Bernardo González Solano
La actual crisis migratoria en el mar Mediterráneo –tumba sólo en lo que va del año de más de mil 800 personas–, no ha suscitado la rápida respuesta que la humanidad hubiera esperado, sobre todo de la Unión Europea (UE), además de que el problema no se circunscribe al Viejo Continente, sino que es una “epidemia” que afecta también en Asia (como sucedió con los balseros vietnamitas después de la caída de Saigón en 1975, cuando trataron de escapar, por mar, del régimen nordvietnamita más de 500 mil personas, muriendo en el intento entre el 10 y el 15 por ciento y muchos otros sufrieron trabas y cuotas de inmigración incluso en los países que aceptaron recibirlos), y en América, en una larga e ininterrumpida cadena de migrantes procedentes de Sudamérica y Centroamérica, pasando por México, con destino al último imperio, la Unión Americana.
Para concretar el problema, solo hay que decir que en la actualidad, en todo el mundo hay más desplazados que en cualquier otro momento desde la II Segunda Guerra Mundial. Entre 40 y 50 millones de personas son refugiados o desplazados internos. Lo peor del caso es que el vigente régimen internacional para protegerlos ya no da para más. El sistema mundial de protección de los refugiados se basa en la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados que impone a los Estados que lo suscribieron la obligación de proteger y ayudar a los exiliados que llegan a sus territorios. Esto no sucede así. Y no únicamente en Europa, sino en todo el planeta. El espíritu de solidaridad sólo existe en la letra, que, por desgracia, ya está muerta. Así son las cosas. Nada más, nada menos.
Las cifras del problema migratorio son variables. No hay estadísticas “oficiales”. Sin embargo, los últimos datos se refieren a cifras récord en una generación. La Organización no Gubernamental (ONG), Consejo Noruego para Refugiados (NRC), registra 38 millones de desplazados internos en el mundo en 2014 como consecuencia de la violencia y las guerras. Asimismo, el Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC), del propio NRC, en su informe global 2015 titulado Desplazados Internos por Conflicto o Violencia, asegura que se trata de la peor situación de ese tipo en una generación. Es el tercer año consecutivo en que el número de desplazados registra ese volumen. El 60 por ciento de esos casos corresponde a Irak, Sudán del Sur, Siria, República Democrática del Congo y Nigeria. En Irak hubo 2.2 millones de personas que abandonaron sus hogares, mientras en Siria 9 millones tuvieron que desplazarse, de los cuales 3 millones son refugiados, el número más alto a nivel mundial. Una gran mayoría se refugió en países vecinos como Jordania, Turquía y Líbano. Ante esta avalancha humana los gobiernos libanés y jordano han cerrado sus fronteras, lo que ha forzado al cambio de rumbo a estos desesperados. Sin más alternativas, un número cada vez mayor de ellos emprenden el azaroso viaje a través del Mediterráneo para llegar a Europa.
De tal suerte, los dirigentes de la UE han reaccionado sólo que al hacerlo tergiversan las causas del asunto: atacar las redes de traficantes, reforzar el control fronterizo y la deportación, no son la solución. Así, Bruselas ha convertido una tragedia humana en una oportunidad para consolidar las políticas de control de la emigración, en lugar de fincar un acuerdo internacional coherente para tratar de resolver de fondo el grave problema.
Alexander Betts, en su artículo “Operación global de rescate” explica: “Las muertes en el Mediterráneo tienen dos causas principales. En primer lugar, la abolición en noviembre de 2014 de Mare Nostrum, un eficaz programa de búsqueda que salvó el año pasado más de 100 mil vidas, provocó de inmediato una reducción del número de rescates. En segundo lugar –y más importante– hay una crisis mundial de desplazados. Sabemos que en la tragedia de la semana pasada, como en las estadísticas generales sobre personas que han cruzado este año el Mediterráneo, una proporción cada vez mayor procede de países generadores de refugiados, como Siria, Eritrea y Somalia. Son personas que huyen de conflictos y persecuciones…otros proceden de países relativamente estables como Senegal y Malí, pero la mayor parte son ahora casi con seguridad refugiados”.
