No hay lengua humana que sepa explicar
la grandeza y particularidades de ella.
Hernán Cortés
En el verano de 1325, un día 1-Cipactli del año 2 Calli, hace 690 años, el sueño del sacerdote Cuauhtloquetzaqui se cumplió y el grupo nómada proveniente del mítico Aztlán encontró el sitio ordenado por Huitzilopochtli para llegar al “lugar de nuestro descanso, quietud y grandeza”, tal y como relata el fraile dominico Diego Durán, en su obra titulada Historia de Nueva España e islas de tierra firme, impresa en Madrid en 1587, a la cual anteceden el Libro de dioses y ritos de 1576 y el Calendario antiguo de 1579, obras que conforman el legado de este acucioso cronista de la historia y la cultura del pueblo azteca.
El mito fundacional de nuestra ciudad está plagado de símbolos que refieren la misma como santuario de desplazados y lugar de sacrificios, pues de aquel inhóspito islote, de ese “corazón de copil”, descrito así por Hernando Alvarado Tezozómoc en su Crónica mexicayotl, brotó aquel nopal salvaje en el que el Dios-Águila se posó para confirmarle a los aztecas con sus alas extendidas que “¡allí estaremos y allí reinaremos: allí esperaremos y daremos encuentro a toda clase de gentes!”, como sigue ocurriendo hasta nuestros días.
El ingenio de los fundadores de México-Tenochtitlan creó un insuperable paradigma urbano en el que el justo equilibrio y orden armónico maravilló a los conquistadores militares y espirituales de esa ciudad lacustre, tal y como lo acreditan todos los relatos de la época de la Conquista y de los primeros años de la Colonia, los cuales siempre refieren y confirman la grandeza sin parangón de la gran ciudad.
Dentro de los elementos urbanos que más atención provocó a los europeos, se ubica el Huey Tzompantli (el Gran Muro de las Calaveras), ubicado dentro del majestuoso recinto del Templo Mayor, cuya importancia ritual fue compilada por soldados y frailes desde sus muy particulares perspectivas y su muy peculiar imaginario colectivo.
Por todo ello, resulta extraordinaria la noticia de que el grupo de arqueólogos urbanos que dirige el maestro Eduardo Matos Moctezuma y coordina el arqueólogo Raúl Barrera localizaron este elemento místico-urbano, ese mensaje de poderío cultural de los aztecas, hallado en las excavaciones que se han efectuado en el número 24 de las calles de Guatemala, con el que se corrobora la veracidad de los diversos manuscritos que recogieron la existencia de este hito monumental de los antiguos mexicanos.
Tan fundamental hallazgo fortalece el orgullo de los casi 700 años de historia de nuestra ciudad, legado que, a pesar de esa penosa campaña del gobierno capitalino que nos escamotea 500 años de portentos y prodigios, éstos afloran a escasos metros de la oficina del jefe de Gobierno para recordarnos la grandeza y particularidades de la Ciudad de México, las cuales obligaron a Cortés a confesar que, en su tiempo, no hubo lengua humana que supiera explicarlas.