Camilo José Cela Conde
Madrid.- La prensa bien española—la muy de derechas, por entendernos—arremetió de inmediato contra Juan Goytisolo por la forma como acudió éste a la ceremonia en la que el rey le entregaba hace poco el premio Cervantes. Copio la descripción de uno de esos diarios que se complacen en proclamarse conservadores: chaqueta verde como de “casual friday”, camisa de color garbanzo y corbata con rayas verdes.
El hecho de poner el día de la semana en minúscula, contra lo que exige la gramática del inglés, lo compensaba la crónica apuntando que se trataba de la misma chaqueta, camisa y corbata que había lucido el escritor el día anterior en el Palacio Real de Madrid. En las fotografías la chaqueta tiraba a marrón pero da lo mismo. Se trataba de subrayar el desapego de Goytisolo por la etiqueta, aún más criticable citando unas palabras suyas en las que decía que, si le obligaban a ponerse de etiqueta, elegiría la chilaba.
Los columnistas de tales diarios contribuyeron a enviar a Goytisolo a la hoguera aunque fijándose más en su ideología que en su vestimenta.
El Gobierno español habría premiado a poco más que un infiltrado del yihadismo (¡lástima de la chilaba ausente!) como muestra añadida de debilidad del presidente Rajoy. Desde que saltó la noticia de la detención del ex director del Fondo Monetario Internacional y vicepresidente del gobierno de Aznar, Rodrigo Rato, esa prensa del extremo del abanico político tiró con bala contra el Partido Popular por fraticida, suicida y blando, pecados todos ellos que parecen aplicarse a la concesión del Cervantes. Pero la guinda del pastel contra Goytisolo salió al día siguiente, cuando ya no se le podía sacar más jugo a su traje de escasa ceremonia porque ya se había recordado que incluso Alejo Carpentier, comunista feroz, había ido de chaqué a recoger su premio.
La guinda consistió en volver sobre unas declaraciones del año 2001 de Juan Goytisolo al mismo diario que las repetía ahora. En ellas, juraba no aceptar jamás el Cervantes, aceptando si hacía falta a ir al notario para poner por escrito el compromiso.
Semejante retahíla de ataques nada solapados no se han referido a lo que en verdad cuenta en todo aquél que recibe un premio como el que acaba de entregarse, que no es otra cosa que su obra.
Con o sin premio, que los escritores de gran talento no los necesitan —¿qué premios tuvo quien le da nombre al Cervantes?—, el legado literario es lo único que cuenta. Así les de por acudir a las ceremonias de guayabera, con túnica o en calzoncillos y camiseta; sean simpáticos o adustos, generosos o tacaños.
Ni siquiera su ideología importa porque todo eso desaparece en el momento mismo en que se van a la tumba pero queda la obra que nos dejaron. La única importancia de la postura política de un literato aparece con motivo de tragedias como la de García Lorca, que ahora hemos sabido que se le fusiló por homosexual, socialista y masón; jamás habría ido al paredón de ser de derechas. Pero eso no impide fusilar ahora en los diarios a Goytisolo. No nos engañemos: de militar en el Opus Dei, esa prensa que ahora le fulmina le habría aplaudido incluso el detalle de romper con el protocolo.
