Madrid, España. Las ambigüedades de un espacio escultórico vacío se intensifican cuando se afirman sobre un fondo espacial. La visión de planchas de acero y maderas reunidas en un mismo eje. Un silencio que actúa por encima de cualquier significado figurativo o formal que pretendemos adherir a las esculturas de Carl Andre (Quincy, Massachusetts, Estados Unidos, 1935). El único que todavía vive de los tres grandes artistas de lo que la historia del arte ha dado en llamar el movimiento Minimalista. Los otros dos fueron Donald Judd y Dan Flavin, fallecidos en los años noventa. Escultor, poeta y activista, Andre es uno de los artistas más destacados y complejos del arte Minimal, movimiento artístico que surgió a comienzos de la década de los sesenta en Estados Unidos que, mediante una actitud reduccionista, trataba de explorar la esencia del objeto. El arte minimal se convirtió en una de las tendencias más discutidas e influyentes del arte contemporáneo y, sin duda, en una ruptura radical con la tradición estética de la segunda mitad del siglo XX. Recurrieron a materiales y procesos industriales que permitían realizar una reproducción seriada y eliminar la huella subjetiva de manera tal que la obra de arte remitiese únicamente a sí misma. Materiales poco o nada nobles que relegaban a un segundo plano al mármol y el bronce, hasta entonces omnipresentes en la escultura. Andre los utiliza eliminando cualquier rastro de la mano del artista.

La exposición retrospectiva de Andre, que vi en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid: Carl Andre: Escultura como lugar, 1958-2010, curada por Philippe Vergne y Yasmil Raymond de la DIA Fundación, es la primera muestra con carácter extensivo que se consagra a su obra en España y abarca más de cinco décadas de producción, desde 1958 hasta 2010. La muestra cuenta con alrededor de 400 esculturas y trabajos en papel realizados en los últimos cincuenta años, abarcando desde sus obras más influyentes realizadas con planchas metálicas, palancas, cintas y pendientes, un abundante número de series de poesía visual y concreta, hasta ejemplos más singulares de su práctica artística, que ayudan a comprender la evolución de su concepción progresiva de “escultura como forma, escultura como estructura, escultura como lugar”. Los comisarios no se han concentrado únicamente en sus esculturas, sin duda lo más conocido, sino que han subrayado la importancia de su poesía, de esos trabajos con el lenguaje que, en ocasiones, adelantaban presupuestos que luego desarrollará en sus obras en el espacio, aunque a él no le interesa que se vinculen. “Trabajar con el arte siempre ha sido un camino donde acumular conocimientos y —dice Carl Andre— enriquecer mi universo personal. Además, es lo más placentero que uno puede hacer y eso es exactamente lo que quisiera trasladar al espectador: placer. Siempre he tenido una gran curiosidad por la naturaleza de las cosas, por la gente que tengo alrededor y me nutro de sus deseos y necesidades. De la vida y los afectos. Y en ese cosmos emocional, lo absolutamente determinante es el azar, que en mis obras también es fundamental”. Las obras de Andre se hacen en su tiempo, pero invocan una legitimidad estética que va mucho más allá de su obra y remite a la escultura cubista, pos-cubista y al expresionismo abstracto. Curiosamente el dibujo ha estado siempre presente en el núcleo de su arte.

Carl Andre cursó estudios en la Academia Phillips de Andover, Massachusetts, dirigida por Maud y Patrick Morgan. En el año 1957 se instala en Nueva York, donde conoció a Frank Stella con el que compartió estudio en 1959. Su descubrimiento de la obra del escultor Constantin Brancusi y de la poética de Ezra Pound son fundamentales para la evolución y consagración de su lenguaje escultórico. Las primeras obras de Andre, como La última escalera (1959), mostraban una fuerte influencia de las esculturas de Constantin Brancusi. En 1964 forma parte de la muestra colectiva “8 Youngs Americans” en la que pueden verse ya, obras de distintos escultores siguiendo un lenguaje minimalista. En 1965 expone por primera vez de forma individual en la Galería Tibor de Nagy. Su obra fue incluida en la Documenta IV y en la Documenta VII, en Kassel. Trabajó con objetos idénticos producidos en serie con los que componía la obra según un sistema de módulos matemáticos, reflejando la repetición de unidades, como vagones y coches cama en un ferrocarril. Utiliza en su obra material tal y como lo produce la industria (ladrillos, troncos de madera, placas de metal, bloques de cemento sintético, etcétera), redefiniendo la escultura en sus características elementales: material, masa, espacio, volumen y gravitación. Se convierte en uno de los nombres claves del arte minimal. El artista sabe materializar como ninguno de los artista de su tiempo el desafío estético minimalista en formas escultóricas nuevas que construían inesperados espacios expresivos. Su trabajo durante cuatro años para la compañía Pennsylvania Railway, se ve más tarde reflejado en los “Element series” (1960), en los que se combinan elementos idénticos superpuestos o yuxtapuestos cuyo desarrollo en el espacio define el lugar donde se ubican. El artista quiere convertir sus instalaciones en lugares experimentables: Napoli Square, (2010), Glärnisch, Urn y Star, (2001) o Columna Vertebral, (1984). En 1966 realiza las “Floor series”, consistentes en placas metálicas reunidas en cuadriláteros de poco espesor que terminan integrándose en el piso hasta que desaparecen del campo visual del espectador. La escultura y la poesía que han enriquecido la obra de Andre han ganado en densidad. Transfigura el objeto más trivial o se lo inventa, tal es su fuerza. El pensamiento del artista se destila en su mirada. La mirada de Carl Andre es dura, pero en ella hay aventura, innovación, poesía. Bien decía William Blake: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”, y quizá la definición más exacta de la obra escultórica de Carl Andre sea: exceso creativo.

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