Manlio Fabio Beltrones

 

Mireille Roccatti

El triunfo del PRI en 2012 ¾que lo regresó a Los Pinos después de dos sexenios¾ fue visto en su momento por la comentocracia con ADN antipriista como una regresión autoritaria. Hoy nadie en su sano juicio puede aventurar tal despropósito porque desde un inicio quienes lo expresaron no entendían que México ya cambió y el reloj de la historia no camina hacia atrás. Tres lustros después de la alternancia, el país ha sufrido trasformaciones de fondo.

Lo que no ha cambiado es el diseño institucional del régimen, que tiene como eje un presidencialismo fuerte, que se afianzó por el mismo devenir histórico y que en las últimas décadas ha venido teniendo acotaciones antes impensables en la época del presidencialismo autoritario. En este contexto, lo que sí regresó es la relación estrecha entre el titular del Ejecutivo y su partido. Lo cual sucede en casi todo el mundo en el que quien ejerce el poder mantiene vasos comunicantes con la organización política que lo encumbró.

En buena medida la permanencia y vigencia del PRI durante 86 años obedece a esta vinculación institucional. El reciente relevo en la presidencia de ese instituto político ¾en que mediante un enroque Manlio Fabio Beltrones releva a Cesar Camacho al frente del partido y éste último probablemente presidirá la bancada tricolor en la nueva legislatura¾ obedece al liderazgo indiscutido que el presidente de la república ejerce sobre su partido. Estos usos y costumbres, así como la férrea disciplina en el interior de la organización, ha sido y seguirá siendo tema de estudio de politólogos y observadores del ejercicio del poder.

Las tareas de Manlio asemejan ¾guardando las distancias¾ las atribuidas a Hércules, complicadas y difíciles. Es cierto que Manlio Fabio es uno de los mejores y más completos políticos de nuestros tiempos, lo cual reconocen tirios y troyanos, en especial los políticos de oposición de todos los signos. Es un político dialogante, que honra sus compromisos, constructor de puentes y acuerdos, y leal en todo momento, cualidad que le ha permito sobrevivir en la jungla salvaje que es el ejercicio del poder.

Su ya dilatada trayectoria es conocida por casi todos los mexicanos y ha sido actor en escena con papeles principales desde hace por lo menos tres décadas. Por ello su arribo a la presidencia de su partido ha generado aceptación casi unánime entre sus correligionarios.

Los retos y obstáculos que deberá enfrentar son mayúsculos. En principio fortalecer la unidad interna, conciliar intereses y, por encima de la disciplina partidista, recuperar el orgullo de ser priista, lo cual se antoja harto difícil. Otro reto es encontrar sustancia ideológica y conceptual acorde con los nuevos tiempos, porque es innegable que los ideólogos y la elite intelectual hace tiempo que abandonaron al gobierno y su partido. Y no se vislumbran ideólogos contemporáneos que le den sustento teórico a la operación política de su organización partidista.

Otro tema, no menor, es lograr que los jóvenes crean en el partido, que se acerquen, militen, participen y sobre todo voten por el PRI, éste es quizá el reto mayor, no sólo de Manlio Fabio, sino de todos los priistas. Se les agotarán las ideas en pensar qué hacer, cómo, cuándo y dónde. El resto de pendientes son cuestiones de operación política, de construcción de alianzas y acuerdos, terrenos donde el sonorense se desempeña hasta con virtuosismo.

Lograr retener las doce gubernaturas en juego el año próximo, así como las elecciones locales en otras cinco entidades, en especial en Baja California, donde se ha apresurado perdiendo su mesura habitual a expresar los deseos de revancha, es lo menos que se espera de él. Así como mantener la racha triunfadora en 2017, ganando más de media docena de gubernaturas, entre ellas, la emblemática mexiquense, son las expectativas que lo comprometen.

Las esperanzas puestas en él son enormes, que entregue buenos resultados depende de múltiples factores. En lo que sí se equivocan sus malquerientes es en atribuirle un ánimo traicionero para con el presidente de la república. Hoy Manlio personifica como nadie el paradigma del político del viejo sistema, leal a morir con el “jefe de las instituciones”.