Oscar Luis Toledo

El grupo islamista Boko Haram ha incrementado la intensidad y frecuencia de sus ataques hacia los civiles desde que el presidente Muhammadu Buhari llegó al poder en mayo pasado jurando aplastar a los rebeldes.

Hace unos días, una niña de 13 años murió cuando los explosivos que llevaba atados a su cuerpo detonaron cerca de una mezquita en Kano city.

Esa explosión fue seguida por un doble ataque, en una mezquita y en un restaurant en la ciudad de Jos la semana pasada dejando 44 personas muertas, y un ataque suicida con una bomba a una Iglesia en la ciudad de Potiskum mató a cinco personas.

El Consejo para la Paz y la Seguridad de la Unión Africana aprobó el envío de un contingente de siete mil 500 hombres para combatir contra la organización integrista, que opera principalmente en territorios del noreste de Nigeria, incursiona en Camerún y amenaza a Chad.

Durante los últimos cinco años, los fundamentalistas arrasaron decenas de poblaciones, con lo cual causaron más de 13 mil muertos, un millón y medio de desplazados, cientos de personas secuestradas y pérdidas económicas ascendentes a miles de millones de dólares.

Boko Haram, forma abreviada en que se conoce a la secta, significa en lengua hausa “la educación occidental es pecado”, pero su nombre es Jamaco at Ahl Al Sunna Li Al Daacowa Al Yihad, que se traduce como Agrupación Sunita para la Predicación y el Esfuerzo en el Camino de Dios.

Esa denominación se corresponde con su objetivo de fundar un califato con base en el noreste nigeriano, donde actualmente concentra sus operaciones, y en el que impere su interpretación de la ley islámica o Sharía.

Nigeria, con más de 200 comunidades, es escenario de fricciones entre una mayoría musulmana radicada en el norte del país y los cristianos, predominantes en el sur. Es agudo el desbalance económico existente por la distribución asimétrica de las riquezas.

Con casi 170 millones de habitantes, es el país más poblado de África y el segundo en cuanto a sus recursos, principalmente generados por su industria petrolera, como primer extractor de crudo en la región y octavo en el nivel mundial.

Hace 13 años Mohamed Yusuf, un clérigo musulmán, fundó Boko Haram en Maiduguri, ciudad con un millón 200 mil habitantes y capital del nororiental estado de Borno. El hecho causó entonces poca preocupación al gobierno nigeriano.

Ese pequeño grupo inicial se autodenominó Los Compañeros del Profeta y se trazó como propósito fundamental desplazar de Nigeria la educación occidental, mediante la prédica del Islam.

Su posterior vínculo con Al Qaeda en las Tierras del Magreb Islámico (AQMI) marcó un cambio, sobre todo luego de que Osama Bin Laden, en un comunicado divulgado el 11 de febrero de 2004, proclamó al gigante africano como “uno de los países mejor preparados para la Yihad”.

A partir de ese momento Boko Haram se radicalizó y comenzó a emplear métodos cada vez más violentos. El 17 de abril de 2007 la secta asesinó a 13 policías en la ciudad de Kano, la más importante del norte del país.

Ese hecho, ocurrido apenas cuatro días antes de la celebración de las elecciones presidenciales y legislativas, detonó una ofensiva del gobierno nigeriano para desarticular al grupo. Dos años después Yusuf fue eliminado junto a decenas de sus seguidores; y su lugarteniente, Abubakar Shekau, asumió el mando.

Desde entonces Boko Haram se tornó más agresivo y a fines de julio de ese año un comando de la organización tomó la comisaría central de Bauchi. Atacó además instalaciones policiales en Maiduguri y ejecutó acciones en Gamboru-Ngala, junto a la frontera con Camerún, con lo que causó centenares de muertos.

En 2014, las víctimas fatales se elevaron a más de tres mil 500. Entre los numerosos secuestros se destacó el ocurrido en abril de ese año cuando los fundamentalistas atacaron una escuela femenina del poblado de Chibok, en el estado de Borno, y capturaron a 276 estudiantes.

Ese hecho generó una amplia campaña mundial y la opinión pública demandó acciones enérgicas para rescatar a las rehenes, pero, casi un año después, 219 de las secuestradas permanecen cautivas.

El 17 de mayo de 2014 el gobierno francés convocó a una reunión en París para tratar sobre Boko Haram. Participaron los presidentes de Nigeria, Chad, Camerún, Níger y Benin, así como representantes de Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Europea.

En ese foro se aprobó un plan de acciones contra la secta que incluyó un mecanismo para mejorar la coordinación entre los servicios de Inteligencia, el fortalecimiento de la vigilancia en las fronteras y la formación, por los cinco países africanos, de una fuerza militar conjunta para combatir al grupo.

Estados Unidos y Reino Unido expresaron su interés en aumentar su presencia militar en la región con el envío de asesores, y poco después el diario Washington Post anunció un rápido incremento del número de efectivos norteamericanos con base en Nigeria, cuya cifra exacta y misiones concretas no se divulgaron.

El 10 de noviembre de 2014 el embajador nigeriano en Washington, Ade Adefuye, expresó que su gobierno estaba preocupado por “la naturaleza y contenido del apoyo estadounidense” y denunció “problemas con la forma en que Estados Unidos usa y comparte la información de inteligencia” que compila allí.

Tal declaración fundamenta el criterio de analistas que consideran a Boko Haram un instrumento de las potencias occidentales, en particular de Estados Unidos, Francia y Reino Unido, para debilitar a Nigeria con propósitos geopolíticos estratégicos.

En ese sentido un reciente informe de los investigadores Carlos Bake y Olivier A. Ndenkop, reveló el contenido de un estimado del Consejo de Inteligencia Nacional estadounidense, en el cual se anticipa una posible fractura del gigante africano en 2015.

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