Ricardo Muñoz Munguía
(Primera de dos partes)

 

El sentido común, la visión y, principalmente, la determinación de enfrentar a una sociedad equívoca, es buscar una rosa en un invierno crudo. Mas la esperanza puede ser la mejor ruta para conseguir tal fin. Es la postura de una mujer en África, más específico en Mozambique, que, desde su infancia, deberá enfrentar diversos avatares pero, en todo momento, con el porte de justicia y respeto, sin perder de vista en ningún momento el valor que delinea su propia persona y los valores que forjan su espíritu.

En La dignidad encarnada, Silvia Gurrola Bonilla (Valparaíso, Zacatecas, México, 1966) sube al escenario a Zubaida y a Traquino, quienes protagonizan la historia de un matrimonio que se deja ver en sus diferentes etapas. Ambos guardan en su físico y en su alma las cicatrices de una sociedad machista y de una doble moral que cala hondo en el ser. Zubaida, golpeada por su padre en su niñez, decide huir con Traquino, también maltratado en su infancia (tenía cicatrices profundas de latigazos pero “las cicatrices más profundas e indelebles las tenía en el alma, en un lugar recóndito a donde sólo Zubaida supo llegar con fino tacto y gran persistencia”), con la fe de tener una vida mejor, y de su parte se dio la mejor disposición: cumplía a su entender y con la mínima enseñanza que tenía, el papel de esposa, fue así que para el primer encuentro sexual se introdujo en la vagina un polvo fino, porque así lo había escuchado que debería ser pues “para eso había sido entrenada: para servir y agradar al hombre con quien se casara”. Del polvo pasó a los dolorosos tatuajes y escarificaciones que hasta fiebre le causaron, pero eran indispensables para agradar al marido, además del estiramiento de los labios menores, un verdadero suplicio. Sin embargo, Zubaida, a diferencia de otras jóvenes de su edad, no estaba dispuesta a aceptar que ese sufrimiento fuera natural, por eso había decidido abandonar a su familia, así que dejó de utilizar el polvo, pero eso era apenas el inicio, después vino el primer embarazo y la amenaza del marido de que Zubaida tiene que dar forzosamente un varón —lo que no fue— “y luego haces todas las hembras que quieras”, ya en pleno parto la suegra le cuestionará si no ha sido infiel, pues tiene que cuidar los “intereses” de su hijo y tener la certeza de que “el hijo que nace no es de otro”, y como fin de una primera etapa, las infidelidades de Traquino. “Tendría que ser muy astuta, no solamente para confrontarlo sino para conseguir que la situación cambiara, pues las creencias, las costumbres y las tradiciones de su comunidad estaban en su contra”.