El escándalo de las casas
Ninguna ley es cómoda para todos.
Tito Livio
José Fonseca
A quien esto escribe no sorprendió el escepticismo y la avalancha de críticas con que un amplio sector de las opiniones publicada e ilustrada recibió la conclusión a que llegó la Secretaría de la Función Pública sobre el escándalo de las casas.
No sorprendió porque desde hace más de un año en este generoso espacio de Siempre! describí el sentimiento de ese sector de la opinión con una vieja fábula.
Decía que si el presidente Enrique Peña Nieto caminara sobre las aguas de la bahía de Acapulco, los críticos clamarían: “¡Lo ven! ¡Camina sobre las aguas porque no sabe nadar, no sabe nadar!”
Seguramente esta colaboración contrastará con las opiniones de muchos vecinos y compañeros de página. A estas alturas de la vida considero inaceptable ser políticamente correcto, sólo por estar con la mayoría de las opiniones publicada e ilustrada.
Hay muchas razones para que acosen al gobierno del presidente Enrique Peña Nieto con el asunto del escándalo de las casas, en el cual a la realidad se ha impuesto la desinformación.
No sorprende la incredulidad con que fue recibida la conclusión a que llegó el secretario de la Función Pública Virgilio Andrade luego de meses de investigar el asunto.
Esa incredulidad es contradictoria, pues ese mismo sector es el que demanda, exige, reclama hace tiempo que en México debe prevalecer el Estado de derecho. Sólo que para que prevalezca todos debemos respetar la ley. No adecuarla a nuestros caprichos o prejuicios ideológicos.
Pregunté a unos abogados y me explicaron que el conflicto de interés que tanto reclaman no está tipificado claramente en la ley mexicana. El otro reclamo es que la investigación la debió conducir alguien independiente. Quizá piensan en la figura de fiscal especial que existe en Estados Unidos.
Ambas exigencias debieran traducirse en gestiones ante el Congreso para que se legisle al respecto. Ése es el camino. El otro, el de los reclamos y gritos, es políticamente rentable y es catarsis para los prejuicios partidistas e ideológicos, pero nada resuelve.
La gran influencia de quienes reclaman y protestan sería más productiva si esa energía la dedicaran a impulsar cambios en las leyes, cambios que les dejaran medianamente satisfechos.
Claro, como ya se dijo, los gritos y las protestas son políticamente rentables. Eso cambia el contexto, porque entonces no se trata de imponer reglas éticas, sólo de explotar los escándalos para sacar raja electoral. Y eso rebaja la calidad de la discusión.
jfonseca@cafepolitico.com