El resultado de las elecciones municipales y autonómicas en España, celebradas el domingo 24 de mayo, puede ser resumido en una frase: la sociedad decidió castigar a los partidos políticos tradicionales.
¿Puede o debe ser considerada esta lección como una advertencia de lo que podría suceder en México el próximo 7 de junio?
Aunque son dos realidades políticas distintas, el mensaje no deja de ser válido para las democracias occidentales y, en particular, para la mexicana.
En contraste con los perfiles acartonados y poco creíbles que ha producido el negocio de mercadotecnia, el partido Podemos, de reciente creación, logra que una mujer de 41 años, Ada Colau —sin maquillaje, prototipo de un ama de casa clase media, víctima como la mayoría de los españoles de la crisis económica, dedicada a defender a quienes han sido desahuciados por los bancos—, gane la alcaldía de Barcelona.
Es el caso también de otra mujer, Manuela Carmena, también candidata de Podemos, quien estuvo a punto de quedarse con el Ayuntamiento de Madrid. Ambas, Ada y Carmela, fascinaron al electorado por ser resultado de movimientos sociales auténticos, apoyados por la misma ciudadanía y con los que muchos se identificaron por denunciar la corrupción gubernamental y contrastarla con lo que el español común y corriente sufre a causa de los recortes.
Sobre el partido Podemos se pueden decir muchas cosas. Es cierto, como aseguran sus más severos críticos, que se trata de una organización política menos democrática y más autoritaria de lo que muchos imaginan. Con dos líderes mesiánicos —Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero— que pertenecieron a la Unión de Juventudes Comunistas de España, influidos por el chavismo venezolano, con un discurso “socialfascista”, con un proyecto eminentemente populista, pero que logró conmover el sistema de partidos tradicional.
La Unión Europea ha pegado el grito al cielo. Así como llamó peligroso para la estabilidad el triunfo de Alexis Tsipras en Grecia —otro representante de las causas ciudadanas—, hoy se dice preocupada por el avance que ha tenido en España un partido como Podemos.
En México, se debe aclarar, no tenemos un producto como Podemos. Morena, aunque de reciente registro, es el reciclaje de un mesías y de los políticos resentidos que siempre han estado a su lado. Ahí no hay una presencia ciudadana verdadera, espontánea, sino más bien una cooptación.
Las candidaturas independientes sí pueden llegar a cimbrar el anquilosado sistema político electoral mexicano. Tal vez no este 7 de junio, pero sí en 2018.
El éxito de el Bronco es, como en España, producto del hartazgo del electorado hacia la corrupción de los partidos. Para decirlo de otra forma: no es el ciudadano desinformado, ignorante, despolitizado, el responsable de que un hombre inescrupuloso como Jaime Rodríguez —una seria amenaza para las instituciones— obtenga la simpatía de los neoleoneses.
La degradación moral e intelectual de los partidos, gobiernos y servidores públicos es lo que está detrás de un voto que ya ni siquiera es de castigo sino de desesperación.
En este sentido, México sí debe preocuparse, pero sobre todo entender por qué sucedió lo que sucedió en España.