Camilo José Cela Conde
Madrid.-Tras las elecciones municipales españolas, el nuevo alcalde de la ciudad
Valencia, Joan Ribó, acudió al despacho en bicicleta a la primera jornada de trabajo y la fotografía se la publicaron los diarios en portada al día siguiente. Las alcaldesas de Barcelona y Madrid estrenaron cargo yendo en el metro. Se trataba de marcar distancias respecto de la época anterior, la de los coches oficiales, como muestra mejor de que las cosas han cambiado en España.
Eso está muy bien; la ciudadanía andaba harta de tanto fantasma disfrazado de autoridad que utiliza el chofer hasta para ir al cuarto de baño. Pero el cambio que se esperaba, el que ha llevado al terremoto electoral en consistorios y gobiernos autónomos, es otro. No sólo se exigía un poco de piedad hacia quienes han sufrido más la crisis económica sin haber movido ni un dedo para causarla —eso de que los españoles vivíamos por encima de nuestras posibilidades suena a chiste luego de que saltasen a la luz los episodios de corrupción—, no basta con el final de los abusos hipotecarios. Además de todo eso, los españoles queremos que las ciudades estén limpias, los transportes funcionen, los hospitales no vivan de precario y las escuelas recuperen algo de la dignidad perdida, que de tal suerte esa misma dignidad nos volverá también a quienes la dábamos por perdida ya.
La bicicleta y más aún el metro son los medios de transporte que utilizan quienes no tienen chofer que llevarse al volante y tampoco pueden dejar el coche metido en el garaje de pago durante la jornada de trabajo, es decir, la inmensa mayoría de los españoles. Sin duda que aplaudirán el gesto de los alcaldes de las ciudades más grandes pero también comprenderán, dentro de unos días, que los alcaldes, ya sean de uno u otro sexo, recurran de nuevo al vehículo oficial cuando las reuniones se les multipliquen y lleguen tarde a la próxima. Lo que cabe exigir a quien ocupa el sillón del primer ciudadano es otro tipo de gestos. Los de cumplir los compromisos absteniéndose de robar los dineros públicos, caer en la arbitrariedad y esquilmar los bolsillos de los vecinos a fuerza de tasas se les dan por supuestos para que logren marcar diferencias. Lo importante viene luego, cuando quepa comparar si en las ciudades se vive mejor o peor que antes.
El ministro español de Hacienda se ha curado en salud advirtiendo a los ayuntamientos y a las comunidades que las líneas rojas del presupuesto no pueden traspasarse. La capacidad de endeudarse del poder municipal y autonómico va a quedar reducido en gran parte y los controles destinados a evitar alegrías como las anunciadas en la campaña electoral serán muy estrictos. Así que las nuevas autoridades habrán de recurrir al milagro de los panes y los peces porque, con el ahorro del coche oficial, no van a tener ni para devolverle el chocolate al loro hambriento. En cosa de un año podremos hacer en España balance y calibrar tanto los logros alcanzados como las promesas cumplidas. Entre tanto, cabe pedir a los ciudadanos que vayan con un poco de cuidado y no atropellen a ningún alcalde ni alcaldesa en bicicleta. Denles una oportunidad.
