Ninguna obra humana existirá para siempre
José Elías Romero Apis
La posible desaparición del Estado como forma de organización política no tiene objeción, desde un punto de vista lógico, a partir de la aceptación de que ninguna obra humana existirá para siempre, como sucedió con el clan, la tribu, el feudo y el imperio. Parece ingenuo pensar que el Estado sería la excepción de eternidad.
Creo que, antes de la extinción del Estado, habrá una metamorfosis o dilución de la democracia, la soberanía, la federación, la república y la división de poderes; si no desaparecen por completo, estoy seguro de que serán instrumentos políticos que no se entenderán como hoy los entendemos y no se usarán como ahora se utilizan.
Entre los síndromes que auguran tal extinción, no mencionaría la globalización, la desregulación ni la desincorporación porque mucho se ha hablado de ellos, y mencionaría sólo tres.
El primero sería la ilegalidad, muy especialmente la que se ejerce por grupos organizados cuya estrategia es reducir la acción, la operación, la presencia, la eficiencia y el prestigio del Estado. Sus formas más evidentes de concreción son la criminalidad, la ilicitud no penal, el desvío de autoridad, la arbitrariedad, la corrupción, la lenidad, la apatía, la ineficiencia oficial y la cultura de la ilegalidad.
El segundo sería la informalidad, considerada como la instalación de utensilios al margen del Estado pero más eficientes que él. Cito, como ejemplo, las redes sociales y los medios de comunicación, hoy más extensos, más rápidos y más transparentes que la comunicación oficial. Más aún, los gobernantes de muchas naciones se comunican mejor a través de sus páginas electrónicas que de sus voceros. Por eso, la información ya no es potestad exclusiva del Estado sino que, al contrario, éste recurre a las redes y a los medios para estar informado.
El tercero sería la irregularidad. Pongo, como ejemplo las organizaciones deportivas. La que más conocemos es la del futbol. Sus leyes, sus autoridades, sus jueces, sus sanciones y su funcionamiento nada tienen que ver con el Estado ni emana de él ni éste mete un solo dedo en ellas. No les autoriza ni les prohíbe cosa alguna. Es más poderoso un árbitro que una corte suprema de cualquier país. Ambos son inapelables, pero el árbitro es unitario y uniinstancial mientras que la corte tiene que juzgar en colegiado y después de varias instancias. Así, hay muchas organizaciones que son colaterales al Estado y constituyen verdaderas soberanías.
Me queda claro que, hablar de una futura extinción del Estado, a algunos los puede llevar a la incredulidad o a la risa. Me tranquiliza considerar que nadie debe preocuparse mucho por la extinción del Estado, porque no desaparecerá la política ni los políticos. Todo burócrata puede estar tranquilo porque, así como si desparece el libro, no desaparecerán los escritores.
Cuando esto suceda ya habremos desaparecido todos los ahora vivos. No regresaremos a las cavernas sino a formas más depuradas de poder político, porque para entonces habremos extinguido tantas cosas que la extinción del Estado será lo que menos nos preocupe.
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