Patricia Gutiérrez-Otero

Tengo la sensación de que desde hace mucho no se pensaba tanto qué hacer con el voto como en estas elecciones, y eso que son elecciones intermedias. Quizá la otra elección que recuerdo en la que se gastó mucho cerebro, y mucha tinta, y hasta harto corazón fue en la elección del 2000 cuando Vicente Fox ganó aparentemente por el apoyo del “voto inteligente” o “voto útil” o “voto de castigo”. Lo importante era ir contra el gran dinosaurio, y el panista de recién ingreso parecía tener posibilidades de lograrlo. Debo confesar que yo voté por él, no muy convencida, pero mi gran amigo Javier Sicilia logró persuadirme de la oportunidad histórica de terminar con las decenas de años en el poder del Partido Revolucionario Institucional. Hoy su recomendación no sería la misma; la poca fe que tenía en el sistema electoral ha desaparecido. Sin embargo, en ese entonces la meta se logró. El tal Vicente llegó a la presidencia, quizá por un pacto secreto con Ernesto Zedillo, pero no sólo para no desmantelar al PRI, sino para darle un segundo aire y un gobierno de hecho detrás de su postura de títere.

Luego de Fox, vino otro panista, éste sí de raigambre, el genio de la guerra contra el narco, y usurpador de la presidencia en unas elecciones que de facto ganó López Obrador. En estas elecciones las cosas quizá habrían sido distintas si el movimiento zapatista, tan respetado y querido, no hubiera recomendado no votar por nadie, tampoco por López Obrador. ¿Cuántos votos le restó al tabasqueño? Los suficientes para que la contundencia de su triunfo se viera eclipsada por las estratagemas descalificadoras y fraudulentas del partido en el poder.

Siguieron las elecciones del 2012, las de la infamia, las del regreso del dinosaurio, elecciones otra vez dolosas. De nuevo, la descalificación a López Obrador con el apoyo del inmenso poder de Televisa, candidato que padeció el menoscabo del voto de los que se sintieron amenazados por esta campaña difamatoria, y de otras tretas sucias y corruptas; que sufrió la pérdida del no voto de la izquierda zapatista, y que, además, esta vez, sufrió la negación de otro voto ciudadano: el de muchos simpatizantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, cuyo líder, en un arranque emotivo, denegó el voto al candidato de la izquierda, juzgándolo de la misma calaña que al resto, aunque a veces intentó decir que en todo caso era el menos malo.

Hoy, muchas voces piden no acudir a las urnas, como las del movimiento zapatista y la del poeta; otras, impedir las elecciones, como las de los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa; otras, anular el voto; otras, introducir una boleta adicional pidiendo la renuncia de Peña; otras, votar localmente por los candidatos; otras, otorgar un voto de confianza a Morena y darle todos los votos para equilibrar los poderes.

En todo caso, el voto se sigue reflexionando, y comienzan a aparecer los candidatos independientes, como Beto Merlo, joven de 23 años, estudiante de Ciencias Políticas en la Ibero Puebla, de humilde extracción y presencia inteligente, que se postula como diputado federal por el distrito 6 de la capital del Estado de Puebla.

¿Podremos ahora arrebatarle algo de su bocaza al gran dinosaurio? ¿Cómo? A seguir informándonos y pensando.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se respete la Ley de Víctimas, que se investigue seriamente el caso de Ayotzinapa, y que el pueblo trabajemos por un Nuevo Constituyente.