Patricia Gutiérrez-Otero
El sueño de la modernidad sobre un desarrollo y un progreso material continuo ahora se revela como una pesadilla. Los que gozan ampliamente de sus beneficios, alienados, no quieren o no pueden ver que su situación de bonanza se basa en la destrucción del planeta y en una inequitativa distribución de los bienes a nivel mundial.
Si los avances de la ciencia, los descubrimientos tecnológicos, y su uso para poner materias primas al servicio de la idea de progreso, ha hecho que en el “imaginario colectivo” se implante la idea de que ser feliz es tener un estilo de vida sin ninguna carencia y con muchos objetos de servicio o suntuarios (casa, calefacción, duchas, yacusis, coches, yates, ipads, celulares último modelo, viajes, ropa de moda: un consumo continuo de objetos), el principio de realidad nos muestra que nuestros deseos tienen consecuencias y esto debería poner límites a su realización.
Como se ha dicho tantas veces: el pastel no alcanza para que todos coman el tamaño de la rebanada que consumen los habitantes de los países ricos. La naturaleza, a partir de la cual vivimos, aunque sea transformándola en productos, no es inagotable. El tema del petróleo es sólo una muestra. ¿Se encontrará otra fuente de energía? Posiblemente, y ojalá sea menos contaminante, porque el segundo punto, ligado intrínsecamente con el primero es la destrucción del ecosistema en el que vivimos.
Suena catastrófico, y lo es, aunque haya quien lo niegue. Tomamos muchos recursos del planeta y devolvemos contaminación y muerte. Sin embargo, el sistema de producción capitalista no puede detenerse: necesita vender, exacerbar necesidades, crear deseos y seguir produciendo objetos vendibles. El hombre actual, en Occidente y su área de influencia global, es un ser humano consumidor, que crea deshechos continuamente: la ropa que continuamente cambia, los tan contaminantes celulares, las baterías, una inmensa cantidad de bolsas de plástico y de pet (que ya forman una isla en el Océano Pacífico llamada Isla de Plástico de 1,400,000 Km2), las botellas de vidrio, el papel… De cada hogar clase mediero occidental salen kilos de basura diarios, y poca gente se preocupa a dónde va a parar, ¿Se recicla? ¿Realmente? ¿En dónde y de qué manera? La gente podemos sentirnos con la conciencia tranquila porque separamos la basura, pero no damos seguimiento al proceso de reciclaje ni sabemos si realmente existe.
Si los hogares con un estilo de vida occidentalizados son altamente contaminantes, la industria no se queda atrás, pero el ciudadano tampoco se pregunta cuánto contaminó la producción de lo que está comprando o el servicio de energía del que está gozando, y del que pueden salir cantidades asombrosas de deshechos tóxicos (incluidos celulares, pilas, computadoras, focos), como, por ejemplo, el uranio de las centrales nucleares y otros usos, que ahora se acumula peligrosamente, y con el que no se sabe qué hacer, salvo lograr que los países pobres lo compren para obtener divisas, aunque no se sepa si ellos lo almacenarán correctamente. Basta que una semana uno vea su bote de basura y lo multiplique por los habitantes de su ciudad para darse cuenta del problema, pero no es suficiente para reaccionar.
Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se respete la Ley de Víctimas, que se investigue seriamente el caso de Ayotzinapa, que el pueblo trabajemos por un Nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo recuperen su espacio radiofónico.
