Ricardo Muñoz Munguía

Maravillosa imaginación, malabares inacabados, oficio del escritor que atraviesa por “un mundo de mentiras y falsas realidades”, en el que “nada hay más cierto que la ficción”, como lo apunta el editor español Javier Fernández, al hacer referencia al libro Maravillas malabares (Cátedra [Letras Hispánicas], Madrid, España, 2015), de Guillermo Samperio, quien destaca su participación “en la editorial más importante de la lengua española, en la que el último autor mexicano que entró en esta casa editorial fue Salvador Elizondo, y ahora yo”. El volumen de reciente aparición agrupa en su mayoría relatos, también una novela corta y prosas poéticas, sin dejar de lado el completísimo perfil a manera de prólogo —trazado al alimón entre editor y autor— de las andanzas de uno de los cuentistas más importantes de las letras mexicanas, Guillermo Samperio (Ciudad de México, 1948), quien abre la charla sobre el título de su libro.

—Es un juego de palabras, en el que quise combinar el malabareo del lenguaje que uno hace cuando escribe con algunos giros que, para no decir fantástico, dije maravilloso. Por eso, en un momento dado, platicando con el editor Javier Fernández, de pronto surgió el título Maravillas malabares, que se refiere a la sustancia de los textos que, para mí son maravillas, y malabares; se refiere a la técnica que se expande a lo largo de cada cuento, de la novela que también ahí se incluye. El editor español, que también es escritor, me hizo una larga entrevista durante varios días que estuve en Guadalajara y otra parte aquí en el DF. Entre ambos decidimos el índice y la forma de integrar este libro.

—Tanto en la introducción del volumen como en gran parte de tu obra narrativa existe la mención de la infancia, ¿qué nos dices de ello?

—Yo empecé a escribir bastante joven, así que referencias próximas en ese momento eran hacia la adolescencia y la infancia. En el momento en que la editorial Cátedra me hace la entrevista, que juega el papel de prólogo, me vuelve a mi infancia.

—En cada obra de un escritor se puede encontrar parte de su vida, ¿en tu obra, qué tanto podemos encontrar a Guillermo Samperio?

—Yo creo que bastante porque, desde el prólogo, hecho aparentemente desde la primera persona, se introducen muchos datos de mi vida familiar, de mi experiencia literaria, viajes que he hecho, algo que me ha gustado mucho. He viajado por todo el mundo y, desde luego, que voy a los museos de cada lugar al que visito tanto en el extranjero como aquí en México. Los museos de Florencia son una maravilla, que tienen cuadros puestos en los techos porque ya no cabían, eso fue hace veinte años.

—En algún momento me hablabas que tu papá es parte fundamental en tu vida, y quien que te empujó a escribir.

—Más bien fue el requinto de la guitarra de mi padre lo que me empujó a escribir, desde mi nacimiento hasta mi primera juventud lo escuchaba. Además, mi padre reunió una gran cantidad de discos en la casa. Él fue director artístico de los discos Orfeón. Por otro lado, él tenía su buena biblioteca, entonces yo me acerqué mucho a los libros. Mi papá leía muchos libros de ciencia ficción e históricos. Así fue como leí muy tempranamente a Ray Bradbury. Fue mutuo el compartir los libros. Mi madre también era muy buena lectora.

—Entremos en algunos temas que se incluyen en tu obra, uno de ellos es el box.

—Sí, ahí también tiene que ver mi padre, que era muy aficionado al box y a los toros. He ido a muchas corridas y al box pero no soy ni taurino, ni seguidor al box. Más bien he sido muy cercano al futbol, incluso estuve en las fuerzas básicas del América, y cuando iniciaba a jugar en el equipo profesional, me fracturaron una pierna y ahí se acabó mi carrera de futbolista. Después, ya que me soldó la pierna, me metí al futbol americano, en el que habré durado un año. Ya después me dediqué a correr, y lo hacía unas seis veces a la semana, donde pudiera, alrededor de una hora, pues siempre andaba preparado con mis tenis.

—¿Alguno de los personajes de tu obra tiene presencia en tu vida, de algún modo?

—Creo que no. Me pasa lo que a muchos, más bien tienen presencia en mí personajes de otros autores, como los de Julio Cortázar que, desde sus nombres, que son maravillosos, me atraen, y no son pocos los que me han gustado.

—Por cierto, Cortázar es casi el único que aparece en tu obra narrativa, como tema.

—Cortázar me influyó mucho.

—¿Lo conociste?

