tolstoi, espejo de la Revolución Rusa” en Estética y marxismo. Adolfo Sánchez Vázquez, comp. 2 vols. México, Ediciones Era, 1970. Tomo I, Págs. 311-315.

[2] Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha. Edición y notas de Francisco Rico. Edición del IV Centenario. Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. México, Ediciones Santillana-Alfaguara, 2004. Primera parte. Cap. VI. Pág. 66.

[3] Ibídem. Primera parte. Cap. XLIV. Pág. 465.

[4] Ibídem. Primera parte. Cap. XLV. Pág. 470.

[5] Mario Vargas Llosa.“Una novela para el siglo XXI”. Prólogo a El Quijote. Ed. cit. Pág. XVI.

[6] Recuerdo, por ejemplo: “Cada día, Sancho -dijo don Quijote-, te vas haciendo menos simple y más discreto”. Segunda parte. Cap. XII. Ed. cit. Pág. 632.

[7]“Martín Morán ha señalado que Don Quijote representa la escritura y Sancho sería la voz, en el mundo de encrucijada entre oralidad y escritura”.advierte José Manuel Blecua en “El Quijote en la historia de la lengua española”. Don Quijote de la Mancha. Ed. cit. Pág. 1117.

[8] Cervantes hace una defensa, a ultranza, por la verosimilitud y lo natural: “Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que la leyeren, escribiéndose de suerte que facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y entretengan, de modo que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verosimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfección de lo que se escribe. Ibídem. Primera parte. Cap. XLVII. Pág. 491.

[9] Las palabras y las cosas. Trad. de Elsa Cecilia Frost. 18a. Ed. México, Siglo XXI editores, 1988. Pág. 53..

[10] “…que si te dejasen seguir en las [arengas] que a cada paso comienzas, no te quedaría tiempo para comer ni para dormir, que todo lo gastarías en hablar”, le dice el Quijote a su escudero. Segunda parte. Cap. XX. Pág. 699.

[11] Primera parte. Cap. XX. Pág. 180.

[12] “Las prevaricaciones idiomáticas de Sancho”. Nueva Revista de Filología Hispánica.   Año II. Núm. 1.1948.     Págs. 1-20. (El Quijote le dice a Sancho: “prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda”.Segunda parte. Cap. XIX. Pág. 693.Y Sancho revira a quien lo corrige “reprochador de voquibles.”.Segunda parte. Cap. III. Pág. 570.

[13] Ibídem. Pág. 9.

[14] Ibídem. Pags. 11-12.

[15] Don Quijote de la Mancha. Primera parte. Cap. IX. Pág. 86.