Contrario al espíritu social
En tierra donde la codicia impera,
¿queda acaso algún lugar para la sabiduría?
Francisco Cervantes de Salazar
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
El proceso de ensanche de la ciudad de Barcelona, emprendido hacia 1860 por el arquitecto Idelfons Cerdá i Sunyer, es un innegable antecedente de planeación urbana fincada en un sistema de compensación y relotificación, a fin de conseguir la justa distribución de los beneficios y costos del programa de reordenamiento urbanístico entre los casatenientes y el resto de contribuyentes fiscales.
Para el diputado socialista Cerdá, el proceso de urbanización debe contener un “conjunto de principios, doctrinas y reglas que deben aplicarse, para que la edificación y su agrupamiento, lejos de comprimir, desvirtuar y corromper las facultades físicas, morales e intelectuales del hombre social, sirvan tanto para fomentar su desarrollo y vigor como para aumentar el bienestar individual, cuya suma forma la felicidad pública”.
La importancia de este sentido social en el proceso de ordenamiento fue también el referente del proyecto urbanístico de las ciudades Jardín de Howards, del Plano Urbano Fusionado de Clarence Perry y de la Town and Country Planning Act de 1947 —que recogió el anhelado sueño de Sir Patrick Abercrombie, planificador del Londres de la posguerra—, normativa a través de la cual el gobierno británico asumió la conducción de los procesos urbanísticos “a fin de garantizar el bienestar de la población residente o visitante de un barrio, de una villa o de una ciudad”, principio rector que animó el movimiento de ciudades sociales, al que el gobierno mexicano no fue ajeno al coincidir en los objetivos desarrolladores enarbolados a partir del alemanismo.
La Ciudad de México no fue ajena a esa ola urbanística, cuyos paradigmas se localizan en conjunto habitacionales tales como Colonia de los Doctores; Presidente Juárez, en la Roma Sur, Conjunto Urbano Presidente Alemán, en la colonia Del Valle, así como en las grandes unidades habitacionales, como Kennedy en la Jardín Balbuena, Tlatelolco, Independencia y El Rosario.
El distanciamiento de cualquier proyecto de ciudad social en el Distrito Federal obedeció a la ambición y corrupción de una clase gubernamental que encontró en la construcción sin control un nicho de enriquecimiento que altera y pervierte la función social de la urbanización.
Por desgracia en el gobierno impulsor de la marca CDMX, esa dimensión social está claudicando ante la escala comercial que se basa en las grandes rentas y no en la escala doméstica que responde a las necesidades colectivas de los habitantes de los barrios y colonias que animan la vida cotidiana de la muy noble y leal ciudad, títulos que, por cierto, se le atribuyen por las cualidades de sus habitantes y no por sus edificaciones.
Por ello la puntillosa reflexión de Francisco Cervantes de Salazar viene como anillo al dedo, pues hoy es inaplazable encontrar la sabiduría para expulsar la codicia que altera el innegable espíritu social de la ciudad.
