Patricia Gutiérrez-Otero
(Primera de tres partes)
Quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta.
Papa Francisco
Francisco, el Papa, estaba casi obligado, por su lugar de origen y su historia, a escribir una carta en la línea de la Enseñanza Social de la Iglesia. Estas encíclicas son un acontecimiento moderno pues iniciaron con Rerum Novarum (Sobre las nuevas cosas) de León XIII a finales del siglo XIX para responder a cuestiones históricas “nuevas” ligadas con el desarrollo industrial. Desde entonces se ha vuelto tradición que los Papas escriban una o más encíclicas sobre las cuestiones sociales (políticas, económicas y culturales) según las circunstancias históricas más apremiantes. Así, en su tiempo León XIII escribió sobre la cuestión obrera, Juan Pablo II se detuvo más ampliamente sobre los peligros de ideologías que negaban la libertad individual en pro del bien común (entre otros temas, dado el gran periodo que cubrió su papado). Propio de estas encíclicas es tomar en cuenta la realidad observada a simple vista, estudiada por las ciencias e iluminarla a la luz de la fe.
La carta de Francisco, Alabado seas, toma como tema central “el cuidado de la casa común” que es la Tierra. No es la primera vez que se toca este asunto, pero sí la primera en que se le dedica toda una encíclica. Como también es tradición, Francisco se dirige a los hombres de buena voluntad para apremiarlos a conversar ante las catástrofes que ya están presentes y que se avecinan, sin olvidar dar gracias a aquellas organizaciones que han luchado contra los ataques a la Tierra y que han creado conciencia en el mundo sobre los actos que están destruyéndola.
Escrita en un lenguaje sencillo y accesible, teológicamente tiene tomas de posición que pueden pasar desapercibidas. Por ejemplo, es la primera vez que una carta suma la voz de un Patriarca Ortodoxo, el patriarca Bartolomé, a las de los Sumos Pontífices anteriores, para señalar que los actos que destruyen la diversidad biológica […] son pecados. También acepta abiertamente la presencia de Dios en su creación, su inmanencia, sin negar su trascendencia. Asimismo, habla de la subsistencia transfigurada (estas palabras son mías) de esta creación gracias a Jesús y a la intermediación del hombre. Igualmente, resalta la importancia de la belleza (uno de los tres atributos divinos: verdad, bondad, belleza, según la filosofía clásica) para salir de este atolladero. No deja de hablar de la necesidad de un diálogo entre las religiones y de que se prosiga el diálogo entre ciencia y fe. Y otras aportaciones más que necesitan un estudio sistemático.
El mismo Francisco advierte que hay ejes que recorren toda la encíclica, a pesar de la especificidad de cada una de sus partes. Algunos de ellos son: “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso […], la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida”.
En las próximas entregas me detendré sobre la visión del mundo como creación y don que alimenta la reflexión del Papa, y sobre la raíz a la que Francisco apunta como generadora de la destrucción “de nuestra hermana madre Tierra”: la tecnología ligada a las finanzas, el sometimiento de la política a la economía, así como una idea de progreso centrada en la ganancia individual e inmediata. Mientras, invito a usted, amable lector, a que entre en contacto con el texto mismo en el link http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se respete la Ley de Víctimas, que se investigue seriamente el caso de Ayotzinapa, que el pueblo trabajemos por un Nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo recuperen su espacio radiofónico.
