Charla con Raúl Monge/Autor de Mancera, el rumbo extraviado

 

 

Eve Gil

Nadie puede negar, menos aún después de leer Mancera, el rumbo extraviado, del periodista Raúl Monge que Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno del Distrito Federal, ha hecho historia al implantar dos contrastantes récords: obtuvo el más arrollador triunfo registrado en una contienda electoral en México con un 63.57% de los votos, pero al poco tiempo obtuvo el 60% de inconformidad de su gestión en un reciente sondeo de Reforma, más otros porcentajes poco alentadores para un aspirante a la Presidencia de la República.

Monge, experimentado periodista mexicano, editor en jefe de la Agencia Proceso de Información y autor, entre otros libros, de El tango de Ahumada, su vida, sus negocios, sus mujeres (Proceso-Grijalbo, 2004), realiza el retrato más objetivo, congruente y ecuánime dibujado hasta el momento, sobre un hombre que oscila entre la intachabilidad de los primeros años de su incursión en la política y lo que pareciera ser la maldición que cae sobre aquellos a quienes un golpe de fortuna coloca entre sus manos un desmesurado poder que son incapaces de distribuir con justicia.

Patología por lucir

Aunque obtuvo un triunfo arrollador como candidato del mismo partido que ha gobernado el Distrito Federal durante tres sexenios y cuya gestión podría calificarse, someramente, como satisfactoria, entre otras cosas por su política de austeridad, Mancera rompe la tradición prácticamente desde su llegada, al ordenar remodelaciones millonarias a las oficinas que tres jefes de Gobierno consecutivos (Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard) habían ocupado sin sustituir una lámpara.

“Desde la procuraduría —dice Monge— empezamos a ver al político atrapado en una necesidad casi patológica de lucir. De que luzca su trabajo, sí, aunque también él. La oportunidad de contender por la jefatura lo hace más proclive a resolver asuntos de una manera más mediática, como cualquier político panista o priísta, lo que no garantiza la pulcritud de las investigaciones. Muchas de las operaciones fallidas durante el gobierno de Ebrard [de las que el propio Mancera era responsable en su calidad de procurador de Justicia] fueron bastante desaseadas pese a tratarse de asuntos de envergadura. Se proclamaban éxitos cuando todavía quedaban cabos sueltos”.

“De alguna manera —agrega— Televisa tuvo mucho que ver. Hay que recordar que Ebrard hizo levantar encuestas porque en realidad eran varios los suspirantes, y éstas fueron determinantes para la selección de Mancera, que obtuvo su primer triunfo abrumador entre la población. El delfín era Mario Delgado, pero jamás despuntó. Los únicos figurantes fueron Alejandra Barrales y el propio Mancera. Le creo cuando dice que ni siquiera pensaba en ganar. Eso explica su desubicación; que no sepa qué hacer con la responsabilidad que se echó a cuestas, y lo peor es que parece más concentrado en contender a la Presidencia, es decir, en su imagen mediática, no por nada las revistas del corazón lo comparan con George Clooney”.

“Por si fuera poco —dice Monge—, la ciudadanía tiene la percepción, tal vez correcta, de que la Jefatura de Gobierno se ha subordinado al gobierno federal, y esta disconformidad social le valió al PRD perder buena parte de sus delegaciones y de la Asamblea a manos de Morena”.

En Mancera, el rumbo extraviado, se menciona otro récord nada honroso para el Distrito Federal. Se lee en la página 80: “Durante su gestión [como procurador], Mancera solicitó 271 arraigos, de los cuales el TSJ otorgó 242. Además, la PGJDF arraigó a 810 personas pero el TSJ solo emitió 149 autos de formal prisión, y dictó 49 sentencias condenatorias, por lo que la presunta efectividad de esta medida fue de poco más de 20%”.

La cosa no para en las deserciones de López Obrador, Alejandro Encinas, Ebrard y Cárdenas del PRD para formar parte de Morena, ni en la ridícula encuesta donde, según los publirrelacionistas de Mancera, los habitantes se volcaron para pedir que aumentara el pasaje del Metro. Están también el doble No Circula y la represión a los jóvenes. El colmo fue la proximidad a Mancera de un personaje —Héctor Serrano— repudiado por el partido que lo hizo ganar la Jefatura de Gobierno.

Hijo de madre soltera

Ebrard, a quien Monge entrevistó para este libro, se siente notoriamente traicionado por Mancera y no es para menos.

“Ebrard —dice Monge— le dio a Mancera posiciones, le ayudó a crecer políticamente. Un primer punto de quiebre es cuando Ebrad pretende acaparar posiciones en el gobierno de Mancera, y éste le cierra las puertas sin miramientos. Luego, lo de la línea 12, cuyo director, Joel Ortega, es acérrimo enemigo de Ebrard. Si hubo o no irregularidades, se advierte cierto dolo en las decisiones del gobierno (local y federal), aunque hasta este momento no se le ha fincado ninguna responsabilidad a Ebrard”.

Aunque se trata de un libro periodístico, Mancera, el rumbo extraviado narra también la historia de un muchacho para nada afecto a las diversiones propias de su edad, cuya obsesión era triunfar en la vida para sostener a su madre, quien lo crió y educó en ausencia del padre.

Mancera llegó a ser un destacado estudiante de derecho, y la familia del padre ausente terminó por compensarlo con acciones de lo que hoy conocemos como la cadena los Bisquets de Obregón. No lo obsesionaba la idea de casarse, pero tuvo un matrimonio breve y aburrido de contar, cuyo fruto fueron dos hijos a los que adora; en el camino, sin embargo, aparece otra hija, de la misma edad del mayor de los legítimos, que no aparece en público como los otros.

Actualmente, el jefe de Gobierno mantiene una relación estable, sumamente discreta, con una mujer que no tiene relación alguna con el mundo del espectáculo, pero es larga la cola de actricitas que hacen su lucha por convertirse en la posible siguiente primera dama-Cenicienta de telenovela de nuestro país.

Mancera, el rumbo extraviado está publicado por Planeta-Proceso, México, 2015.

Fotografías: Planeta-Proceso