Bernardo González Solano
Pocas veces en los anales diplomáticos, una negociación ha sido tan larga y complicada. Como nunca, un acuerdo que dista mucho de ser definitivo, demostró la “eficacia de la diplomacia”. Sin temor a equivocaciones, puede decirse que el 2015 podría llamarse el “año diplomático por excelencia”. Hacía mucho tiempo que no podía celebrarse algo semejante. Así, no hay ninguna exageración en calificar como histórico el acuerdo al que llegaron Irán y los países del Grupo 5+1 (los países con veto del Consejo de Seguridad de la ONU: Estados Unidos de América, Rusia, China, Francia, Reino Unido, más Alemania) sobre el diferendo nuclear iraní. La reapertura de embajadas en La Habana y Washington, respectivamente, después de más de medio siglo, completa la celebración.
Este acuerdo es fruto de doce años de negociaciones, aunque la confrontación entre el Tío Sam y el país de los ayatolas se remonta al 16 de enero de 1979 cuando el sha Mohamed Reza Pahlevi sale de Irán con destino a Egipto y después a EUA. Nunca regresaría a su país. En febrero de aquel año, retornó del exilio el ayatola Ruhollah Jomeini, lo que cambió la historia de su país en forma radical; y el 4 de noviembre iraníes seguidores del líder religioso asaltaron la embajada estadounidense en Teherán donde capturaron a decenas de rehenes. Desde entonces la sede diplomática está cerrada. Tras el pacto nuclear de Viena, ahora hay una posibilidad de que se reabra, aunque esto no será ni el mes ni el año próximo, pero el cambio de status de enemigo a “rival” abre la puerta a una mayor cooperación entre ambas capitales.
Nadie olvida que hasta hace poco, Irán era para el gobierno de la Unión Americana un miembro del “eje del mal”. El proyecto nuclear, descubierto a principios de la década pasada, agravó la tensión. Para Irán, EUA era el “Gran Satán”. Por lo menos, este lenguaje dejará de usarse a corto plazo. La hermosa Viena volvió por sus antiguos fueros diplomáticos. En la antigua capital austrohúngara se dio lo que hasta hace poco era inimaginable: dos enemigos hablaban, cara a cara, en la misma mesa y, lo sorprendente, fue que llegaran a una posición común. Para ello, se necesitaron casi 24 meses de reuniones, muchas desesperantes, entre el secretario de Estado, John Kerry (que en ocasiones llegaba con muletas), y el experimentado ministro de Asuntos Exteriores iraní, Mohammad Javad Zarif, que ya había formado parte de las negociaciones de su país con las potencias nucleares.
Hubo momentos en que las negociaciones estuvieron en un tris de fracasar. En tres ocasiones se cumplió el plazo de finalizarlas y se tuvo que ampliar las conversaciones. De hecho, el 30 de junio debió llegarse a un acuerdo pero no fue así. Fueron necesarios 14 días más para llegar a un texto de 109 páginas, 20 del documento básico y 89 de anexos. Lo más relevante del documento vienés se centra en tratar de impedir, durante un mínimo de diez años, el acceso de Irán a la bomba nuclear. Muchos podrán decir que es “muy poco”. No es así. Ni EUA ni la comunidad internacional impidieron, por la vía diplomática, que Pakistán y Corea del Norte formaran parte del “club de la bomba nuclear”. Ahora lo lograron con Irán, aunque sea temporalmente, en una de las zonas más inestables del planeta. Así se reconfigura el equilibrio de fuerzas en el Oriente Medio y, reincorpora a la antigua Persia a la comunidad internacional.
El acuerdo obliga al régimen de Teherán a desprenderse del 98% de sus reservas de uranio y del 75% de sus centrifugadoras. A cambio se levantarán las sanciones de la ONU, aunque podrían reactivarse si Irán no cumple lo pactado. El acuerdo significará para los iraníes recuperar alrededor de 100,000 millones de dólares en activos congelados, regresar al sistema financiero mundial y reanudar la libre venta de petróleo con los problemas que esto puede representar.
La mayoría de los analistas internacionales coinciden en que el acuerdo entre Irán y los miembros del Grupo 5+1 es algo excepcional. Fuera de las negociaciones diplomáticas tradicionales. Se cita que una de las mejores metáforas que circularon sobre el particular fue la de la Wendy Sherman, negociadora de EUA, cuando el objetivo logrado el martes 14 de julio parecía lejos de alcanzar: “El acuerdo con Irán, según Sherman –escribe el enviado español a Viena, Marc Bassets–, era como un cubo de Rubik, el rompecabezas en tres dimensiones inventado por el húngaro Ernö Rubik. Lograr que todas las piezas encajasen y al mismo tiempo poner de acuerdo a estadounidenses, rusos, chinos, europeos e iraníes parecía imposible. Ayer lo lograron, con un texto de 109 páginas”.
