Ricardo Muñoz Munguía
(Primera de dos partes)
El caso de Roy —el joven que fue arrancado de su hogar en Monterrey, Nuevo León, por un grupo de alrededor doce encapuchados, todos con armas de alto calibre y la mitad de ellos con chalecos de la Policía de Escobedo, el 11 de enero de 2011— ha sido para Letty Hidalgo, su madre, un verdadero calvario; también para Richi, hermano menor de Roy; ellos dos, de esa familia, principalmente, han estado más de cerca de lo que significa buscar a su ser querido; primero, con los secuestradores, quienes le hablan a Letty para pedir medio millón por el rescate, entonces ella llega a un acuerdo y lleva el dinero a una iglesia, no sin antes haber confirmado, por teléfono, con Roy mismo, de que estuviera bien y con vida, así ella cumplió pero los secuestradores no; en segundo lugar, con las autoridades correspondientes, lo que prácticamente no ha servido de casi nada, más bien ha sido de gran apoyo las investigaciones que se han hecho por cuenta propia de la familia, lo que ha ayudado en gran medida hasta para resolver otros casos de secuestrados, pero aún no para que regrese Roy.
Lolita Bosch, escritora que dirige el portal México Nuestra Aparente Rendición, entrega un volumen que se enfoca en Roy, el joven de 18 años de edad —ahora debe tener 22— que, cuando entró en su casa el comando y preguntaron quién era el hermano mayor, Roy respondió “Yo”, lo que le valió desprenderlo no sólo de su familia, sino que tanto a él como a cada uno de los integrantes de su familia, no les cambiaron la vida, les desaparecieron su vida.
En Roy, desaparecido, como en muchos casos más, se pagan los rescates pero en su gran mayoría no retornan a los secuestrados, ¿por qué?, ¿qué gana el crimen organizado sin dejarlos regresar?, la escritora Lolita Bosch nos contesta: “Depende del cártel y del momento. En muchos casos, la mayoría no los regresan. Y en muchos casos los utilizan para trabajos forzados: pisca, sicariato, contar dinero, usar su experiencia como químicos o expertos en computación, trata, trabajo doméstico en casas de seguridad… El crimen organizado gana mano de obra esclava. Y en ocasiones, aunque suene incomprensible, no los regresan por la pura pereza del trámite. Les resulta más cómodo matarlos o utilizarlos para calentar plaza, usarlos como narcomensaje… cosas así, brutales”.
Conforme avanzamos, y así hasta el final de las páginas, nos quedamos con la idea firme de que la policía no sólo es apática a las denuncias, sino que son ellos mismos, en buena porción, los secuestradores. Lolita Bosch abunda sobre ello: “En muchos casos las autoridades están, en efecto, coludidas con el crimen organizado o trabajan a sus órdenes. Pero también en muchos casos ellos, como nosotros, no pueden permitirse la opción de decirle que no al crimen organizado. Esa no es una opción para casi ningún ciudadano ni ciudadana de México. Si tú trabajas en un puesto que les es útil y te dicen ‘Ahí van esos 50 mil pesos y mira para otro lado’, no es pregunta. Miras para otro lado para salvar la vida. La policía no es un conglomerado que funcione siempre igual. Hay fuerzas del orden y militares honestos, amenazados, muchos asesinados o desaparecidos, algunos que han pedido exilio en Estados Unidos… Ni el crimen organizado ni las autoridades pueden entenderse con un solo adjetivo. Y no debemos olvidar la gran cantidad de políticos y empresarios que también están embarrados. Responsabilizar a la policía muchas veces es justo y necesario, pero a menudo es una manera de silenciar la culpa de otros estratos más altos y con más privilegios de nuestra sociedad”.

