Camilo José Cela Conde
Madrid.-Desconfío de los bandos municipales. Al poco de que mis padres me llevasen a Mallorca siendo yo un niño —estoy hablando de hace cosa de sesenta años—, un alcalde de la época del dictador Franco hizo público un bando por el que se prohibía cruzar las calles de Palma de Mallorca sin ton ni son. Los guardias debían volverse locos venga a vigilar al vecindario y su forma de pasar de una a otra acera, barruntando si era por tocar las narices o si se cruzaba con un propósito digno como los de comprar el diario o encargar la leche. Ignoro cuántas multas se pondrían a los peatones casquivanos porque entonces no existía ley alguna en España ni costumbre que permitiese consultarlo pero, de haberla, tampoco creo que se hubiera podido comprobar si el bando se había llevado a la práctica. Quizá sea debido a esa sensación de impotencia el que el mismo alcalde, más tarde, exhortase a los ciudadanos españoles a que impidieran a los turistas el salir del hotel de camiseta y calzón corto. Mejor así, en cualquier caso, que a golpe de prohibición inútil. Incluso hubiese mejorado la medida de prometer una medalla a quien vistiera de forma digna a, qué sé yo, docena y media de suecos o veinte ingleses.
El alcalde del pueblo valenciano de Ador ha tomado ahora el relevo en España de los bandos moralizantes aunque en este caso con un propósito benéfico donde los haya: predicar silencio entre las dos y las cinco de la tarde para que los adoreros —he tenido que buscar el gentilicio en Internet— puedan dormir en paz la siesta. Joan Faus, que es como se llama el alcalde, ha declarado a los diarios que se trata de una recomendación, no de una orden, y mejor así porque cualquier multa por escándalo termina generando más griterío del que quiere evitar.
Como adicto por herencia familiar a las siestas aplaudo la iniciativa del alcalde de Ador, no sin desear que su ejemplo cunda e incluso gane fuerza. El silencio durante todo el día, y ni que decir tiene que por la noche, es no sólo muestra de educación sino también garantía de bienestar. Por desgracia entramos ya en el terreno utópico: abundan los españoles que quizá no coincidan en sentimientos nacionales pero se apuntan a celebrar las fiestas haciendo el mismo y mayor ruido posible ya sea en Euskadi, Andalucía, Extremadura o Valencia. El archipiélago en el que vivo, Baleares, no sólo no es ninguna excepción sino que acentúa la regla. Así que, tras rizar el rizo, volvemos al principio: de poco sirve un exhorto sin medios capaces de imponerlo a la fuerza. En Ador la medida municipal parece haber surtido efecto pero tal vez sea porque, como dice la crónica que habla del bando, el sol aprieta de tal forma a primeras horas de la tarde que es cansadísimo meter bulla.
Por culpa de la falta de policía adecuada capaz de poner orden, la siesta tendrá que esperar bastantes años hasta que se extienda ese carácter sacro que invoca el alcalde Faus. Yo diría que vamos incluso a peor con las canciones de moda y la costumbre de alegrar con ellas al vecindario. Igual es por eso que la segunda enmienda en los Estados Unidos dio vía libre a las armas.
