Religrosas desigualdades

Marco Antonio Aguilar Cortés

En el Foro Comercio e Inversiones Chile-México, el presidente Enrique Peña Nieto manifestó: “Hemos hecho reformas que son el mejor blindaje para sortear escenarios adversos como los que el mundo nos está presentando”.

Y un día antes de ese discurso se publicó que, conforme con el artículo 63 de la Ley de Ingresos sobre Hidrocarburos (aunque en dicha ley es el 62) “los secretarios de Hacienda y Energía, el gobernador del Banco de México, y otros funcionarios más, contarán con seguros, fianzas o cauciones, que cubran el monto de la indemnización por daños que cause su actuación en el ejercicio de sus atribuciones”.

En otras palabras y como reza dicha nota, “blindará el gobierno con seguros y fianzas a altos funcionarios de los sectores energético y hacendario, por los daños que cause su actuación en el ejercicio de sus atribuciones”, excepción de cuando haya dolo, mala fe o ilícitos.

Si de “blindar” se trata, si en el fondo el propósito es proteger al máximo a la mayoría de los mexicanos con reformas que nos cubran de los escenarios adversos venideros, por qué revestir de seguridades a los funcionarios públicos ya citados, por qué no explicar de manera sencilla y breve, para que el común de la gente lo entendamos, ¿cómo a través de esos blindajes se está protegiendo a los 120 millones de connacionales?

Porque lo que estamos viviendo como resultados inmediatos, de dichas reformas, es el aumento de desigualdades peligrosas.

Ahora, en nuestra economía, los ricos son más ricos, y los pobres son más pobres.

En nuestro sistema educativo tenemos más académicos con maestrías y doctorados, pero mayor analfabetismo y deserción en el grado de primaria.

El poder político se concentra en pocos, mientras la mayoría es un objeto político al que se le cachondea retóricamente en sólo descargo de una deuda atrasada.

Agregando a lo anterior la falta de respeto al decoro nacional, al haber diseñado nuestra reforma energética el Departamento de Estado de Estados Unidos, según los documentos públicos dados a conocer por el gobierno de ese país; claro, con el auxilio de empresas transnacionales interesadas en el petróleo.

No desconocemos ni desoímos lo declarado de inmediato por nuestros funcionarios federales, desmintiendo los documentos gringos dados a conocer al respecto; empero, el pueblo de México ya no les cree.

Y es que lo malo no sólo está en los grupos y las personas que gobiernan, en unos más y en otros menos, sino que se encuentra en el engranaje de nuestro sistema.

La forma de organización, el medio ambiente socioeconómico, el modo en que producimos, distribuimos y consumimos, ha generado contradicciones y desigualdades extremas, en una dialéctica retroalimentación con los pocos beneficiados, y la mayoría victimada.

La mentira y corrupción made in México es nuestro primer lastre por desechar. Debe ser nuestra primera reforma, en serio, en serie.