—Sí, tuve la oportunidad de conocerlo una vez que iba a París, por invitación de una universidad de Francia; me tocó en el mismo vuelo en el que iba Julio. Ahí me hice amigo de él porque tuvimos unas buenas horas de vuelo, muchas horas para charlar. Ya en París lo vi varias veces. Comentamos de tantas cosas pero me acuerdo de un tema que a mí me interesa mucho, que es la literatura argentina, que escudriñé mucho, además de la literatura latinoamericana en su conjunto, y, claro, sobre Roberto Artl, de quien he aprendido bastante, y es admirable tanto en sus textos cortos como en su descripción de cómo fue naciendo Buenos Aires, los personajes típicos de su época, así también sus novelas. Es un escritor estupendo, y creo que debería leerse más en México. Entonces, ya te imaginarás, cuando muere Julio Cortázar fue un dolor muy palpable, estuve de luto, porque sin proponérselo Cortázar, se vuelve guía de escritura de un buen número de escritores, sobre todo, latinoamericanos. Cómo no sentirse de luto, abandonado…, un dolor real por el viaje de Julio hacia la muerte.

—¿Y de los escritores mexicanos?

—En mi adolescencia admiré mucho a José Revueltas, fue un autor que conocí por completo. De Carlos Fuentes lo único que me gustó fue una buena parte de sus cuentos. A Vargas Llosa leí todo lo que estaba hasta ese momento; me gustaba mucho sus técnicas literarias, más experimentales que las de Cortázar.

—En buena porción de tu obra narrativa aparecen las mujeres y con una carga importante de erotismo…

—Tuve un buen número de novias y creo que estuve casado unas dos o tres veces —dice, con el asomo de una sonrisa que se deja ver en su rostro—, y cosa curiosa, sólo tengo dos hijos; bueno, tres, el otro fuera de mi matrimonio.

—La música, quizá también por herencia, existe tanto en la obra como en la vida de Guillermo Samperio.

—Mi papá quería que yo fuera músico y, la verdad, darle a la guitarra, siendo yo tan niño, se me dificultaba muchísimo. Entonces terminó comprándome una trompeta. Lo que yo sí quería, era ser baterista, pero una batería costaba un dineral, y mi papá me dijo que eso no podría comprarme. Quise ser baterista por una película que me atrajo muchísimo, que aborda la vida de Gene Krupa. Pero mi héroe musical es John Lennon, que lo traigo tatuado aquí, en mi brazo, aparte de que él mismo hizo política fuerte, lo que le costó la vida, pues recordemos que Estados Unidos se ha distinguido por eliminar a las personas que no coinciden con su política.

—¿También estuviste tentado a dedicarte a la comicidad?

—Mi papá tenía muy buen sentido del humor y estaba muy conectado con el cine, la radio y la televisión. Como no pude ser baterista, yo creí que sería cómico. Pero, la verdad, nunca lo intenté.

—Un aspecto que existe en ti es el cine. Me decías que había un cine en Clavería, donde nace tu afición a este arte.

—Yo iba muy seguido cuando era niño al Clavería, en el que vi mucho cine. Este Cine Clavería creo que pertenecía a una sección del sindicado de Petroleros, ellos eran los dueños, y ahí luego se agarraban a golpes, a ladrillazos, a palazos. El cine Clavería era de los que proyectaban tres películas, y llegué a ver ahí las tres películas. También habían otros cines más hacia el Centro, que eran famosos por sus matinés. Y creo que ver mucho cine me ha servido bastante. El teatro no me ha convencido mucho en México.

—En gran parte de tu obra, la Ciudad de México es un personaje más…

—Sin duda, es un personaje que conozco muy bien y me ha inspirado. Yo nací en un pueblecito pegado al que era pueblo de Tacuba, San Álvaro, en un hospital que ya desapareció, y luego construyeron una colonia pegada a ese lugar, que se llama Clavería y pertenece a la Delegación Azcapotzalco, donde yo crecí. Por cierto, la Casa de Cultura de esa demarcación se llama Guillermo Samperio. Después de mi niñez, he vivido en varias partes de la Ciudad de México, ¿cómo no va a ser una gran relación con ella?

—Por último, otro tema te pregunto, sólo con la mención de una palabra: muerte.

—Poco le he temido a la muerte. Estoy por cumplir 67 años, entonces ya viví bastante. Qué bueno que ya alcancé esta edad y creo que aún me quedan unos veinte años por delante. No me quejo absolutamente de la vida que he tenido, por el contrario, estoy contento conmigo mismo.