BERNARDO GONZALEZ SOLANO

Aunque se diga que es un “lugar común”, lo cierto es que solo en la Unión Americana pueden suceder cierto tipo de cosas. El american way of life es mucho más que una frase. Si en México creemos que ya son demasiados los “sacrificados” que se postulan para ocupar cargos públicos, qué diríamos si, como sucede en Estados Unidos, a estas alturas del partido —cuando faltan ocho meses para que comiencen los caucus y las primarias para elegir al candidato presidencial de los dos principales partidos políticos, el Republicano y el Demócrata—, hasta el viernes 12 de junio la Comisión Federal Electoral (CFE) estadounidense ha registrado un total de 384 personas como abanderados presidenciales para las elecciones de noviembre de 2016 y convertirse en el mandatario número 45 del vecino del norte. ¿Por qué tantos?, porque es muy fácil inscribirse. Contestar un formulario, contar por lo menos con 35 años de edad, (indispensable) ser ciudadano estadounidense,  haber recaudado o gastado un mínimo de 5 mil dólares para la campaña. El requisito de la ciudadanía es fundamental, aunque en más de 200 millones de habitantes seguro que más de uno lo es.

En tales condiciones, puede llegarse al absurdo como el siguiente caso: “HRM (Her Royal Majesty: Su Real Majestad) César San Agustín de Bonaparte Emperador de los Estados Unidos de la Isla Tortuga, residente en Malibú, California, y afiliado al Partido del Dictador Absoluto”. (Sic). De acuerdo a los registros de la CFE, esta persona se ha inscrito como candidato desde 1996. La mayoría de los inscritos son republicanos o demócratas, o de los dos al mismo tiempo, pero los hay independientes y de partidos minoritarios (verde, libertario) y otros que utilizan siglas que no dicen nada al público en general, como A99, AME, HEL o NBC.

No todo es chunga, aunque la ya larga lista de los aspirantes en el Partido Republicano (PR), pudiera hacer suponer lo contrario. De tal suerte, para evitar una disputa interna que les reste posibilidades frente a la principal rival demócrata, Hillary Clinton (que empieza a tener competidores en su propio partido), seis de los 11 principales contendientes republicanos con aspiraciones para los comicios presidenciales del próximo año, se reunieron el fin de semana pasado en Utah, con el propósito de tejer alianzas y evitar la debacle. No asistió a la reunión por andar de gira por Europa, el ex gobernador de Florida, Jeb, acrónimo de John Ellis Bush, hijo y hermano de presidentes republicanos, quien el lunes 15 anunciaría su intención de participar en la liza para lograr la candidatura del PR después de cinco meses de precampaña de recaudación de dinero y de formación de su equipo de trabajo.

Jeb Bush –que ya empezó a distanciarse de su padre y de su hermano, más de éste que de su progenitor–, conocedor del peso de su apellido, para bien y para mal, pide a su audiencia que simplemente le llamen Jeb, para evitar comparaciones odiosas con los gobiernos de familiares tan cercanos. Al fin de cuentas, Jeb es el acrónimo de John Ellis Bush y eso nadie lo puede cambiar o ignorar. Como anticipo del anuncio de su postulación difundió el domingo 14 un video titulado “Hacer la diferencia” en que asegura que el país necesita un nuevo liderazgo que tome los principios conservadores. Asimismo, en el mensaje dirigido a la nación, el sexagenario (62 años) muestra que sabe cómo solucionar los problemas que enfrentan los estadounidenses. Y sentenció: “El liderazgo no se trata de ir ladrando acerca de las cosas. Lo que necesitamos es un nuevo liderazgo que tome principios conservadores y los aplique de manera que la gente pueda recuperarse”.

Para iniciar su campaña el logo que utilizará será el mismo que usó en ocasiones anteriores: solo su nombre:  “Jeb!”, pintado en rojo. La formalización de su postulación la hizo en el campus de Kendall del Miami Dade College del sur de Florida, donde hizo lo propio su rival Marco Rubio que por cierto lo felicitó por estar en la competencia. Rubio fue protegido de Jeb en otros tiempos.

