La sociedad exige ser escuchada

 

 

La responsabilidad del nuevo escepticismo

es resultado del cada vez más flagrante

carácter ilusorio de los comicios.

Löic Blondiaux

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

Uno de los enormes retos que enfrenta cualquier colaborador de un semanario tan prestigioso como lo es Siempre!, radica en obsequiar al lector un artículo de actualidad, sobre todo tratándose del reñido proceso electoral de una ciudad —como la nuestra— que inició su lenta andadura democrática en 1988 con el fantasma de un fraude presidencial y con la elección de nuestra primera Asamblea de Representantes, mínima concesión otorgada por un partido de Estado que se niega a reconocernos como entidad de plenos derechos en el concurso de la república mexicana.

No obstante la tentación que implicó esperar el desarrollo de la jornada electoral y sus consecuentes posicionamientos y diatribas, no pude resistirme a compartir con ustedes los sentimientos expresados por una sociedad que, a pesar del marketing electoral y toda su efímera parafernalia, exige ser escuchada, ser tomada en cuenta, ser efectivamente representada como mandante y no como simple comparsa de una mascarada trienal.

En mi campaña electoral, a lo largo de 45 días pude constatar el dinamismo y resistencia colectiva de comunidades vecinales residentes en las colonias que conforman la Delegación Cuauhtémoc, y cuyos niveles de información y análisis fehacientemente desmitifican la cómoda versión oficial de apatía y desapego ciudadano que alimenta el odioso tutelaje ejercido por autoridades venales en los tres niveles de gobierno.

Corroboré que mi comunidad está tan viva y solidaria como durante los aciagos días de septiembre de 1985, actitud expresada por la organización de acciones de rescate popular que, ante las atónitas miradas de las autoridades rebasadas —más que por la dimensión del desastre natural—, dieron cuenta del poder vecinal al que creían haber amansado desde su omnímodo aparato gubernamental.

Treinta años después, ese espíritu colectivo animó a los pocos candidatos que entendimos que el principal reclamo ciudadano estriba en ser escuchados, en rebelarse a ser encasillados como pasivos participantes de asambleas conducidas por abanderados partidarios cuyos discursos no reflejan sus sentires más profundos ni su acuciante necesidad de ser tomados en cuenta ante el avasallamiento de la gentrificación desatada desde el poder público, instrumento de expulsión vecinal de comunidades ancestralmente arraigadas en estos lares desde 1325, año de la fundación de la ciudad.

La sistemática negación a escuchar a la sociedad es, sin género de dudas, el veneno más letal para cualquier proceso democrático; será por ello que los habitantes de la Ciudad de México se aprestaron a defenderla contra quienes le apuestan al carácter ilusorio de la participación ciudadana en los proceso políticos, esa pantomima electoral que el politólogo francés Löic Blondiaux reconoció como la causante del escepticismo ciudadano ante el Nuevo Espíritu de la Democracia.