En tan intrincado contexto no hay soluciones fáciles. Pero algunos, como Matteo Renzi, el primer ministro de Italia, creen que lo mejor es declararle la “guerra al tráfico” de personas e inmediatamente sus colegas lo imitaron. Pero esta visión oculta el hecho de que no son las redes de contrabando de personas las que originanas migraciones, sino que éstas aprovechan la demanda existente. Perseguir a los traficantes –que obviamente hay que hacerlo–, es buscar un chivo expiatorio, pero esto no resuelve el problema. Así como ha sucedido con la “guerra contra el narcotráfico”. Muchos analistas afirman, en contrario sensu, que la persecución gubernamental –forzosa–, encarecerá el “servicio” que se cobre a los desesperados e introducirá en el mercado situaciones cada vez menos escrupulosas con el aumento de la peligrosidad de los viajes.
Desde 2012 las redes de traficantes se han “profesionalizado” cada vez más, ante la avalancha de migrantes clandestinos desde el estallido de la “guerra civil” en Siria –que muy pocos llaman así, aunque ya ha causado casi 300 mil muertos–, el colapso en Libia y la inestabilidad en el Sáhara y el llamado “Cuerno de Africa”, donde han operado piratas que secuestran embarcaciones y exigen fuertes cantidades a cambio de su liberación. Ahora, los traficantes no sólo transportan –a bordo de embarcaciones en pésimas condiciones– a los infelices migrantes, también falsifican documentos, pasaportes y visados, para intentar entrar a Europa por cauces legales como en aeropuertos de países de baja inmigración. Además “son redes violentas organizadas ” con gente en los países de salida como en los de recepción”. Además, ya hay traficantes armados que enfrentan a la policía en alta mar cuando tratan de salvar a migrantes en pésimas condiciones, etcétera, etcétera.
En estas condiciones, la UE podría lanzar en junio próximo, un operativo aeronaval para intentar contener el flujo migratorio y neutralizar a los traficantes de personas. La decisión aún requiere una complicada serie de preparativos legales y técnicos, pero todos saben que Europa no puede permanecer con los brazos cruzados. Federica Mogherini, la italiana jefa de la diplomacia de la UE, declaró:”se trata de un caso urgente”…”Europa comenzó una carrera contra el tiempo, pues con la llegada del verano debemos esperar un mayor número de migrantes”. La tragedia ronda el arribo de los desesperados. De los mil 800 que se han ahogado desde principios de año a la fecha, 900 de ellos perecieron en un solo naufragio ocurrido el 18 de abril cerca de las costas libias.
Por otra parte, olvidados de la mayoría de los medios de comunicación, miles de asiáticos (fuentes de la ONU aseguran que suman 25 mil personas sólo en 2015) abandonados en el mar de Andamán (parte del Oceáno Indico situado al sureste del golfo de Bengala, al sur de Birmania, al oeste de Tailandia y al este de las Islas de Andamán de las que recibe el nombre), buscan refugio en algún país de la zona y ninguno quiere recibirlos. Cálculos de funcionarios de organismos internacionales dicen que alrededor de ocho mil personas se encuentran en destartaladas barcazas en varias partes del mar, sin recibir casi ayuda y alimentos, están abandonados por los traficantes ante la costa de Tailandia. La mayoría proceden de Myanmar (antigua Birmania) y de Bangladés (o Bangladesh). Cerca de mil están frente a la isla indonesia de Sumatra; otros miles no tienen tanta suerte. Las autoridades de Malasia, Indonesia y Tailandia les impiden arribar a tierra firme y los dejan a su suerte. Algunas informaciones de la BBC y del periódico The New York Times dan cuenta de la desesperante situación de los migrantes. La mayoría son refugiados de la minoría Rohingya, de religión musulmana, que vivían en Myanmar, país de mayoría budista, donde les niegan la ciudadanía desde 1982, el derecho a poseer tierras o de procrear libremente manteniéndolos recluidos en espantosos campos de concentración. El gobierno birmano los considera inmigrantes ilegales bangladesíes, no obstante que están asentados en el país desde hace muchas generaciones. Nadie puede asegurar su suerte, pues los gobiernos del área no dan señales de ceder a sus demandas. ¿Y la ONU?, bien gracias. Ban Ki-Moon, dijo a los países implicados que el “rescate en el mar es una obligación internacional”. ¡Fantástico! VALE.