No todos comulgan con el beneplácito que originó el acuerdo nuclear. “El pacto es un enorme error histórico”, zanjó frontalmente el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu el gobernante que más se había opuesto al acuerdo, sin importarle que la Casa Blanca sea la que puso mayor empeño para lograrlo. Sin embargo, la misma noche del martes 14 de junio, el presidente Barack Obama telefoneó al mandatario israelí para explicarle los detalles del acuerdo. El hecho es que el ejecutivo judío convocó inmediatamente al gabinete de seguridad en Jerusalén para analizar el pacto de Teherán con las grandes potencias. Advirtió: “Israel no se siente vinculado con los términos del acuerdo. Irán sigue buscando nuestra destrucción y nosotros seguiremos defendiéndonos…Teherán ha recibido la señal de vía libre para obtener armas atómicas…Hemos estado comprometidos hasta ahora para impedir que Irán logre el arma atómica, y ese compromiso se mantiene a toda costa”.
Simpatías o diferencias aparte, el hecho es que el régimen de Teherán se ha manifestado en contra de Israel –incluso de su propio derecho a existir– en muchas ocasiones, aunque el actual presidente Hasan Rohaní sea menos virulento en contra del pueblo judío que su antecesor. Por ello, la mayoría de la sociedad Israelí cree que un Irán con capacidades nucleares constituye una amenaza para la supervivencia del Estado judío. Razón por la que Netanyahu puntualizó: “Ahora, va a obtener miles de millones de dólares (tras el levantamiento de las sanciones) para proseguir su política de agresión y terror en el Oriente Medio”, refiriéndose, sin duda, a los lazos de la República Islámica con la facción armada de Hamás en Gaza y la guerrilla de Hezbolá en el Líbano.
La oposición de Netanyahu al acuerdo del G5+1 e Irán es otra piedra en el zapato de Barack Obama, aunque el principal escollo lo tendrá el presidente con su propio Congreso, que en 60 días debe analizar y aprobar, en su caso, el flamante acuerdo.
De acuerdo a la importancia del caso, a las siete de la mañana del martes 14 de julio, Obama anunció a los estadounidenses la buena nueva. En un acto que fue transmitido directamente por los canales de TV de su país y de la televisión iraní, Obama presentó el acuerdo como algo de “larga duración” e insistió constantemente en la idea de que “no está basado en la confianza sino en la verificación”; desgranó los límites que se imponen al programa nuclear de Irán y advirtió que si la República Islámica los viola, “las sanciones internacionales volverán a aplicarse”. Asimismo, su advertencia también se dirigió al Congreso, que ahora cuenta con dos meses para revisar los términos del acuerdo; podrá debatirlo, pero no modificarlo. “Vetaré cualquier legislación que prevenga la aplicación de este acuerdo”, afirmó.
Obama y Rohaní hablaron al mismo tiempo, cada quien en su propio país. Invitó al régimen de los ayatolas a seguir ahora el camino de diálogo emprendido. “Esta es una oportunidad para movernos en otra dirección y debemos tomarla”, afirmó. Frente a quienes le critican por haber entablado negociaciones con un país en muchos aspectos considerados enemigo, Obama recordó que el presidente John F. Kennedy también se sentó a negociar con la URSS, país que oficialmente estaba “comprometido en nuestra destrucción”; y agregó que esa decisión del entonces mandatario evitó “una catástrofe nuclear”, y que también ahora, a raíz del pacto alcanzado, “el mundo está más seguro”.
Obama enumeró varios aspectos del acuerdo, como la prohibición de producir plutonio; la drástica reducción en la producción de uranio, con la paralización de dos tercios de las centrifugadoras actualmente disponibles; la supervisión “donde sea necesario” por parte de los inspectores internacionales, y el control en el almacenamiento del uranio enriquecido. Apuntó que las restricciones básicas impuestas durarán diez años, con otras que se aplicarán durante quince años y algunas que se prolongarán durante veinticinco. Del levantamiento del embargo para importar y exportar armas convencionales que pesa sobre Irán, Obama remarcó que sólo será levantado dentro de cinco años en el caso de armas y de ocho en el caso de misiles balísticos.
En fin, de acuerdo al mandatario estadounidense, todo esto aleja a Irán de la posibilidad real de fabricar la bomba nuclear. “Creo firmemente que nuestro interés en seguridad nacional está en prevenir que Irán pueda desarrollar armas nucleares, y este acuerdo es mucho mejor que no tenerlo: sin acuerdo habría más probabilidades de guerra en Oriente Medio”. Como dijo Julio César antes de cruzar el Rubicón: “Alea jacta est” (“La suerte está echada”). VALE.
