“… se dio cuenta de que todos los hombres se habían ido.

Quedaba él, solo, como un tronco duro comenzando a desguazarse por dentro…”

Juan Rulfo (Pedro Páramo)

Madrid.- El miedo y la ilusión, en sorprendente matrimonio, acuden hoy al parto de una nueva sociedad política española. Quedan atrás las prácticas oxidadas e insolentes y se diversifican las opciones para elegir a sus dirigentes.

No habrá mayorías absolutas en Municipios y Comunidades Autónomas. El 95% de alcaldes y presidentes regionales serán producto de coaliciones entre PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos. Los arreglos posteriores a la votación son imprescindibles para el triunfo de los candidatos que se disputan trece regiones, dos ciudades autonómicas y miles de ayuntamientos.

En este momento, España se abre a la democracia que no supimos aprovechar desde la inoperante Transición de 1978. Confundimos libertad con poder. Se nos negó la primera y abusamos del segundo, del poder. Hombres y mujeres de todo el territorio, casi dos millones de nuevos votantes jóvenes, expresan en las urnas que están hartos de las viejas fuerzas políticas contaminadas por la corrupción.

Caerán funcionarios públicos prevaricadores, falsos ideólogos y líderes sindicales abúlicos encarcelados por el Estado gordo y enfermo de gula. El mapa español cambia y los tradicionalistas tendrán que, cuando menos, revisar sus programas y actuaciones para recuperar la confianza de los habitantes.

Acabó el bipartidismo porque los porcentajes que salen de las urnas demuestran el claro propósito de modificar las reglas del juego. De alguna manera, los españoles quieren gobiernos que trabajen para la gente, acaben con la corrupción y se abuelen leyes totalitarias aprobadas con el único propósito de oprimir.

En las últimas dos semanas hay más encuestas que churros. En los medios de comunicación se elaboran sondeos a gusto de quien los ordena y contra los que consideran adversarios. Se hacen cada vez más personales, se interpretan de distinta manera y ocultan tendencias evidentes cubriéndolas con análisis subjetivos que distorsionan y desorientan a los votantes.

Los incondicionales del voto a favor de socialistas y populares son aquellos que, por lo general, temen perder privilegios y mantener la connivencia que dio lugar a las grandes fortunas de individuos y organizaciones que lucran sin mayor propósito que seguir haciéndolo.

El temor al cambio es un fantasma que persiste entre cientos de miles de personas que, aún en la actual precariedad, prefieren apoyar las políticas que han fracasado por si lo que llega es aún peor. Las clases medias viven en vilo, en la inestabilidad y se quejan. Pero, a la hora de llegar a decidir, optan por lo conocido, aunque se esté pudriendo.

De todas formas, la política nacional ha dado un paso adelante e irreversible. Inclusive los prevaricadores que siguen al frente de los gobiernos tienen que cuidarse porque lo que hoy ocurre en España, el aire fresco que se respira, será un ejemplo para el resto del continente. Iniciamos una revolución pacífica de grandes alcances.

Los comicios de este domingo estuvieron marcados por una gran asistencia de votantes. No como antes ocurría. Entonces, los perdedores en las encuestas manifestaban su rechazo absteniéndose de votar.

Desde ahora, no será así. Pero tampoco todo el monte es orégano. Podemos y Ciudadanos ocupan, aunque lo nieguen los ciegos por comodidad, un lugar distinguido en el ánimo de la sociedad. Si la votación hubiese ocurrido a finales de marzo o abril, estos nuevos partidos tendrían mejores resultados. Sobre todo, Podemos que ya no habla de utopías sino que ha cambiado parte de su lenguaje en propuestas que se adaptan más a la realidad de un mundo que se transforma con gran rapidez.

El líder Pablo Iglesias olvidó sus promesas sobre el impago de la deuda. En reuniones asamblearias, Podemos se presenta por sí sólo, coaligado con otras siglas o no tiene candidato. Es evidente que hay un parón en el progreso de esta formación política. La campaña en su contra es, a veces, injusta y vil, pero todo se vale en la política costumbrista.

Mientras tanto, Albert Rivera, de Ciudadanos, surge como partido catalán y se hace nacional desde hace unos meses por obra y gracia, otra vez más, del miedo de populares y socialistas que lo ridicularizaron tan obscenamente que ellos fueron los ridículos.

La Puerta del Sol y calles adyacentes se volvieron a llenar de indignados del 15M de hace cuatro años. Estos fueron el germen indiscutible para que el español de la calle se diera cuenta de que es imprescindible transformar el régimen, casi oligárquico, que sólo supo, o al menos lo supo muchas veces, lucrar y aplastar las reivindicaciones elementales de la gente que ha quedado en la pobreza.

Banqueros, antes considerados como padres de la patria, han sido forjadores de miseria y ejemplo de blanqueo de dinero. Se han coludido con empresarios amorales que hieren el buen hacer de la mayoría de los emprendedores medianos y grandes.

C´s, desde su concepción, es un organismo neoliberal que desea limpiar a España de corruptos pero sin modificar a fondo las estructuras actuales. O, al menos, sin exterminarlas. Es un partido del sistema y quiere luchar dentro de él. Por fortuna, éste va a desaparecer aunque cueste trabajo y sacrificios.

Además, el partido de Rivera ha demostrado con claridad que puede ser un sustituto o compadre del Partido Popular. Es de derechas, sí, pero no rancio y sí dispuesto a confraternizar con quien sea si se cumple con algunos de los requisitos que exige. Fuera de ideologías muy sobadas, la mejor manera de limpiar la arena política son los acuerdos entre las fuerzas de la izquierda representadas por el PSOE, Podemos e Izquierda Unida. De los males, el menos.

Los nuevos gobiernos serán variopintos y la gente constatará, sin duda, que hay un deseo de cultivar la honradez. La cuestión es si podrán lograrlo en vista de los intereses creados no sólo aquí sino entre la mayoría de las 28 naciones que conforman la Unión Europea. Ignorarlo es de tontos, ciegos y sordos.

En los próximos días y semanas veremos cuál es el oxigeno político que vamos a respirar. Todo ello en espera de la votación para jefe de Gobierno a finales de año, si antes no pasa algo imprevisto. El común de la gente desea que el santiagués se vaya con todo y sus ministros pero ¿hasta dónde estaremos dispuestos a luchar para lograrlo?

Estemos seguros que el caos no llegará nunca, no puede vencernos. Será el único al que derrotaremos si se atreve a intervenir. Porque de otra manera volveríamos a las cavernas mesiánicas y pestilentes de una gran parte del siglo veinte. 

Sin embargo, y pese a la evidencia de que el stablisment es ya una tienda en ruinas, déjenme ser generoso y unirme a “la gente de bien”: Hay que botar al PP, háganlo, por favor, boten a Mariano Rajoy para que España sea, al menos, respetada en el continente”.