Zócalo, Palacio Nacional, Catedral, Sagrario…

 

 

No se alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz,

sino haciendo consciente la oscuridad.

Carl Gustav Jung

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

El 20 de diciembre de 2013, la ONU designó 2015 como el Año Internacional de la Luz, nominación impulsada por nuestro país ante la segunda comisión del organismo internacional, y cuyo objetivo principal busca “sensibilizar a los políticos del mundo y de organismos internacionales acerca de las posibilidades de resolución de problemas con la tecnología de la luz”.

A nadie escapa la relevancia de este tema que ha apasionado a la humanidad desde las más diversas interpretaciones culturales y científicas, por su aplicación al desarrollo de la humanidad, cuya huella ha sido la más importante conquista contra la oscuridad sideral que aterró y retrajo actividades sociales durante milenios, en virtud de la inestabilidad de los generadores de energía lumínica al alcance de sus épocas.

Por ello nos han merecido especial atención las atinadas observaciones de Gustavo Avilés a un medio periodístico, en relación con los retos que debe enfrentar la iluminación de monumentos, entendiendo que su objetivo primordial es poner en valor el patrimonio arquitectónico y los hitos urbanos de las ciudades.

Pionero en la especialidad, el iluminador Avilés colocó el Centro Histórico de San Luis Potosí como espacio urbano de la Comunidad Internacional de Iluminación Urbana, organismo al que pertenecen 70 ciudades emblemáticas como París, Medellín, Osaka, Helsinki y Rabat, merced a esa loable congruencia estética de la que adolece nuestra ciudad, rehén de “modas gubernamentales” y de estériles confrontaciones, en materia de iluminación arquitectónica, entre las instancias federales y locales.

Pruebas palmarias de lo mencionado son los disímbolos criterios exhibidos por los monumentos que circundan en la Ciudad de México el Zócalo, pues mientras que el Palacio Nacional, la Catedral y el Sagrario resaltan los valores de sus arquitecturas a través de sus discretos contrastes de luces y sombras, los edificios del gobierno local juegan al “alucine” —en la acepción de sinrazón— y a la estridencia cromática.

Es de reconocer que desde la misma ONU se impulsa una integración urbana que distinga por su color los monumentos, con acciones en pro de campañas de prevención y procesos de visibilización lumínica que nada tienen que ver con los excesos del gobierno local en monumentos y edificios que sólo exhiben una tiranía estética y que en el Paseo de la Reforma o el Monumento a la Revolución son notablemente reprobables, ya que desdibujan y diluyen sus valores arquitectónicos.

Por tales motivos, resulta imperativo exigir al Gobierno del Distrito Federal que rectifique sus equivocadas intervenciones lumínicas y que tomen muy en cuenta lo que para el psiquiatra suizo Gustav Carl Jung era una regla de oro: “la iluminación no se alcanza fantaseando sobre la luz, sino haciendo consciente la oscuridad”.