Patricia Gutiérrez-Otero
(Segunda de tres partes)
Última encíclica de Francisco, Alabado seas, está compuesta por 6 capítulos: 1. Expone los principales problemas que enfrenta la Tierra. 2. Asienta los puntos de fe desde los que el Papa partirá para su reflexión. 3. Hace una crítica del paradigma que es la raíz de la crisis ecológica. 4. Propone una ecología integral. 5. Aterriza algunas líneas de orientación y acción. 6. Propone una espiritualidad ecológica y cierra con dos bellas oraciones, una pensada para aquellos que creen en Dios; la otra, para los cristianos.
En esta entrega me detendré en los puntos de fe esenciales para pensar “nuestra casa”, la Tierra, capítulo 3. Para iniciar, el Papa estima la aportación de las religiones en el tema ecológico; pero, además, subraya que la Iglesia católica está abierta al diálogo con la razón.
En primer lugar, Francisco acepta que la Iglesia a veces ha interpretado erróneamente las Escrituras, y por ello ha permitido una mala lectura del mandato divino de “dominar la Tierra”: no es un dominio absoluto sobre las criaturas, sino el cuidado de las criaturas por sí mismas, porque cada ser tiene un valor propio. Con esto se opone a un “antropocentrismo desviado”, y subraya que “el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas”.
En segundo, “Creación”, es más que “naturaleza”, la creación es un don de amor. La Tierra es un don frágil y valioso entregado a la responsabilidad del ser humano, esto, añade Francisco, “nos permite terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin límites”. El fin último de las criaturas, además, no es el ser humano, sino Dios, y, al mismo tiempo, cada criatura tiene/es “revelación de lo divino”: “el suelo, el agua, todo es caricia de Dios”. Añade incluso que “en cada criatura habita su Espíritu vivificante”, aunque no son Dios pues “las cosas de este mundo no poseen la plenitud de Dios”.
En tercer lugar, a causa de la creación por un mismo padre hay una hermandad entre los seres del universo: “estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal”. No significa que la Tierra sea divinizable ni que el ser humano pierda el papel que le corresponde asumir en esta familia. Pero ya que “Todo está conectado”, la “Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas ligados […]”.
En cuarto, la Tierra es un don para todos: “el regalo de la tierra con sus frutos pertenece a todo el pueblo”, “la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos”. Se recupera el principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes, desarrollado por el magisterio social de la Iglesia.
En quinto lugar, en la fe cristiana, Dios, hecho hombre en Jesús (es decir que se “insertó en el cosmos creado”) asumió “todo lo que existe en la tierra y en el cielo” (Col 1, 19-20), y así a las criaturas “el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud”. El fin de las criaturas va más allá de este eón.
La creación como don de amor, con un valor en sí misma, no sólo como un fin para el ser humano, sino a cargo de él para su cuidado. Un origen común de todos los seres del universo creado que nos hermana a unos con otros, y nos hace estar al servicio del más frágil (incluidos los hermanos humanos más empobrecidos). El destino universal de los bienes de la creación por encima del derecho a que sea propiedad privada La creación, animales, plantas, mundo inorgánico en Dios está ya de una manera resucitada. Estos son pues los elementos más importantes de los que Francisco partirá para hacer su análisis de la situación y sus propuestas.
