“Yo soy una señora: tratamiento arduo de conseguir, en mi caso…” Con la voz de la escritora y su poema Autorretrato comenzó la ceremonia en la librería que lleva su nombre en la Ciudad de México, en la que se recordó que de vivir hubiera cumplido 90 años.

El Fondo de Cultura Económica, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la UAM Iztapalapa y el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, así como el Centro Cultural Rosario Castellanos de Comitán de Domínguez, fueron las instituciones encargadas de rememorar la obra de la espléndida escritora el pasado 25 de mayo.

En el lugar se leyó un texto de Nahum Megged, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde se habló de la estancia de la maestra Castellanos como docente en aquella institución de Israel donde también fungió como embajadora de México entre 1971 y 1974.

El doctor en Letras Hispánicas comparó el destino marcado de un pequeño país como Israel con la personalidad de la literata. Incluso se refirió a su muerte, provocada al electrocutarse con una lámpara, y cómo Rosario Castellanos la anunció en un poema: “Yo no voy a morir de enfermedad / ni de vejez, de angustia o de cansancio. / Voy a morir de amor”.

La magia, así como la psicología y la muerte se unen para conformar la poética de la excelente narradora, profunda ensayista, notable dramaturga y entrañable poeta. La novela Balún Canán (1957), con tintes autobiográficos, es prueba de esa manera de crear literatura.

El Dr. Carlos Navarrete, destacado antropólogo guatemalteco, estudió la influencia de la también filósofa en los estudios etnográficos mexicanos y destacó su estancia, ya de adulta, en el estado donde pasó su infancia: Chiapas. Ahí desarrolló una intensa actividad junto a tzotziles y tzeltales, a través del Teatro Guiñol Petul que trataba de fomentar el desarrollo de los pueblos indígenas. Luchó contra las barreras del idioma, el conservadurismo y el eterno machismo que la persiguió en vida. El fruto que ese trabajo dejó fueron 12 libretos de teatro y el poema Monólogo de la extranjera, basado en una antropóloga foránea que no se acoplaba muy bien al exótico sureste mexicano.

Claudia Vidal leyó una carta que conserva Raúl Ortiz y Ortiz en donde nuestra escritora le contesta a Katherine O’Queen sobre el carácter de la mujer mexicana, donde lo que más destacó fue la opinión que tenía Rosario Castellanos sobre que las mujeres “deben emanciparse emocionalmente; económicamente, ya lo han hecho”. No sólo se refería al género femenino mexicano, sino a ella misma, como lo atestiguan sus Cartas a Ricardo (1994).

¿Qué diría Rosario del caso de los 43 de Ayotzinapa? Se preguntó Andrea Reyes, del grupo Mexicanistas de la Universidad de California, quien encontró no sólo 336 ensayos inéditos de la escritora, sino toda una trayectoria política, de lucha contra la censura y de crítica al gobierno por los terribles hechos de 1968 y 1971 en nuestro país, que nos hacen revalorar a Castellanos en su papel dentro de la vida política de México.

Y qué decir del contenido de los cursos que ella misma se ofreció a dictar durante su estancia en Israel. El estudioso Samuel Gordon recordó, como alumno en la Universidad Hebrea de la maestra Castellanos, que las clases fueron sobre la nueva novela en México, la llamada “Novela indigenista”, la filosofía mexicana orientada a descubrir la esencia de lo que es ser mexicano y sobre el teatro en México. Desde José Joaquín Fernández de Lizardi hasta Los errores de José Revueltas; Tomás Mojarro, Josefina Vicens, Jorge Ibargüengoitia, Juan Rulfo y Juan José Arreola; el Juan Pérez Jolote de Ricardo Pozas a Hasta no verte Jesús mío de Elena Poniatowska; Ignacio Ramírez, Justo Sierra, Lepoldo Zea, Emilio Uranga, Octavio Paz y Jorge Portilla; del Rabinal Achí hasta la trilogía de las Coronas de Rodolfo Usigli. El último curso ya no lo alcanzó a calificar. Gordon especula que su siguiente ciclo de clases sería sobre la poesía de sor Juana Inés de la Cruz.

Fue Samuel Gordon el último que habló con ella por teléfono el día su muerte. La embajadora había ido a Jerusalén a recoger un par de mesas. Dos horas y media después le habló su chofer, afectadísimo porque con todo el calor que hacía, la maestra sudaba tanto que se encontró a su paso con una lámpara y se electrocutó. Inmediatamente Gordon se dirigió a la embajada. La poeta ya había fallecido. Con la voz quebrada, mientras se limpiaba las lágrimas, Gordon expresó: “Nunca podré estar a la altura de lo que le debo, ni México. Chayito, donde estés, te amo”

Para terminar, la musicóloga Tere Estrada presentó un ambicioso proyecto de musicalización de los poemas de la poeta celebrada.

Entre el público se encontraban amigos, como Raúl Ortiz y Ortiz y María Guerra, alumnos de la escritora y su hijo, Gabriel Guerra Castellanos.

Para mí Rosario Castellanos es una de las más grandes escritoras que han existido en la lengua española. Escribió en todos los géneros y se interesó por un amplio espectro de los estudios humanistas. Pero frente a lo terrible de poemas como “Destino”, quisiera imaginármela, como me cuentan mis maestros que fueron alumnos suyos, con una sonrisa, llena de buen humor y con la mirada profunda e inteligente equiparable a los ojos que Miguel Cabrera imaginó que tendría sor Juana Inés de la Cruz.