Don Sixto Valencia

 

Escribo para los que esperan desde

hace siglos en la cola de la historia.

Eduardo Galeano

 

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

La muerte del historietista Sixto Valencia, ocurrida el pasado 23 de abril en la ciudad de México, provoca la recuperación de un importante aporte al imaginario colectivo de generaciones de mexicanos que crecimos y nos involucramos en las múltiples imágenes que semanalmente nos obsequiaba este hidalguense al ilustrar los argumentos concebidos por la señora Yolanda Vargas Dulché y otros autores de historietas con quienes colaboró asiduamente.

Si bien es cierto que la popularidad de don Sixto está íntimamente vinculada a la historia de Memín Pinguín, no es menos cierto que su creatividad se desplegó en las páginas de Biografías selectas, El Halcón Negro, El libro único, Milagros de Cristo o la popular revista Ayúdeme Doctora Corazón cuyos tirajes hacen palidecer a los best seller de autoayuda de nuestro tiempo.

La difícil infancia de la familia Valencia Burgos en Villa de Tezontepec se mitigaba por la afición al dibujo que tanto Modesto, el hermano mayor de don Sixto, como él desplegaban en cualquier superficie que encontraran a su alcance, en las que replicaban las ilustraciones que llegaban a sus manos.

A la repentina muerte de su hermano Modesto, se sumaron las penurias que obligaron a su familia a emigrar a esta ciudad, a la que llegaron a vivir a la colonia Roma. La conjunción de habilidades y destrezas hicieron que el joven ilustrador descollara como dibujante desde sus épocas de estudiante y que fuese contratado para ilustrar anuncios de la Sección Amarilla del directorio telefónico de la paraestatal Teléfonos de México.

La calidad del trazo de Sixto llamó la atención de la recién fundada Editorial Argumentos, cuyos directivos lo invitaron a integrarse a una floreciente empresa en donde desplegará su creatividad ilustrando los argumentos de Yolanda Vargas Dulché, quien en 1963 retoma la historieta Memín Pinguín —que desarrolló en 1943 junto a Alberto Cabrera para el Pepín del general García Valseca— cuyo éxito marcará un hito en la industria editorial mexicana, al responder a una exigencia social ávida de satisfacer una necesidad visual y argumentativa que suplieran la aridez de las novelas de autor carentes de imágenes descriptivas que encauzaran la imaginación del observador-lector.

El acelerado crecimiento de esta rama editorial se vio frenado por la masiva llegada de la televisión comercial, la cual conjugaba imagen y contenido de argumentos otrora impresos en los millares de ejemplares semanales que fortalecieron los clichés desarrollados por las habilidades de ilustradores tan diestros como don Sixto, cuya originalidad y creatividad debió someterse a proceso judiciales a fin de reivindicar la autoría que le corresponde al creador sometido a leoninos contratos editoriales.

Por ello la muerte de don Sixto Valencia y la del escritor uruguayo Eduardo Galeano obliga a reconocer que mientras que el mexicano ilustró para los que esperan en la cola de la historia, el uruguayo escribió para esa misma gente.