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Carlos Arrieta

Si existe un personaje de la izquierda en México que pueda detener al Partido de la Revolución Democrática (PRD) de su caída libre tras la renuncia de su dirigente nacional, Carlos Navarrete Ruiz, es en este momento el gobernante más posicionado del país, Miguel Ángel Mancera Espinosa.

La renuncia de Navarrete Ruiz era algo que se esperaba luego de los pobres resultados obtenidos en la jornada electoral del pasado 7 de junio.

La caída de Navarrete es relativa. Aún lo sostiene una parte de los grupos al interior del PRD; no así, los medianos resultados electorales y los bloques de piedra que le pusieron en el camino Ángel Aguirre en Guerrero y las descalabradas que le ha propinado Dante Delgado de Movimiento Ciudadano, al lograr una importante desbandada de su militancia perredista en varios estados de la República.

Ahora, Navarrete ha dejado todo el cargamento político al jefe de gobierno del Distrito Federal, porque ya se le acabaron los cuadros al Sol Azteca. Falta que el exprocurador capitalino acepte el abanderamiento a la Presidencia de la República de cara al 2018 y que no le apueste a otro partido político.

Y es que Navarrete advertía que la evaluación del desempeño electoral del PRD no comenzaría por un ajuste de cuentas, al acusar a los militantes de su partido de ser los responsables de las diversas derrotas que obtuvieron en la capital del país.

Ante medios de comunicación, Carlos Navarrete, anunció, que “todos los dirigentes del PRD debemos estar listos y dispuestos a colocar nuestros cargos a disposición de los órganos partidarios para que tomen las medidas que sean necesarias”.

No obstante, las diferentes corrientes del partido -entre ellas la Nueva Izquierda (NI) y Alternativa Democrática Nacional (ADN)- ya se le habían adelantado y solicitado un cambio en la dirigencia del partido.

En este sentido, el consejero nacional del PRD, Alejandro Fernández, demandó (desde el pasado 25 de junio) la transformación de ese instituto político, ya que consideró Es la clave para ser una opción fuerte y sólida en la elección presidencial de 2018.

Pero en un recuento de los daños, el declive del PRD va más allá de la “renuncia” –forzada- de su dirigente nacional, pues ese partido empezará a pagar todas sus desavenencias con otras expresiones partidistas y las internas.

Sus errores han revertido la solidez que tuvo el PRD como segunda fuerza política del país, pues sus cúpulas lo han dejado mal parado frente a sus “votantes”; entre ellos: la firma del Pacto por México que secundó las reformas estructurales del Presidente Enrique Peña Nieto.

Otras más son el respaldo a la candidatura por Iguala de José Luis Abarca Velázquez, detenido y acusado de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, así como minimizar la salida del partido de Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard e incluso de su propio exlíder moral, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

Tal pareciera que Navarrete cree que con su “renuncia” todos los problemas del PRD se solucionarán, incluso –en una especie de salvador- dejó claro que se presentará el balance de los resultados electorales obtenidos en junio pasado, y un documento de propuestas para fortalecer a ese partido, que “sigue siendo la primera fuerza de izquierda en el país, con cuatro millones 350 mil votos”, según sus declaraciones.

Los perredistas viven ahora una especie de déjà vu, ya que Cuauhtémoc Cárdenas, quien para el 25 de octubre 2014 aún era miembro distinguido del PRD, aceptó que los acontecimientos en Iguala afectaron la imagen de ese partido.

“Yo creo que está afectada la imagen del partido, vamos, sería absurdo pensar que esto no ha afectado la imagen del partido; yo creo que han sido en todo caso, en el mejor de los casos, decisiones tardías, pero bueno, son las responsabilidades que se asumen cuando uno acepta un cargo de dirigencia”, dijo durante el acto en que promovió la consulta popular de la Reforma Energética.

Hasta entonces, los perredistas se enfrentaron a la realidad que tanto evitaban tras conocer los resultados del 7 de junio. El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) en el Distrito Federal le arrebataba el primer lugar como fuerza política en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal con 11 diputaciones por voto directo, contra 10 del PRD.

A la par, retrocedía la ventaja que tenía a nivel delegacional, ya que Morena ganó cinco delegaciones: Cuauhtémoc, Tlalpan, Tláhuac, Xochimilco y Azcapotzalco; el Partido Revolucionario Institucional (PRI) tres: Cuajimalpa, Magdalena Contreras y Milpa Alta; logrando el PRD conservar sólo seis: Iztapalapa, Gustavo A. Madero, Álvaro Obregón, Venustiano Carranza, Iztacalco y Coyoacán.

En el interior de la República, recuperó Michoacán, pero perdió Guerrero; ganó Tabasco y Morelos; aunque muy criticado, gobierna en coalición junto con el PAN en Sinaloa, Oaxaca y Puebla.

Ante tal escenario, pareciera que Carlos Navarrete no quiere ver la realidad que vive el PRD pero no puede cerrar los ojos, ni bloquearse los oídos, al mensaje claro de los mexicanos, dirigido a todos los partidos políticos, pero particularmente al PRD. De ser así, deben aceptar que aunque el PRD es la tercera fuerza política del país, el tercio de votación que solía favorecerle se dividió entre varios partidos más como Morena y Movimiento Ciudadano.

Así que este fin de semana el Partido de la Revolución Democrática, llevará a cabo su IX Consejo Nacional -quinto pleno extraordinario- donde analizarán los resultados obtenidos en el proceso electoral del 2015, así como una propuesta para transformar a esa fuerza política.

No hay más, el PRD debe apuntalar a su única opción de rescate: Miguel Ángel Mancera como su candidato a las elecciones presidenciales del 2018, ya que Ricardo Monreal, de Morena, se perfila como uno de los favoritos de las muchas izquierdas que hay en el país, pues podrían tener el mismo final que el Partido del Trabajo (PT). Al tiempo.