Ricardo Muñoz Munguía

 El final es el principio. La terminación es el punto de partida al que se afianza la poeta para comunicar a través de sus versos las diversas atmósferas que se encumbran en las páginas de su poemario. En el que vemos, y de cierto modo sentimos, la presencia del tiempo, la caricia de la noche, los cantos del sol, los susurros de la luz…

El libro de Mariana Bernárdez, En el pozo de mis ojos (Ediciones Papeles Privados, México, 2015), es la travesía a lo que está más allá de la despedida, lo que se guarda entre la llaga, lo que está en el fondo del día y la noche, de la luz y la oscuridad, de lo vivo y lo muerto. Se trata, pues, como en gran parte de la obra de Bernárdez, de abrazarse a la línea de la mirada, mirada que es memoria, recuerdo, sueños, dolor… “Parece que en el cielo/ se derrumba/ lo que en la tierra/ se cree un para siempre”.

El poemario de Bernárdez se traza en seis secciones. En ellas es el final el que abre los vuelos. Desde la primera parte “Y vino el ángel”, la consonante Y griega señala hacia lo último, recorrido del ángel sobre el tiempo de luz hacia la cueva de la noche. La segunda sección, “Sobre una piedra blanca”, vuelve esa travesía entre la brisa del pozo. La tercera parte, “Duelo animal”, describe y razona la expresión del dolor, de lo inacabado, de la espada que no cumplirá su destino. En “Cuando en el desierto”, el sentir del presagio cumple con el enfrentamiento de la despedida. “En el Palacio de Alabastro”, quinta división, materia caliza, palabra translúcida, vaticinio del delirio y los sueños. Por último, la que da título al libro, es la conjunción de las sombras, dedos que dictan, lanzas amenazantes…, y que la autora atrapa tal esencia en algunos versos: “y ahora sólo queda en el pozo de mis ojos/ la sal de su nombre/ y un golpe seco/ en el diafragma/ a mitad de la noche/ que me alerta del azar y sus maniobras/ santo y seña de un ángel encumbrado”.

Si tuviera que referirme a Mariana Bernárdez (1964) de una forma sumamente breve, diría que es la mujer de mirada honda, mirada que acarrea por completo su ser. No sólo sus versos —así como sus diversos libros de poesía—, que en buena parte se entrelazan hacia el fondo, sino, por otro lado, su labor académica nos permite conocer, y reconocer, esta característica de la poeta nacida en la Ciudad de México. El mejor ejemplo son las diversas tesis que ha entregado: en la Universidad Anáhuac, de la carrera de Comunicación Social, obtuvo su titulación con un trabajo sobre José Ortega y Gasset; en la maestría en Letras Modernas, en la Universidad Iberoamericana, su tesis se centró en el poeta Miguel Hernández y, lo más reciente, su doctorado abarcó la obra de María Zambrano. Sobre tres escritores españoles se deja ver la atracción de su mirada. Zambrano y Hernández, contemporáneos, este último le dedicaría a Zambrano un poema y ella elaboraría un artículo sobre Hernández. Zambrano y Ortega y Gasset, ambos filósofos, ella su discípula. Hernández y Ortega y Gasset tuvieron cercanía con la mujer miliciana Rosario Sánchez Mora, quien participó en la Guerra Civil contra Franco.

En el pozo de mis ojos se contempla la finca de la memoria y sus heridas, los márgenes del fuego de la esperanza, los signos de la voz por el caos, los aromas húmedos del llanto…, aleteos sobre el desierto, pasos de quien se abraza/abrasa a la espada y sus filos que se hunden al pozo de sus ojos.