La palabra mágico, pienso, hay que evitarla, es imprecisa, infantil, se refiere a la falta de explicación, al desconcierto de quien la dice, y sin embargo, el concierto de Plácido Domingo en Tlatelolco lo fue. José Areán, director titular de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México lo evoca así. Llama a Plácido Domingo y lo invita a que dirija la filarmónica para conmemorar los sismos del 85; sin consultar su agenda, el tenor acepta. No impone condiciones, no se habla de precio. Areán propone el Réquiem de Mozart, el tenor contrapropone, el de Verdi. No se discute, pero Areán se pregunta qué soprano podrá interpretar toda la emoción de Verdi. Plácido Domingo no sugiere, afirma: María Katzarava. Areán la llama y la soprano, sin consultar su apretada agenda, acepta. Al llegar a México la célebre soprano, los periodistas averiguan que hija de un georgiano, no sólo nació en México, sino vivió en Tlatelolco. La noche anterior, Plácido Domingo canta y dirige un concierto en Los Ángeles. A las cuatro de la mañana, sin dormir, entra al hotel Hilton de la ciudad de México. ¿Mágico, no?
Se colocan tres mil sillas, los vecinos se enraciman en los balcones de sus edificios, pantallas colocadas estratégicamente permiten a más almas disfrutar el concierto. No faltan vecinos que recuerdan al tenor con tapabocas removiendo escombros en busca de sus familiares, los Embil Echaniz, que no sobrevivieron. Todo mundo sabe de sus conciertos para recabar fondos para las víctimas en los meses siguientes.
En Tlatelolco, la semana pasada, 30 años después, están los 121 integrantes de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, las 80 voces del coro Enharmonia vocalis, dirigido por Fernando Menéndez. En medio del solemne silencio, Elena Poniatowska dice: “Aquí en la Plaza de lasTres Culturas murmuran nuestros muertos. Los del 2 de octubre de 1968 y los del 19 de septiembre de 1985. Es cierto. Aquí se ha muerto y aquí se ha sobrevivido…”
El coro, dirigido por Menéndez, y la filarmónica por José Erián inician los acordes del réquiem, el tenor universal escucha con los ojos entrecerrados. Después Plácido Domingo tomará la batuta y se sumarán la mezzosoprano Grace Echauri, el tenor Dante Alcalá, el bajo Ricardo Flores. Después de casi una hora de escuchar la música de Verdi con “Libera me” María Katzarava y el coro terminan el estremecedor concierto.
La gente grita que cante Plácido Domingo, él se disculpa, dice que Verdi es perfecto para conmemorar el terremoto: Una persona entre los oyentes le ofrece un sombrero de charro, él se lo pone y entre todos, público, tenor y el resto de las voces entonan el Cielito lindo, que en efecto, pues ha dejado de llover, lo es.
El gobierno de la ciudad otorga, por primera vez, los Premios Ángel, en memoria a Carlos Monsiváis y Jacobo Zabludovsky, y a los ahí presentes Francisco Javier Razo, fundador de los topos, que entonces y después, han salvado tantas vidas; a Raúl Esquivel, jefe de bomberos; a Evangelina Corona, de la organización de costureras, a la escritora Elena Poniatowska, autora de Nada, nadie: las voces del temblor y, por supuesto, a Plácido Domingo. (Sara Rosalía)