Explicación para las jóvenes generaciones
José Elías Romero Apis
El día de Hiroshima no sólo fue importante para sus habitantes. Lo fue para todos los seres humanos. Para los que murieron pero también para los que sobrevivieron. Para los entonces vivos y para los que todavía no nacíamos. Para ellos, para nosotros y para los que habrán de sucedernos. Pero ese día crucial en la vida de la humanidad requiere de una mínima explicación, sobre todo para las jóvenes generaciones.
Ese día todo era igual pero tan sólo en las apariencias. Porque en el fondo de la realidad mucho de lo esencial de la vida colectiva de los habitantes del tercer planeta había cambiado para siempre. En unos instantes, en menos de un minuto, había cambiado la política, la economía, la guerra, la paz, el equilibrio, la concepción del mundo y la concepción de la vida.
Aquí advertimos cómo el destino había tejido en dos tramas que se habían entrelazado. Por una parte, la guerra del Pacífico como evento militar y nada más. Por la otra, el reparto de los equilibrios futuros entre los vencedores como evento político y nada más. Guerra y política, que nunca viven separadas, en ocasiones se enredan y se anudan más allá de lo que corresponde, en derecho o en tributo, a cada uno de los protagonistas.
Sería que la situación bélica contra Japón no dejaba otra alternativa. Sería que la arrogancia y la insolencia de Stalin no dejaba otra salida para un mandatario que estaba siendo ninguneado por sus aliados y subordinados. Sería que los norteamericanos requerían ver en Truman a un mandatario gigante y decidido al que los había acostumbrado Roosevelt. Sería que así lo aconsejaron. Sería que así se le inspiró. Sería el sereno o todo junto pero es el caso que tomó la decisión de hacer llegar al gobierno de Tokio un ultimátum que, naturalmente, fue desatendido.
Muchas interrogantes subsisten sobre los motivos determinantes de esa decisión. También sobre los motivos circunstanciales que la impulsaron. Sigue siendo una incógnita el enigma planteado por Chou En Lai a Nehru y a Nasser sobre si las armas nucleares se hicieron tan sólo para matar a los que algunos blancos consideran inferiores. A los asiáticos, a los árabes, a los africanos, a los oceánicos y a los latinoamericanos. Resolver la duda de si se hubieran atrevido a utilizarla para rendir a Italia y a Alemania como lo hicieron para rendir al Japón. Ignoramus e ignorabimus, decían los romanos. Ignoramos e ignoraremos.
Pero, en fin, hoy es un día como todos los demás. Vivimos en un mundo en el que todo cambia a diario para que todo siga igual. Como desde el inicio hasta el final de los tiempos, siempre habrá naciones que quieran lo de las otras. Como siempre, también habrá quienes no quieran rendirse. Como de costumbre, habrá algunos a quienes haya que amenazar y amedrentar. Nos tocó vivir en un mundo inquieto e inestable. En un mundo revuelto y complicado. En un mundo ruidoso y estridente. En un mundo donde el único lugar en el que reina el orden, la tranquilidad, el silencio, la serenidad, la paciencia y la paz es en los depósitos nucleares.
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