Jeb Bush es el más “latino” y el más alto –más de 1.90 metros de estatura–, del clan Bush. Desde 1974 está casado con una mexicana que de soltera se llamaba Columba Garnica Gallo, originaria de Guanajuato, hija de padres divorciados y nunca ha sentido atracción por el mundo de la política, ni cuando su esposo fue gobernador de Florida en dos periodos sucesivos ni ahora que podría llegar a ser la Primera Dama del país. La vida de ambos personajes –ahora padres de tres hijos: George Prescott, Noelle Lucila y John Ellis–, se definió en el verano de 1971. A los 17 años, Jeb decidió pasar sus vacaciones veraniegas en pueblos indígenas en los alrededores de la zapatera ciudad de León, en lugar de ir a barrios pobres del frío Boston. Cuando se conocieron, “fue amor a primera vista” dijo Bush a un periódico bostoniano. Ella, de 16 años, no demoró mucho para corresponderle al “gringuito”: dos días. La influencia de la mexicana Columba en Jeb es innegable. Que tampoco niega esa influencia, pues hace poco tiempo, en un acto en Nevada, declaró que su vida podría dividirse en dos partes: “A.C. Y D.C.”: “antes de Columba y después de Columba”.

La  aversión de Columba a la vida pública es tan evidente que en los ocho años que Jeb fue gobernador de Florida siempre se las arregló para mantener un perfil bajo, nada que ver con lo que hizo una Hillary Clinton cuando Bill fue mandatario, ni con lo que hace ahora la claridosa Michelle Obama. Es más, llegó el momento en que no vivió en Tallahassee, la capital del estado, y fijó su residencia en Coral Gables, en las proximidades de Miami, lo que le valió que una agencia de prensa le llamara “la primera dama invisible de Florida”.

Es más, en el libro Los Bush. Retrato de una dinastía, de Peter y Rochelle Schwitzer se cuenta que durante la adolescencia de sus hijos (Noelle Lucila tuvo problemas de drogadicción que pudo superar), algunos familiares de los Bush escucharon que Columba le recriminaba a Jeb: “Has arruinado mi vida”. Y alguien le preguntó si creía que los problemas de sus hijos se debían a que pertenecían a una familia como la de los Bush, Columba dijo tajante: “Absolutamente”. Pese a todo, Colu, como le llaman cariñosamente, en 1988 se naturalizó estadounidense como un gesto de buena voluntad hacia su suegro y así poder votar cuando fue elegido presidente de EUA. En contrapartida, Jeb dejó de ser episcopaliano y se convirtió al catolicismo, fe que toda su vida ha practicado la mexicana. Además, en casa se habla en español y el aspirante presidencial lo hace con soltura. Incluso con modismos. Un colaborador de origen hispano cierto día le preguntó cómo estaba y el gobernador le contestó: “Jodido pero contento”.

Sin duda debido a su casamiento con una mexicana, Jeb se ha declarado partidario de regularizar a los inmigrantes  indocumentados, y a veces también ha defendido su acceso a la ciudadanía estadounidense, lo que le distancia de la línea predominante en el Partido Republicano.

En una entrevista publicada en el periódico madrileño El País al autor del libro Jeb, America´s next Bush (Jeb, el próximo Bush de América), S. V. Date –de quien se dice es el periodista que mejor conoce al exgobernador de Florida por haber sido varios años corresponsal del periódico The Palm Beach Post en Tallahassee– se le preguntó si era ideólogo o pragmático, y contestó: “Es extremadamente ideológico en las áreas que cree tiene la respuesta. Una es la educación. Otra, los impuestos. Otra, como estructurar la política económica. En la política militar internacional, sabe en qué cree. En otras áreas no tiene una opinión ideológica firme…En inmigración nunca ha emitido un voto, pero ha sido muy claro en sus posiciones…Jeb siempre ha prestado atención a los detalles. Siempre ha intentado aprender lo que ha podido. Su hermano a veces parecía que no le preocupaban los detalles. Dejaba que otros se ocuparan de ello. Jeb no es así. El siempre se ha sumergido en los detalles y en cualquier tema ha intentado saber de qué se trataba”. Por otra parte, agrega el mismo Date, aclara que si a Jeb solo le interesara el dinero, “ahora tendría miles de millones y nunca se habría presentado para gobernador. Es rico pero no extremadamente rico. Si hubiera querido, lo sería. No es lo que le mueve”.

En fin, como colofón a esta parte de la historia, se cuenta que en 1998, cuando acababa de ser elegido gobernador de Florida, George Walker, que contra los pronósticos ya era gobernador de Texas, le dijo a Jeb: “yo no crecí queriendo ser presidente de Estados Unidos”. “Yo sí”, replicó Jeb, siete años menor que su hermano. Muy pronto se sabrá el desenlace de la vida de otro Bush. Nadie sabe si se cumplirá lo que dijo su madre respecto a sus pretensiones presidenciales: “Ya son muchos Bush en la Casa Blanca”. VALE.